jueves, 31 de agosto de 2006

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La carta leída, sin leer

Tavo empieza a leer la carta que ha recibido Ángela:

«Amor, debo decirte que aquí en el Ejército las cosas no son tan fáciles. Se aproxima una guerra que quizás nos deje muchas tristezas, pues sólo eso trae y deja una guerra. Estoy luchando por mantenerme en pie, ya quiero darme de baja y regresar a mis campos junto a ese aire puro y junto a ti. He soñado con que tengamos muchísimos hijos, ¿te parece buena idea? Quiero muchas cosas contigo, pero también espero que tú lo quieras así. Te quiero con todo mi corazón.

Con amor,

Oficial Samuel Soria

Ejército Nacional de Melí».

–¡Bueno ya lo has escuchado, Ángela! Ese chico te ama mucho. Es una lástima que no sepas leer buena mujer. Esperemos que pronto ya pueda darse de baja para que vuelva a ser un trabajador de estos campos tan puros.

Tavo era el dueño de una bodega del pueblo de Caldeas en Melí. Su país estaba en guerra con Taboltos debido a las malas acciones del Gobierno Tabol. Melí y Arsenías habían unido sus fuerzas para invadir por el oeste, la idea era proteger a las comunidades de esa zona.

Samuel ya tenía mucho tiempo de oficial, y cuando el conflicto armado empezó su grupo fue enviado a Taboltos. Él era el prometido de Ángela. Por su parte, ella era una buena y muy linda mujer, pero su pobreza evitó que pudiera estudiar; por eso nunca aprendió a leer o escribir. Ésa era la razón por la cual Tavo le leía las cartas que su novio le enviaba.

Con mucha ilusión ella esperaba a Samuel. Recibir sus cartas era algo muy especial, pero no eran tan frecuentes. A veces tardaban meses en aparecer.

Un día llegó otra carta. Como de costumbre, fue a la bodega de Tavo para que se la leyera. A él le caía muy bien Ángela, y con mucho gusto le prestaba toda la atención para leerle las cartas que siempre le daban ilusión. Tavo abrió la carta y la leyó para sí mismo primero, la expresión de su rostro se modificó un poco, pero siempre mantuvo una sonrisa. Ángela había notado que ésta tenía unos dibujitos en la parte de arriba, y le preguntó qué significaban.

–No es nada, él... él de seguro sólo quería mostrártelas.

Ella sonrió.

–Entonces, ¿qué dice la carta?

Él dudó un poco mientras la miraba.

–Pues lo mismo de siempre, que te ama.

Dobló rápidamente la carta dándole a entender que tenía mucho trabajo. Sin embargo, ella le suplicó unos minutos, y que, por favor, se la leyera. Se disculpaba por molestarlo, y le prometía que iba estudiar con los niños del pueblo para no volver a quitarle más tiempo.

Tavo volvió abrir la carta y le dijo:

–Hola Ángela, estoy bien, tenemos una guerra por aquí, pero espero que pronto acabe...

Tavo mira a Ángela como buscando más palabras en su mente. Ella lo mira.

–Sí, pero, ¿qué más dice? ¿Dice si regresará pronto?

Tavo miraba de nuevo la carta y entendiendo lo que ella quiere escuchar le dice:

–... Ángela estamos en guerra ahora, y quizás no pueda volver a escribirte... tan pronto, sólo ten en cuenta que te quiero.

Ángela le extraña que diga tan poco si hay muchas más letras que en la carta anterior, insiste en preguntarle si eso es todo. Tavo con tono serio le dijo que sí, y que, por favor, se marche a su casa porque él tiene mucho que hacer. Tavo intentó llevarse la carta con él, pero Ángela lo detuvo recordándole que se la devolviera. Él la miraba un poco extraño, pero al final extendió su mano y se la entregó.

Durante días ella pensó en esa situación, se sentía tan impotente al no poder leer por si misma lo que decía la carta. Tan pronto como pudo se incorporó a las clases del pueblo que los maestros recién llegados, Susana y Alberto, comenzaban a impartir.

Ángela recibía clases con los niños y otros adultos. En ese tiempo ninguna carta llegó, pero se mantuvo entretenida ayudando a la comunidad. Pasaron muchos meses antes de que se cantara victoria en la guerra; el mal Gobierno Tabol fue derrocado por su misma gente, y ya estaban construyendo uno mejor. Pero seguían pasando los meses, y Samuel no enviaba ninguna carta y tampoco llegaba.

Cuatro años les llevó a los maestros levantar la nueva escuela. Ángela, que ya sabía leer y escribir, se convirtió en una colaboradora oficial. La fiesta de inauguración fue bastante bonita, además se anunció el compromiso de los maestros Susana y Alberto. Este episodio le hizo recordar a Ángela aquellos días con su amado, y también todas sus cartas de amor.

Al llegar a casa se propuso buscarlas y leerlas ella misma de una en una. Todas estaban ordenadas por fechas, así que empezó a leer desde la más antigua. Cuando llegó a la última carta le volvió a llamar la atención aquellos dibujos, y se dio cuenta que eran escudos que decían: EJÉRCITO NACIONAL DE MELÍ y FUERZAS DE PROTECCIÓN DE ARSENÍAS.

Ella empezó a leer la última carta:

«Ciudadana Ángela de Nila:

Recibe las siguientes líneas porque figura como único contacto familiar del Oficial Samuel Soria. En estos momentos nuestro conflicto en la zona de Taboltos es muy serio, hemos enviado refuerzos en más de tres ocasiones porque se ha recibido muchos bombardeos y ataques sorpresas. Nuestro gobierno prevé deberá hacer reclutamientos en las principales ciudades para ayudar en el conflicto a los oficiales activos allí. Nuestro Ejército y la de Protección de Arsenías agradecen las colaboraciones de otros países que se han sumado en la lucha por defender los derechos de los Taboltianos. Dios mismo nos protege en cada paso.

El Oficial Soria ha luchado enorme e incansablemente en estos campos de batalla. Con él y con todos estamos en deuda, gracias a esfuerzos como ése hemos logrado la paz en muchos sitios y esperamos terminemos dándole la victoria al presente.

El Oficial Samuel Soria cayó por fuego enemigo realizando su labor de manera valerosa. Sus restos serán depositados en el suelo santo que el Ejército dispuso para los caídos en guerra en el Paso Verde de Melí en la ciudad de Katras.

Le hacemos llegar nuestras más sentidas condolencias.

Kos Patrón
General del Ejército Nacional de Melí

Chel Socrosqui
General de las Fuerzas de Protección de Arsenías».



Waldylei Yépez



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006.La carta leída, sin leer.Colección Mi respuesta.Waldylei Yépez.docx
31/08/06 10:13 p.m.
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Última charla

Carlos era un hombre enérgico, dominante y posesivo. Él estaba casado con Amanda, una chica con gran amor a su libertad personal, pero que había dejado eso de lado por amor a él. Aunque, ciertamente, los dos renunciaron un poco a ser lo que eran para poder acompasarse con el otro. A veces chocaban porque trataban de dominarse entre sí. Ambos tenían un carácter muy fuerte, pero ella en muchas ocasiones terminaba actuando con más docilidad para poder mantener su matrimonio pues sabía que él nunca daría su brazo a torcer. Ellos se amaban mucho y eran muy apasionados.

Al tercer año de matrimonio las cosas empezaron a estar muy mal, pues él trabajaba más de la cuenta y esto a ella le parecía muy sospechoso. Así fue como nacieron sus más terribles celos, y creyó que él le engañaba con su secretaria. Pudo haber hecho cualquier cosa para confirmarlo, pero tenía miedo de hacerlo. Ella pensaba en que él era un hombre muy atractivo, lo cual le permitiría tener a más de una detrás. Pensar en ello la mataba lentamente.

Por su parte, en atributos, ella no se quedaba atrás. Así que una tarde tomó la decisión de poner en práctica la ley del “ojo por ojo, diente por diente”. Se suponía que esa noche su marido llegaría tarde, pero no fue así. Cuando Carlos llegó cansado a la casa vio que su esposa no estaba, y se quedó en la sala esperándola. Unas dos horas más tarde ella llegó, y se encontró con la sorpresa de que su marido ya estaba allí.

Tuvieron una fuerte discusión. Él le reclamaba su traición, y ella alegaba que él había empezado todo eso, que era su culpa, que cómo era posible le hubiera engañado con su secretaria a lo cual él muy furiosamente contestó que nunca había tenido nada con ella. No podía aguantar su rabia así que terminó golpeando la pared mientras le gritaba un montón de cosas. La imagen de esposa fiel y buena se había desintegrado.

Carlos se encerró en el estudio donde destrozó todo a su paso. Se escuchaba el sonido de los vidrios de las botellas, vasos y los espejos. Por miedo, ella se encerró en la habitación.

A la mañana siguiente él salió muy temprano, y llegó muy tarde en la noche. Ésa fue su rutina por un tiempo con el fin de evitar verla. Por mientras, se preparaba para un rápido divorcio.

Muchos días mantuvo esa misma rutina, pero un día llegó más temprano. Entró a la casa, ella yacía sentada en el sofá, y él sin siquiera mirarla le dijo:

–Los trámites de divorcio están en marcha. He acelerado el proceso cuanto he podido, y por la partición de bienes no te preocupes. Dentro de poco será el día que tendremos que ir a firmar... es todo cuanto tengo que decir.

Eran las palabras más frías que había escuchado decir de la boca de su esposo. Se sentía tan mal por todo lo que había pasado, pero si él quería el divorcio lo más correcto era hacerlo. Esa noche mientras trataba de dormir pensó en muchas cosas.

Al siguiente día se despertó muy temprano para poder alcanzar a ver a Carlos. Él, al darse cuenta de su presencia, trató de marcharse sin mirarla pues era muy grande su desprecio, pero ella lo siguió con insistencia y cuando lo tuvo de frente dijo:

–Necesito decirte algo antes de que te vayas.

Él continuó su camino hacia la puerta tratando de ignorarla, pero ya casi al salir se detuvo unos instantes y le dijo:

–Di lo que tengas que decir–, se mantuvo de espaldas a ella.

–Sé que no me quieres ver aquí, y en tu mirada puedo notar un gran desprecio. No voy a tratar de excusarme. Sólo quiero hacer un trato para acabar con todo esto lo más pronto y fácilmente posible.

–¿Quieres dinero?–, dijo volteándose y mirando su rostro con resentimiento. –¡Ja! ¿Qué se podría esperar?

–¡No! Sólo quiero un último deseo en nombre de todo el tiempo feliz juntos, en nombre del amor que nos tuvimos... alguna vez–, se notaba su mirada triste y nostálgica. –A cambio firmaré el divorcio, y lo que quieras para renunciar a los bienes que me corresponden. Además, sacaré de esta casa hoy mismo absolutamente todo lo que es mío.

–¿A cambio de qué?–, le mira con desconfianza.

–A cambio de una última charla. No para hablar de este problema. Quiero que “juguemos” a los enamorados una última vez. Sin compromisos, ni siquiera como esposos, pero todo debe ser como si estuviéramos enamorados, con palabras bonitas, una cena romántica... Sólo debes fingir unas horas. Juro que me iré cuando todo haya acabado, firmaré el divorcio cuando lo dispongas y no volverás a verme nunca más, nunca más.

El pensó detenidamente en lo que decía, y aunque le dolía el siquiera mirarla pensaba que podría fingir esas horas y que con eso se acababa todo. Pasaron unos instantes en silencio hasta que él le preguntó:

–¿Dónde y cuándo?

–El sábado en la casita del campo. Debes estar a la siete para la cena, y lleva una botella de champán. Unas rosas no estarían de más.

–Allí estaré–, concluyó él y salió de la casa.

Cuando llegó por la noche encontró todas las luces apagadas. Al entrar las encendió, y pensó que Amanda habría salido con alguien, pero luego recordó el trato y el que ella le había dicho que si aceptaba se iría ese mismo día. Caminó a la cocina y al estudio, todo estaba limpio y ordenado. No había ningún rastro de cosas de ella, como sus libros. Decidió ir a la habitación, allí encontró todo en orden también. Tenía miedo de ver el armario, pero igual lo hizo y sólo estaba su ropa. Todo lo que era de Amanda ya no estaba en esa casa. Se sentó en la cama y se quedó aletargado en el tiempo. No sabía qué hacer o qué pensar, no sentía nada… sólo estaba ahí mirando sin mirar.

Faltaban cuatro días para el sábado. Esos días evitó estar mucho tiempo en casa, y procuraba llegar lo suficientemente cansado para no pensar en nada. Se obligaba a trabajar para no pensar, y en casa su escape era dormir. Se preguntaba si de verdad debía ir a actuar en esa “obra teatral”, pero si lo hacía tenía la palabra de ella de que jamás la vería de nuevo. En ese momento eso parecía un remedio a la situación que vivía.

Llegó el sábado y prefirió no ir a trabajar alegando una enfermedad. Su sentir respecto a la cena era demasiado confuso pues quería verla, pero no estaba seguro del porqué. Quería odiarla, pero recordaba que debía actuar esas horas como habían acordado. A veces quería que las horas marcharan rápido, y otras veces no quería que llegara el momento. Estaba ansioso por alguna razón, y al mismo tiempo tenía cierto miedo.

La casita del campo estaba a unos cuarenta y cinco minutos de ahí, así que debía salir temprano. Fue hasta una floristería a comprar rosas. Había muchos ramos por todos lados con distintas flores y perfumes. Pidió ayuda a la encargada para escoger el que debía llevar, y ésta le preguntó si aquella era una ocasión especial como un aniversario, él respondió que no, pero que iba a ser una cena romántica. La chica buscó un arreglo muy bonito que llevaba forma de corazón, por un instante él pensó que no sería bueno ése porque sería muy hipócrita regalar algo tan hermoso a alguien a quien despreciaba tanto, pero la regla era “como si estuvieran enamorados” así que accedió a llevarlo. Luego buscó la botella de champán. Todo esto le parecía una locura, pero aún así prosiguió con la obra.

Al llegar vio el auto de Amanda estacionado afuera. Comenzaba a oscurecer, y el cielo estaba despejado. Decidió entrar entonces a la casa junto a las rosas y su botella. Adicionalmente llevaba una carpeta con unas hojas adentro. Tocó la puerta y esperó hasta que ella la abriera.

–¡Hola!

Lo recibió en la puerta con una gran sonrisa. Llevaba puesto un bellísimo vestido negro que le llegaba hasta por encima de la rodilla. Lucia una cadena con piedras preciosas, y su cabello estaba suelto. En su mano ya no estaba el anillo de matrimonio.

La gran obra de teatro comenzaba.

–Espero no llegar tan tarde. Traje algo de tomar y éste pequeño obsequio.

Ella le invita a pasar, y se queda maravillada por las rosas con forma de corazón. Era un arreglo muy fino y delicado.

Luego de entrar, él dejó sobre la mesita aquella carpeta que llevaba y le dijo:

–Aquí hay algo que al final debes revisar y firmar.

Ella entendió, pero le dio poca importancia al comentario porque eso no pertenecía a la obra que estaban representando. Dejando de lado cualquier distracción, ella le señaló que pasara a la sala donde todo estaba listo.

Al fondo la chimenea encendida. Cerca de la ventana, que siempre había mostrado un bello paisaje de luna, estaba una mesa con dos velas encendidas. También sonaba una música suave. La apariencia del sitio era perfecta, ella se había esforzado mucho para esta ocasión. Buscó dos copas y puso champán en ellas, él saboreó y miró a su alrededor… el sitio le daba cierta paz. Ella vio que estaba algo distraído, entonces le dijo que arreglaría la mesa y serviría la cena.

Ya en la mesa se sentaron uno frente al otro. Ella le hablaba de muchas cosas como música y arte, pero él parecía muy lejos de ahí pues estaba confundido, no sabía con certeza qué quería ella con todo eso. Por su parte, Amanda comprendía que no estaban ganando nada pues uno estaba frente al otro como si fueran desconocidos. Lo miró y susurró:

–Te quiero.

Él levantó su mirada hacia ella. Luego ella miró hacia su derecha donde ya se mostraba la luna y las estrellas.

–Toda mi vida había soñado que quería conocer a un hombre maravilloso, y lo hice–, empezó a hablarle. –Él me hacía soñar como nunca. Cuando cerraba mis ojos, él estaba ahí mirándome y siguiéndome. Miraba la luna y veía su cara, y si veía su cara me iluminaba como el sol.

Hubo silencio. Ella miraba con nostalgia la pequeña llama de la vela.

–Ese hombre me hizo muy feliz, pero lo engañé.

–¿Por qué?–, le preguntó serenamente.

–Por orgullo, por rabia–, prosiguió ella sus palabras.

Toma un sorbo de champán y se levanta para caminar unos pasos hacia la ventana.

–Sus labios me desnudaban la vida, sus manos erizaban cada vello de mi piel, él movía mi todo y yo era suya cómo quisiera y cuánto quisiera. No había otra razón que me diera el aliento para continuar el día a día. No había más alegría que sentirlo dentro de mí, lo deseaba, lo quería y lo amaba. Pero cuando creí que me engañaba me sentí herida y burlada, pensé que yo le había entregado mi vida en bandeja de plata y él simplemente la había tomado, usado y desechado. Cuando me sentí deseada por otro hombre, cuando pensé que ese deseo podría traerme algo de atención accedí, sólo para darme cuenta que en mí nadie podría reemplazar al verdadero amor de mi vida, aunque incluso ese amor ya se alejara por su propio pie.

Él se levantó y se puso a su lado mirando las estrellas. Ella se acercó a él y él se volteó a mirarla. Poco a poco se acercaba con ánimos de besarlo, y entonces sintió su aliento mezclándose con el de él mientras mantenían sus ojos cerrados, se tocaron los labios y se besaron. Él le correspondió por un momento, pero luego dejó de hacerlo y ella sintió su rechazo. Fue entonces cuando comprendió que eso era todo, asintió y se dispuso a buscar su bolso, sacó las llaves de la casa y las puso encima de la mesa. Cuando se preparaba para irse, él le dijo que esperara, que no se fuera. Había concluido que debía continuar con el trato y el teatro, y si eso quería ella... le iba a corresponder.

–De este lado se ven mejor las estrellas.

Amanda asintió. Luego volvió a su lado a seguir mirando las estrellas, ahora era él quien la buscaba volteando su cara y besándola de una manera muy apasionada. Empezó a desearla con mucha ansiedad, y ella lo detuvo por un momento diciéndole:

–Más deseo y menos ansiedad.

El entendió su mensaje.

Él bajó el cierre de su vestido lentamente, acariciaba su pierna y el resto de su cuerpo. Se amaron como desde hace mucho no lo hacían. Quedaron acostados en la alfombra, y por un momento se quedaron mirando fijamente mientras él estaba encima de ella. Amanda acariciando su rostro le dijo:

–Te amo con todas las fuerzas de mi alma.

–Mi razón eres tú, yo sería capaz de dar la vida por ti–, le respondió.

Luego él se movió a un lado y puso su cabeza sobre el pecho de ella. Se sentía vulnerable, como pocas veces en la vida, pero sentía que era protegido por ella.

A la mañana siguiente, cuando Carlos despertó, se dio cuenta que sólo él estaba allí. Las llaves seguían en la mesa. Se levantó y la buscó, pero no la encontró. Recordó entonces el trato, y miró hacía la mesita donde la carpeta que él había llevado estaba abierta. Se acercó y vio claramente la firma de su esposa en los papeles que eran el poder que ella le concedía, o en otras palabras su renuncia a la partición de bienes. Asimismo, ella le había dejado su anillo de matrimonio allí.

Comprendió entonces que había acabado el teatro.

Ese lunes habían quedado para firmar el divorcio. Cuando él llegó, ya Amanda estaba allí. Se sentaron a esperar uno al lado del otro, no cruzaron ni una palabra. Había muchos divorcios para ese día, ellos eran la quinta pareja. En la primera se podía ver la rabia que se tenían; en la segunda cada uno estaba por su lado; la tercera era como ellos pues estaban calmados esperando; la cuarta era más alocada pues cada uno andaba con su nueva pareja y conversaban los cuatro como grandes amigos. Cada quien vivía la situación a su manera.

Cuando llegó el momento pasaron al despacho. Todo estaba listo sólo faltaban las respectivas firmas. Se les hizo la pregunta de rigor:

–¿Están seguros de dar este paso tan importante? O por el contrario, ¿ustedes creen que necesitan tiempo para pensar las cosas?

A lo cual Amanda respondió que continuara porque ya todo estaba decidido. Carlos se quedó pensando en que Amanda le había dado su palabra con el trato, y estaba actuando de la manera que prometió. Amanda preguntó a la persona que los atendía que si quedaba todo listo con la firma y si luego podrían irse, a lo cual le respondieron que sí.

Ella recibió los documentos y firmó de inmediato. Luego le tocaba firmar a él, y en ese momento Amanda se levantó de su silla y se alejó unos pasos con dirección a la puerta. Cuando él tomó el bolígrafo y lo colocó encima del papel, ella miró al piso con gran dolor en su pecho, abrió la puerta y se fue sin mirar atrás.



Waldylei Yépez



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005.Última charla.Colección Mi respuesta.Waldylei Yépez.docx
31/08/06 04:36 p.m.
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miércoles, 30 de agosto de 2006

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Pajarito herido

Pequeña ave color nieve, hoy te ha deslumbrado la belleza. Esa gran distracción te ha desviado de tu camino. Te refugias en la rama más alta y tus alas descansan de su lucha, pero tus ojos se mueven en todas las direcciones.

Allí, a los pies de tu árbol, juega una niña con su muñeca. La ocasión es una gala pues las princesas siempre esperan príncipes, y para tu presentación sacarás la mejor carta de tu ala.

Vestido con tu mejor traje te has presentado, y con ese canto melodioso su simpatía has logrado. Ella te ha enamorado con su esencia, y has sentido tu corazón brincar de nuevo.

Pero ella ha visto una herida en tu alita, supuso que fue causada por otra niña que poca precaución tuvo, y por eso aquella sangre sobre la nieve. Te ha mirado con ojos de ternura y te ha tomado entre sus manos besándote. Has sentido su calidez, su bondad, su dulzura y candidez. Se ha propuesto curar aquella herida.

Cantas como nunca. Le has traído florecillas de uno y mil colores: rositas, margaritas y hasta girasoles. Por su parte, ella te dibuja un corazón con crayones.

El pajarito herido que una vez se ahogó entre su sangre, ahora ha dibujado con ella, sobre sus plumitas, un corazón vibrante. Ha hecho de su dolor una obra arte, cuando el amor llegó para sanarle.



Waldylei Yépez



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004.Pajarito herido.Colección Mi respuesta.Waldylei Yépez.docx
31/07/06 10:10 p.m.
30/08/06 04:40 p.m.
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jueves, 3 de agosto de 2006

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En cada lugar

Quizás el día de hoy fue como ayer,
pero muy distinto al mañana.
Ya veré si mañana es igual al hoy
o si depende del ayer.

De cualquier manera,
si mi pie sigue al otro en su marcha
seguramente cambiaré de sitio;
así como también tropezaré, si no miro el piso.

Tanta es la razón de la lógica ilógica.
Hay tantas cosas que parecen obvias a la vista,
otras al tacto y al gusto, pero, ¿dónde queda la locura?
y, ¿qué es la locura sin pretender definirla?

¿Acaso hay que definirlo todo? ¿Habrá siempre una explicación?
¿Acaso es requisito para vivir ser lógicos en cada paso?

Muchas veces llegamos a donde queremos dando tropiezos,
y detrás de los tropiezos siempre hubo razones.
Claro, que no nos beneficiaran ya era otra cosa,
pero no creo que siempre se pueda ser racional.

Así empiezan mis pensamientos al querer escribir algo nuevo. El día culmina bailando con un oscurecer un poco frío y silencioso. Y yo, como toda una espía, vigilo los movimientos de la luna para saber si camina o se esconde al son de la noche.

Dentro de poco tiempo se acabará la última vela que me queda. Lo escaso que tenía ahorrado se ha ido al comprar dos pedazos de pan que debo rendir una semana. Mi viejo vestido de seda se encuentra guardado en un cajón, mientras yo ando en harapos.

Por la ventana entra un rayo de luz muy bonito que llega hasta un rincón. Parece un cabello de luna que se ha separado un instante de los demás, quizás ha venido para darme su luz tenue o para acompañarme. Al mismo tiempo ha alumbrado una vieja foto de mi padre. ¡Oh, qué bellos momentos cuando él estaba aquí! Recuerdo que él me enseñó a hacer lápices provisionales con pedazos de carbón, y también me enseñó a leer y escribir aunque la gente del pueblo crea que no sé.

¡Oh, Luna! Es tanto lo que debo contarte de mi vida, pero hay una cosa que me urge decirte en este momento. Sucede algo conmigo, y no sé qué es lo que me afecta en sí, pues este algo que siento es muy extraño, no lo había sentido antes.

En la vida he entendido qué es el hambre y la sed, qué es la ignorancia y la inteligencia, y qué es el arduo trabajo, pero no sé qué es esto que siento en mi pecho; siento que me presiona tanto que mi corazón quisiera salirse por la boca. Y duele, duele mucho. No sé si estoy enferma, pero tampoco puedo ir a un doctor. Acudí al curandero del pueblo, pero me dijo que ya estaba condenada, que sufriría de esto hasta morir, pero que eso no sería pronto. No me dijo cuál era la razón, ni cómo se llamaba esta enfermedad terminal.

Luna, cuánto desearía que me hablaras y me dijeras qué tengo. ¿Cuál es la cura? ¿Por qué siento que algo me falta aquí dentro? ¿Qué es este mal que está sintiendo mi pecho? Parece una emoción muy fuerte e incontrolable. Dime, amiga Luna, ¿qué puedo hacer? Por favor, dame una respuesta. Por favor, contéstame. Tú lo sabes todo. Tú estás en cada lugar. Tú conoces todo, y más allá. Ayúdame a comprender este sentir, ayúdame a sanar este mal al que no le encuentro lógica ni explicación. Por ahí me dijeron que tal vez podría ser amor, pero no sé de qué se trata ese mal ni su razón.



Waldylei Yépez



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037.En cada lugar.Colección Andanzas 2006.Waldylei Yépez.docx
03/08/06 10:26 p.m.
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Confesiones

Adriana era una joven sencilla. Tenía un don especial para el piano, pero era muy insegura de sí misma. Su madre hizo mucho hincapié en que buscara un curso, que aprendiera. Un día caminando por el centro de la ciudad vio un aviso sobre eso, se quedó pensando un instante hasta que decidió preguntar. Ella ya estaba predispuesta, esperaba que le dijeran que no era buena, pero si le decían eso pues sería la solución para que su madre no tocara más el tema.

Al entrar al lugar vio a un joven muy apuesto que se disponía a atenderla. Él era alto y corpulento, con ojos color café y una presencia de líder que le hacía destacar. La actitud que él mostraba le gustó mucho, así que se quedó como perdida unos segundos mientras le miraba y despertó sólo cuando él le preguntó en qué podía ayudarla. Ella titubeó un poco pues ni siquiera recordaba lo que iba a preguntar. Luego de un instante dijo:

–Estoy aquí porque quiero conocer sobre los cursos de piano. Mi madre cree que tengo una especie de don, y no deja de molestarme con eso. Le he dicho que no es así, pero no hay quien pueda con ella–, se sonríe.

–No es bueno que te predispongas de esa forma. Si ella lo dice por algo será. Por tu parte, deberías comprobarlo sin adelantarte a ninguna conclusión. ¿Has tocado piano antes?

–Sí, hace algunos años. Mi tío me enseñó un poco antes de que tuviera que venderlo–, se nota en ella un poco de nostalgia.

–Tengo un piano disponible. ¿Te gustaría tocar algo? Así sea corto, no importa. Luego puedo darte la información sobre inscripciones. Yo soy el instructor, me llamo Joel–, le extiende su mano.

–Mucho gusto, yo soy Adriana. Pues no recuerdo muy bien cómo tocar, pero no despreciaré tu ofrecimiento. Veamos qué resulta.

A Joel le había gustado el desenvolvimiento de Adriana, así que hizo lo que pudo para que se inscribiera, y ella accedió después de mucho pensarlo. Cuando iniciaron las clases le empezó a molestar ciertas actitudes de grandeza y discriminación de algunas compañeras, pero se enfocó en su objetivo que era aprender y optó por ignorarlas.

Pero había otra compañera en la clase, su nombre era Marta. Tenía cabello largo color de sol y ojos azules. Sus modales eran finos, pero a diferencia de las otras compañeras no perdía el tiempo en alabanzas para sí o discriminando a las personas. Ella era mucho más humana. Se esmeraba en practicar y practicar para ser la mejor, y durante el curso Joel siempre la eligió antes que a cualquier otra persona. Le decían: “La favorita del profe”, pero Adriana siempre se mantuvo al margen de esos comentarios.

Todos allí sabían que a Marta le gustaba Joel. A Joel le llamaba la atención Marta, pero también le agradaba Adriana. En más de una ocasión le insinuó que era hermosa, y que no podía creer que no tuviera novio.

Al finalizar el curso se debía elegir a un estudiante que, en representación del grupo, tocaría ante un público de cien personas. Para ello se hizo una especie de concurso, y todos tuvieron la posibilidad de participar. El jurado estaría conformado por los distintos profesores de la academia. Marta eligió tocar un bellísimo clásico. Adriana también tocó una pieza clásica, pero con algunas modificaciones personales y otras hechas por otra profesora. El resto del grupo también se lució con las piezas elegidas por ellos. Al jurado le había fascinado la actuación de Adriana porque había sido muy creativa, pero Joel se opuso diciendo que Marta había sido muy profesional durante todo el curso y que ella era quien debía tocar en el auditorio. Cuando se dieron a conocer los resultados, algunas personas sospecharon que Marta había ganado porque era posible que existiera una relación sentimental entre ella y el profesor, pues a los ojos de estas personas Adriana se había esforzado en su actuación y era ella quien merecía el premio y no Marta.

Posteriormente, Joel habló con Adriana para hacerle un comentario al respecto.

–Adriana quiero felicitarte. Pienso como pensó el jurado que tu actuación fue muy creativa. Hay que reconocer que mostraste un gran esfuerzo y trabajo en equipo junto a la profesora que te ayudó. Elegimos a Marta porque siempre se ha esforzado, siempre ha tratado de dar su ciento por ciento, y tú sólo lo diste al final. Somos amigos y me conoces, me gusta ser objetivo e imparcial por eso no es cierto lo que algunos piensan. Tu madre tuvo razón siempre, tienes el don, pero un don sin esfuerzo no llega lejos. Tienes mucho potencial, tienes el talento para ser la mejor, pero te hace falta más disciplina, más confianza en ti. Has dado apenas un pequeño porcentaje de lo que puedes llegar a hacer, cuando decidas ser la mejor aquí estaré para apoyarte y ayudarte. Quizás no puedas representarnos en ese auditorio, pero estoy seguro que si te lo propones lograrás algo mucho mejor. Te guardaré un puesto en primera fila, no llegues tarde–, se sonrió.

La presentación fue un gran espectáculo que todos disfrutaron. La academia aprovechó la ocasión para dar reconocimientos a sus mejores estudiantes, incluyendo entre ellos a Marta y Adriana. Marta felicitó a su compañera instándola a que siguiera practicando y mejorando. Adriana, por su parte, le confesó su admiración.

Unos pocos meses después, Adriana y su mamá se fueron a vivir a otro lugar. En su destino le esperaba un buen empleo y una mejor calidad de vida; allí también prosiguió con su pasatiempo favorito: tocar el piano. Luego de mucho tiempo regresó a su ciudad natal porque se enteró que el piano que había sido de su tío estaba en venta de nuevo, y para ella ese piano tenía un valor sentimental muy alto. Así que costase lo que costase, quería recuperarlo.

Antes de volver a casa, pasó por el frente de aquella academia donde había aprendido tantas cosas. Recordó esos días y a su profesor. Decidió entrar y, para su sorpresa, el instructor Joel reapareció para atenderla como lo había hecho años atrás. Sintió alegría y él también. Se dieron un abrazo lleno de afecto pues siempre habían sido amigos. Cada uno siempre tuvo un trato especial con el otro, aunque él fue en muchas ocasiones estricto y exigente con ella.

Recorrieron los pasillos contando uno al otro sobre sus experiencias de vida y aprendizajes. Ella le dijo que estaba de paso, que había regresado para comprar un piano y que volvería a casa ese mismo día. Por su parte, él confesó que añoraba volver a verla, saber cómo estaba y si había seguido mejorando su habilidad para tocar. Ella le correspondió diciendo que también había querido verle en más de una ocasión.

–¿Qué puedo decir Adriana? Las cosas han marchado bastante bien por aquí. Me casé con Marta unos meses después de que terminara el curso en el que participaron. Ella es toda una profesional; excelente mujer, amiga, esposa y colega. Espero pronto poder decir: la madre de mis hijos. Claro como toda pareja siempre ha habido algunos roces, pero nada que el amor no pueda arreglar. Sigo impartiendo clases tan estricto como me conociste. También participo en alguna que otra presentación. Me esfuerzo por ser feliz, eso hago.

–Me alegra, me alegra mucho verte sonreír como siempre. Se ilumina todo tu rostro. Hemos sido bendecidos con cosas muy buenas ambos. Yo también estoy trabajando con gente muy colaboradora, sigo tocando para mejorar y creo que he aprendido bastante. También conocí a una bella persona de la cual me enamoré, tenemos mucho en común y me ha demostrado que me ama. De hecho, mañana será mi matrimonio, y quería tener el piano que vine a buscar para tocarlo en esta ocasión tan especial. Significa mucho para mí, y quiero que mi tío me acompañe como lo hacía cuando era pequeña.

–¡Qué afortunado es ese hombre que se casará contigo! Me hace recordar el pasado, pero no creo que tenga caso hablar sobre eso a estas alturas de la vida…

–¿Hablar sobre qué? ¿Qué hay en el pasado?–, preguntó ella algo confundida.

Después de un corto silencio él le respondió.

–Hubo una vez que tuve entre mis estudiantes a un ángel. Era una hermosa mujer. Me encantaba su manera de ser, y su alegría se convirtió en mi propia alegría. Era ingenua, dulce y siempre buscaba el lado rosa de las cosas así fueran malas. Tenía una habilidad innata para el piano, pero era inconstante en sus esfuerzos. Yo quería que fuera la mejor y para eso debía exigirle, pero ella era fuerte y era frágil a la vez. Yo sabía que si le exigía como quería hacerlo tal vez se iba a frustrar, y después me odiaría… yo no habría podido aguantar esa mirada. Me sentía como un padre, deseaba para ella los logros que ella por sí misma nunca desearía. Ella no buscaba ser la mejor entre mejores, pero yo lo quería así. Sin embargo, me acobardé y dejé que siguiera su propio ritmo. Cada vez que la escuchaba tocar algo dentro de mí gritaba: “¡Puede hacerlo mejor! ¡¿Por qué no lo hace?! ¡Debe hacerlo! ¡Debe esforzarse más!”, y muchas veces se lo dije con seriedad y otras simplemente opté por callarme. No debía presionarla, así que tuve que aprender a calmarme y comenzar a tratarla como al resto del grupo. Fui duro en algunas ocasiones con ella, pero ella también sabía que era cierto lo que le decía. Lo hice porque la quería, pero siempre hubo una distancia que nunca me permitió decirle esto cabalmente.

Dio unos pasos, y luego prosiguió.

–En varias oportunidades me dieron ganas de invitarla a algún sitio. Quería llevarla a tomar un café, a caminar por un parque o ir a la playa. Llegué a imaginar que la besaba, y que por fin ella encontraría la voluntad necesaria para dar el ciento por ciento. Llegué a imaginarme entre sus brazos. Ella fue algo especial, algo puro; era ilusión, era alegría, era algo imaginado entre tanta realidad. Y nunca se lo dije, sólo le insinúe que era hermosa. Sólo eso.

Adriana no podía creer lo que había escuchado. Caminó hacia la ventana más cercana y se quedó mirando el paisaje. Quería decir algo, pero estaba buscando las mejores palabras para hacerlo. Joel seguía algunos pasos detrás de ella atento a lo que pudiese decir, y por un instante se arrepintió de su confesión. Adriana se volteó y le dijo.

–Me toma por sorpresa todo cuanto has dicho. Es cierto, a veces pensé que yo te agradaba, pero la mayoría del tiempo yo sabía quién era yo y qué lugar tenía. Yo no era Marta, y no podía competir con ella o compararme pues no quería hacerlo. Dudé pues no había posibilidad de que fuera la elegida, nunca lo fui ni siquiera dentro del curso. La semana antes de la presentación, cuando se hizo el anuncio para que todos participaran en el concurso, yo me esforcé como nunca y pedí ayuda aquella profesora. Jamás me habían elegido, y pues quería ser seleccionada por lo menos al final. Había cometido errores, y de seguro los seguiría cometiendo, pero estaba dispuesta a poner todo de mí para dar una pequeña retribución a tu esfuerzo, a tu paciencia; quería que estuvieras un poquito orgulloso de mí, aunque fuera un poquito. El resultado no me sorprendió; y no sentí envidia, pero claro que sí frustración. Me decía que, por lo menos, lo había intentado y que era muy difícil convencer al jurado. Hasta que, por mala suerte, escuché a los profesores decir que habías sido tú quien se opuso a que yo fuera elegida, entonces ahí sí me dolió mucho. Eras mi profesor y no habías creído en mí.

Ella hizo una pequeña pausa.

–Pensaste que no me esforzaba, pero cada día traté de mejorar un poquito. Recuerdo que cuando tenía un adelanto me ponía muy ansiosa por mostrártelo, pero luego se desvanecían las ganas cuando pensaba que no sería suficiente para ti. Cuando lograba algo era lo mismo, sin quererlo y sin saberlo me cohibías. Durante algunas prácticas lloraba y me decía: “¡Yo sabía que no servía para esto, yo lo sabía! ¡Esperan más de mí y no puedo darlo, no puedo!”, y así continuaba mi agonía. Yo misma caí en un círculo inhibitorio, durante el curso y después de él. Pero, ¿sabes qué me ayudó a salir de todo eso? Tus palabras, ese día cuando me explicabas por qué no había sido elegida. A veces la verdad no te da alegría o calma, pero sí ayuda en algo aunque tardes en darte cuenta. Así comprendí que sí creías en lo que podía hacer, pero que aún no estaba preparada y que todo dependía de mí. Desde ese día, y actuando tan independiente como siempre he sido, y sin importar que me dijeran que estaba feo algo, comencé a crear una melodía personal que he trabajado por años. Ya está lista y será mi auto-regalo de bodas. Voy a compartirla contigo.

Adriana camina unos pasos hasta llegar al piano que se encontraba en la sala. Toma asiento y eleva sus manos por sobre las teclas. Su rostro dibuja una expresión de búsqueda, como si ella navegara por lo recóndito de su mente para encontrar un tesoro. Luego de un instante sus dedos comienzan a moverse, y comienza una agradable melodía. Joel queda maravillado mientras la ve tocar como nunca. Se siente tan orgulloso ahora, ella había alcanzado la cúspide que tenía destinada.

Luego de unos minutos vuelve el silencio.

Joel se acerca al piano, y con una gran sonrisa le dice que es una bella melodía.

–Me ha hecho viajar entre tantos recuerdos. Es una mezcla que no puedo describir. Puede mover cualquier sentimiento, y alzar la alegría o el llanto. Es sencillamente maravilloso.

Ella le sonríe.

–Lo que haces con sentimiento, a los sentimientos afecta. He buscado un nombre para esta obra y tardé en dar con él, pero lo conseguí: “Confesiones a piano”.

–¿Por qué ese nombre?

–La música revive instantes y sentimientos vividos. Esta melodía en particular confiesa muchas cosas, eso explica cómo puede mover tantos sentimientos distintos. La única forma de sentirte afectado es que ella reviva lo que tú has vivido anteriormente, para ello desnuda su alma sin palabras y la tuya lo entiende así. La melodía te confiesa lo que siente y tú lo sientes con ella. Te habla del amor, de la ilusión, de la añoranza y la nostalgia; de ese amor perdido y de ese amor ganado, de lo cobarde que somos y lo valiente que podemos ser. Habla de mi tristeza al dejarte ir y de mi alegría por tu alegría. Habla de lo absurdo que puede ser querer a alguien y nunca tener el coraje para decírselo por miedo, y sobre todo habla… de lo mucho que te quiero.

Ella vuelve su mirada al piano.

–No sentí que fuera la mujer para ti, yo jamás podría tener tus logros. Tú eras todo cuanto yo quería: sinceridad, firmeza, liderazgo, sensibilidad, honestidad, respeto,… Todas las cualidades que siempre había buscado en alguien, pero resulta que me ganó el miedo. El miedo a no ser lo que buscabas o necesitabas, miedo a fallarte y a equivocarme. Pero, ¿quién no se equivoca? Hasta para decir “te quiero” la gente se equivoca; titubea, grita, llora, pero yo nunca me atreví a nada de eso. Qué contrariedad, después de tanto tiempo diciéndonos a nosotros mismos que debíamos callar… míranos confesando todas estas cosas.

A lo lejos se escucha el sonar del reloj. Adriana se levanta de su asiento.

–Se hace tarde y debo empezar mi viaje. Además no quiero quitarte más tiempo, entiendo que debes cerrar aquí y volver a casa. Hoy ha sido un gran día, gracias por tu tiempo y por escucharme. Supongo que cada uno se ha liberado de la carga que representa llevar un secreto.

–¿Debo suponer que ya no volveré a verte?

–Quizás sí, quizás no, nadie sabe lo que puede pasar mañana. Nadie tiene la verdad en sus manos, y nunca nada es absoluto así que no puedo dar una respuesta a tu pregunta. Quizás enviemos a nuestros hijos al mismo colegio, quizás hasta nos encontremos en algún auditorio, quizás me invites a la fiesta del primer cumpleaños de tu hijo o hija, o hasta puede que seas el instructor de piano de los míos. Lo importante es saber que pase lo que pase siempre va existir un cariño muy especial entre los dos, y que siempre podrás contar conmigo y lo digo en serio.

–Creo que siempre nos quedará la pregunta de qué pudo haber pasado.

–Hubiera pasado lo que ha pasado, que somos grandes amigos y que ni la distancia ni el tiempo podrán hacer que olvidemos las enseñanzas que nos hemos dejado mutuamente. Eres mi maestro y yo tu aprendiz, y esa unión no se borra nunca.

El asintió.

–De verdad, fue agradable encontrarte–, le dice Adriana mientras extiende su mano, y él la estrecha con mucho afecto.

–No te olvides de mí.

–Nunca. Hasta luego, profe.

Adriana inició su viaje junto al piano que le había acompañado de niña.

¿Cuánto puede confesar un piano?
¿Cuánto puedo confesar yo?
¿Está bien si le digo que lo amo?
¿Está mal lo que grita el corazón?

Cada quien tiene su vida,
y es que en ella no estoy yo.
Lo que puede confesar un piano…
es lo que grita mi tonto corazón.



Waldylei Yépez



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