domingo, 29 de abril de 2007

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Mi Maestra y su Discípula

017. Mi Maestra y su Discípula. Mi respuesta. Waldylei Yépez.doc

« ¡Yo lo he hecho todo solo, a mí nadie me ha ayudado en nada! ». Alguien gritó.

Di un pequeño brinco de susto al escuchar aquello; el grito me sacó de mi letargo pues venía entretenida pensando… en nada, supongo que simplemente caminaba. Iba por la calle de Las Piedras, rumbo al lugar donde trabajaba, cuando aquel chico salió furioso de su casa. Aunque yo tenía corta edad podía reflexionar con madurez. « ¿Será cierto que podemos hacer algo, a pesar de que absolutamente nadie nunca nos de una mano? ». Y a partir de ése punto del camino, hasta llegar a la casa donde yo limpiaba, pensé en la veracidad de su argumento.

Pero como todo pensamiento es por momento, al arribar a mi destino dejé aquellas reflexiones de lado y me puse a realizar mi cometido.

Mi madre era la que originalmente trabajaba en aquella casa, pero hubo una época que por distintas razones no pudo asistir, en su lugar fui yo voluntariamente para ayudarla a no perder el empleo. La señora Emilia se opuso porque era aún una chiquilla, pero le expliqué la necesidad y mi voluntad de trabajo; no muy convencida me dejó laborar una semana pensando que desertaría, pero para su sorpresa yo regresaba al trabajo siempre.

Ella era una señora adulta muy elegante. Blanca con ojos color café, cabellos cortos dorados y una sonrisa espectacular. Yo pensaba, muy cariñosamente, que ella era mi linda abuelita, pero por supuesto no se lo decía. Tenía dos hijos que no vivían con ella pero que siempre habían estado al pendiente.

La casa tenía una gran biblioteca, llena de muchos libros de distinta índole. Ella le llamaba: “El Baúl del Conocimiento”. Pocas veces yo entraba allí, cuando ella me dejaba y estaba presente; era celosa con sus “reliquias” en letras, decía que todo libro era importante porque de todos se aprendía. Así que los trataba con sumo cuidado.

Un par de años más tarde, vino una joven chica a la casa. Habló con la dueña en el estudio un buen rato. Al despedirse le dijo: Hasta luego Maestra, y se marchó.

« ¿Maestra? » pensé. No sabía que era una maestra, pero debí suponerlo por todo cuanto leía y estudiaba.

Ése mismo día mi madre se reincorporaba a su trabajo, y pues yo tenía que salir de su puesto. Me despedí de la señora Emilia y agradecí el tiempo que me dejó laborar a su lado. Lamentaba aquello, por alguna razón le había tomado cariño a aquella mujer aunque la había contemplado más tiempo en silencio que lo que hablábamos.

Algunos días después, me encontraba en casa leyendo unos libros, y realizando ejercicios de cálculo aritmético, cuando llegó mi madre de casa de la “Abuelita” Emilia. Como siempre, la recibí y pregunté cómo había estado su día.

- Todo estuvo bien. Por cierto, la Señora Emilia desea limpiar cuanto antes la Biblioteca y quiere que la ayudes si puedes. Va recibir una alumna nueva pronto.

- ¿Sabes mami? Trabajé algún tiempo con ella pero nunca supe que era maestra.

- No es cualquier maestra. Ella sabe muchísimas cosas, es súper inteligente. Lo que pasa es que es muy reservada, y además nuestro trabajo es nuestro trabajo, no estarle sacando conversación a la dueña.

Entendí lo que trató de decirme de inmediato.

A la mañana siguiente, llegué puntual a la casa para ayudar con la limpieza. Quitamos todo el polvo de los libros. Dejé el piso tan brilloso como mi madre me había enseñado. Además, limpié muy bien los instrumentos musicales que tenía allí, entre ellos el piano que me encantaba ver. Varias veces hice ademán de decir algo, pero recordaba lo que había dicho mi madre, así que callé en cada oportunidad.

- Eres muy reservada -. Me dijo rompiendo el silencio de repente.

Asentí.

- Has trabajado mucho tiempo aquí y poco sé de ti. No hemos tenido ninguna conversación informal -.

Volví asentir.

- ¡Niña acaso te comieron la lengua los ratones! -. Y soltó una carcajada.

Yo también reí.

- Disculpe Señora, es que nunca he sabido qué decir, entonces espero a que usted hable mejor -. Continúe limpiando algunos adornos de la mesita que ella tenía en frente.

- ¿A qué te dedicas a parte de estar aquí ayudando a tu mamá? -.

- En el tiempo que no estoy aquí: estudio, leo libros y escribo.

- ¡Oh! ¡Tenemos una escritora por aquí! ¿Y qué edad tienes ahora pequeña? -.

- Tengo quince años -.

- Bien. ¿Sabes? La chica que viene mañana tiene cinco o seis años más que tú, es mi nueva alumna. La viste anteriormente porque tú la recibiste. Comenzaremos las clases, pero necesitaré ayuda para realizar algunas transcripciones, buscar las tareas que le voy a poner, etc. Me gustaría saber si me puedes ayudar -.

Me alegré mucho al escuchar aquello. Mi madre había dicho que ella era muy inteligente, quizás podría aprender algo. No sé si mis ojos delataron mi alegría, pero mi voz al responderle sé que sí lo hizo.

- ¡Claro que sí! -. Al escucharme a mí misma, de inmediato aquiete mi ánimo, no quería estropear la oportunidad que me estaba dando, con esto quizás ella empezaría a confiar en mí.

- Bueno, tu tarea será llevar o traer algún material de apoyo, hacer algunas transcripciones, traer refrigerio, limpiar el sitio de trabajo y cosas así. Por supuesto, esto será tu trabajo así que lo remuneraré, y si resulta que un día suspendo alguna clase igual tú vienes y ayudas a tu mamá con el trabajo de la casa. ¿Sí? -.

Asentí.

- Sí, Señora -. Respondí con una pequeña sonrisa.

Posteriormente, le conté esto a mi madre toda entusiasmada, pensé que si me dejaba estar, por ejemplo cuando le enseñara historia, yo pondría mucho cuidado para escuchar las clases y aprender con ella en silencio.

Llegó el siguiente día. Eran las 9 de la mañana, cuando la señora entró con su alumna a la biblioteca. Yo tenía todo listo, limpio y ordenado. Sonreía.

Cada una se sentó en su respectivo puesto. Yo había estado bien hasta ése momento, pero hubo algo en aquella chica que “chocó” conmigo sin siquiera mediar palabra alguna. Había algo de ella que no me gustaba del todo. Alejé ése pensamiento de mí, y esperé entusiasmada el inicio de la clase.

La Señora se quedó mirándome. Pensé que me diría que me sentara, pero al contrario me dijo que por los momentos no me necesitaba, que podía retirarme a la cocina para ayudar, que cualquier cosa ella me llamaba. Aquello fue como un balde de agua fría, pensé que podría quedarme pero me había equivocado.

Asentí y fui retirándome, mientras ella tomaba un libro de historia que tenía cerca.

Los siguientes veinticinco meses pasaron. No asistí a ninguna clase completa, sin embargo pude escuchar algunas enseñanzas de historia, filosofía, e incluso pequeñas instrucciones de cómo tocar el piano y algunas de las canciones que más le agradaban a la Señora Emilia. Por otra parte, aproveché el tiempo al máximo y todo lo que tenía libre lo dedicaba a leer los libros cuando ni la alumna o maestra se encontraban en casa. En esos meses, leí sobre geografía, historia, biología, filosofía, psicología, practiqué cálculo, entre otras. Además, mejoré las técnicas para escribir mejor, leí algunos clásicos, novelas, poesías. Y cuando la Señora Emilia se iba a casa de su hermana, y yo sabía que regresaba tarde, me ponía a practicar con el piano que era el instrumento que más me gustaba. Ella nunca me había prohibido entrar a la biblioteca o leer los libros, sin embargo, yo no le dije que lo hacía cuando ella no estaba.

Algún tiempo después, la joven alumna comenzó a dar problemas, y la Señora Emilia la regañaba más constantemente porque se estaba atrasando en sus clases. Yo sólo escuchaba cuando me tocaba presenciar aquello.

Hasta que un día, sin querer, escuché una discusión entre ellas. Aquella alumna le expresaba que ella estaba muy acabada ya, se preguntaba qué más podría enseñarle, que había perdido su tiempo allí entre ésa decena de libros pasados de moda, que en frente tenía a una maestra decrépita. Aquello entro en mi ser como un puñal, y me hirvió la sangre de tal manera que entré vertiginosamente, sin pensar en ninguna consecuencia la miré fijamente cuando ella volteo de súbito y le dije que se marchara de inmediato, o yo misma la sacaría. Me miró con marcado desprecio, de arriba abajo, tomó su bolso y salió de la casa. Sería la última vez que la vería.

Me quedé mirando a la Señora, no decía nada, pero su expresión decía todo. Estaba más que decepcionada. Clavo su mirada en unos bocetos que yacían en la mesa; su alumna se destacaba mucho en la pintura aunque a ella no le interesaba el arte en lo absoluto. Pensé que la Señora Emilia le regresaría el dinero que, yo supuse, cobraba por adelantado para las clases. Pero días posteriores me enteré que aquella chica nunca había dando ni un centavo para ayudar, porque la Señora Emilia no cobraba por enseñar pues ella pensaba como reza aquel cuento que dice: “El Conocimiento es para Todos”, y que además, “el conocimiento es la verdad, y la verdad no se vende”.


Así siguió el paso de los días. La Señora se alejó paulatinamente de su biblioteca, ya poco se refería a la misma como antes la llamaba. Pasaba más tiempo con su hermana, que en su propia casa. Yo me gradúe como la “Guardiana de aquel Templo de Conocimiento”, y aprovechaba de seguir leyendo cuanto podía.

Un día, se preparó para ir a casa de una amiga y salió. Como siempre que iba de visita regresaba tarde, pensé que podría aprovechar para practicar en el piano una melodía nueva titulada: “Confesiones a Piano” que había sido de su propia autoría en su mocedad. Cuando se fue, me dirigí de inmediato hacia el instrumento. Y comencé mi práctica, no sé cuánto tiempo pasó porque me entretuve mucho. En un momento dado, me quedé inmóvil y comenzó mi pecho a latir vertiginosamente, fue cuando dirigí mi mirada hacia la izquierda y la fui subiendo lentamente rumbo a la puerta… Me levanté de súbito de mi asiento y di un paso hacia atrás: allí estaba ella, con brazos cruzados, y su cuerpo medio recostado a la puerta, su mirada yacía fija en mí. Supe que tenía allí algunos minutos. No sabía qué hacer, baje mi mirada como señal de respeto y arrepentimiento por tomarme la atribución de usar su instrumento musical.

- ¿Qué haces aquí? -. Fue su pregunta.

- Señora, yo… yo he venido a practicar -.

- ¿Te di permiso de usar el piano? Veo que también algunos libros no se encuentran en sus respectivos sitios. ¿Desde cuándo entras aquí sin decirme? -.

No quería responder ésa pregunta.

- Te hice una pregunta, y obviamente estoy esperando una respuesta -. Caminó hacia donde me encontraba.

- Desde siempre. He entrado aquí a estudiar desde que me dio trabajo hace tres años, y practicaba el piano cada vez que sabía llegaría tarde, así me daba tiempo de practicar lo suficiente -.

- Abusaste de mi confianza, debiste decirme y pedir permiso -.

Asentí. Estaba apenada.

- Puedes retirarte… a tu casa -. Entonces volteo a ver los libros en el estante de la izquierda.

De inmediato, y por instinto, le dije mentalmente: « Sí, Maestra », pero entonces ella volteo a verme extrañada como si me hubiese escuchado. Me precipité arreglar los libros que estaban en desorden antes de irme, pero ella me dijo que no, que los dejara así. Entendí que estaba molesta y me retiré.

Podía comprenderla. Era una defensora de las Normas y las Reglas. Sé que debí pedirle permiso, y también una oportunidad para usar su instrumento, sin embargo, me cohibí de hacerlo porque pensé iba cobrarme por las clases, obviamente, y yo no tendría para pagarle. Hablando todo se entiende y se arregla, así dice la gente pero no me pareció mal estudiar como lo hacía en silencio. No haría mal a nadie, o eso pensé en medio de mi inocencia.

No quise retirarme sin explicar lo acaecido. Retorné a la biblioteca y ella yacía junto al piano. Me disculpé por la intromisión, y le hablé todo cuanto necesitaba decirle. Le expliqué mi nuevo sueño de tocar más y mejor ése instrumento, de aprender y algún día escribir un libro, que deseaba ser instruida, y otras cosas. Ella me escuchó amorosamente, ya no tenía la expresión en el entrecejo.

- No tomaré ninguna otra alumna, estoy muy vieja para hacerlo. Y quizás aquella chica tenga razón, entre estos libros no aprenderás lo que necesitas. Ve y estudia una carrera moderna, algo técnico. Hay un buen profesor de piano en la ciudad, ve y haz un curso con él. Resultará más provechoso para ti -. Eso fue lo que me dijo.

Lo dicho me puso muy triste. Ella había aceptado como cierto aquel comentario mal intencionado. Pero cómo podía aclararle que yo no era como ésa otra persona, que yo sí quería escuchar sus clases,… que yo quería ser como ella.

- Gracias por sus sugerencias. Lo de la carrera, ya lo había pensado y he estado buscando un cupo para estudiar, pero lo del curso… es imposible, no tengo el dinero -.

También me recordó que ya no tenía ninguna alumna, y que el trabajo en la casa era poco y podría hacerlo mi madre sola, así que prescindió de mis servicios.

Quise salir de allí con una sonrisa de agradecimiento por todo lo bueno, e hice todo para disimular alguna pero el sentimiento que me movía era más lastimoso que armonioso. Sentía mucha gratitud, pero mi corazón estaba dolido pues había querido ser su “discípula”, lo había anhelado y ahora nunca lo sería. La vida me separaba una segunda vez de lo que quería, porque yo no era “la elegida”.

El Maestro es siempre quién elige a su Alumno”, no al revés.  

Ya en casa esperé llegase mi madre. Al verme ella me dio una pequeña bolsita, me dijo que ahí estaba el dinero de arreglo por mi labor de tres años, que la Señora agradecía mis servicios por tanto tiempo.

Ella me había dado una cantidad muy generosa, exactamente la misma que necesitaba para inscribirme y estudiar piano con un autor reconocido.

Posteriormente, me retiré a una ciudad vecina para cursar estudios superiores por cinco años. Al culminar, regresé a casa.

Durante todo ése tiempo no había vuelto a ver a “mi maestra”. Sin embargo, no pasó mucho desde mi regreso cuando fui a visitarla. Mi madre me recibió a la puerta, aún trabajaba para ella. Pasé a la sala y allí esperé algunos minutos.

- Buenas tardes -. Me dijo, era la misma voz carismática que recordaba de años anteriores.

- Buenas tardes, Señora. He venido a quitarle unos minutos de su tiempo, principalmente para saludarle y ver cómo esta, y segundo para traerle un presente -. Extendí mi mano y le entregue una cajita de regalo, allí iba una cadena muy linda de plata. La recibió y agradeció mi gesto.

- Me da mucho gusto que ya te hayas graduado. Has aprendido mucho más de lo que hubiese podido enseñarte por mi cuenta. Estoy orgullosa de ti pequeña. Quién diría, ya eres toda una mujer, ha pasado diez años desde la primera vez que te vi -. Sonreía.

Me invitó a pasar a la biblioteca. Muchas cosas yacían como siempre, me sentí de nuevo como una niña de trece años. Aquel sitio me parecía otro mundo, era mágico y lleno de sabiduría.

- “El Baúl del Conocimiento” -. Sonreí.

- ¿Aún te acuerdas de eso? -. Y se echo a reír.

Recordamos muchas vivencias, e inevitablemente el desagradable percance con su antigua alumna.

- Hay cosas que son inevitables, pero ya he perdonado a quienes me han herido -.

Cambiamos de tema y me invito a tocar el piano, por un momento dudé pero insistió tanto que no pude negarme.

Intercambiamos ideas para realizar una melodía juntas, y nos divertimos mucho. Fue una tarde magnifica.

- ¿Cuándo volverás? -. Me preguntó.

- Pues si usted me invita, regreso mañana bien tempranito a tomar un cafecito -. Le dije mientras sonreía.

- Entonces te espero mañana -. Y me dio un abrazo de despedida.

Volví días posteriores, y estuvimos trabajando juntas creando nuevas melodías.

- Poco es lo que puedo enseñarte ya, estoy bastante mayor -. Se disculpó.

- No, no. ¿Qué es eso? Hay mucho que puede enseñar aún, he pasado algunos días viniendo y he hecho más aquí, que lo que podría hacer en dos años en otra parte -.

- Si quieres que te enseñe, entonces te enseñaré todo lo que aún pueda -. Y me sonrió.

- “Cuando el Alumno este preparado, aparecerá el Maestro” -. Comenté.

- Yo quiero enseñarte -.

- Y yo quiero aprender -.

 Fue entonces cuando comenzó a enseñarme hasta la edad de ochenta y cinco años.

Ella aún está aquí, entre ustedes.

Yo estoy acá parada, con este micrófono contándoles una realidad de cómo llegué a escribir este texto que hoy se convierte en libro, y estas melodías que hoy celebro como disco compacto.

Aquella mujer que está allá sentada, con cabellos cortos dorados, vestida elegantemente y con una sonrisa espectacular: es mi Maestra.

Cuando yo tenía trece años aquel chico gritaba por las calles: ¡Yo lo he hecho todo solo, a mí nadie me ha ayudado en nada!, y yo hoy les digo que eso es mentira, nadie hace nada solo, nadie.

Yo le debo mucho aquella mujer. Ella me inspiró a estudiar, a mejorar. Ha sido mi segunda madre. A parte, les debo mucho a todas las personas que me impartieron una enseñanza, por más pequeña que sea. Siempre hubo y habrá alguien que nos ayudó a subir un escalón, otra cosa es que seamos tan ingratos de pasarlo por alto para jactarnos con la mentira de que somos autosuficientes para todo.

Mi Maestra y su Discípula me enseñaron lo que era y lo que no era, lo que debía y lo que no se debía. La pureza de la confianza de un cordero, y los dientes afilados de la traición de un lobo.

Es difícil volver a confiar cuando te han traicionado. Es duro darte cuenta que has compartido todo lo que eres, el tiempo que tienes, los recursos que te han costado tanto y que ésa otra persona no lo valore, y que sea capaz de osarse hablar mal de ti. Si alguien te ha enseñado algo: respétalo, no importa que lo dicho este incompleto, respeta la buena voluntad que ha tenido para contigo. Respétalo porque te enseñó lo que tú antes no sabías. La unión Maestro-Discípulo es sagrada. Si ya no te interesa continuar, si estás inconforme: retírate con respeto, no con traición. ¡Cuánto duele ser defraudado por tu mejor amigo! La credibilidad es algo que se pierde una sola vez, porque jamás se recupera. Si no podemos ser leales a nuestra palabra, a nuestra amistad, a nuestro corazón, a nuestros padres… entonces nadie más será leal con nosotros. ¡Qué triste es no contar con nadie! ¡Qué triste es ver lo que hemos perdido y que jamás recuperaremos! ¡Es muy triste!

Esta placa que tengo en mi mano, es un reconocimiento que me hicieron por el libro y el disco compacto. Pero esto no es mío, es de ella.

Vamos a caminar hasta donde esta mi Maestra. Y vamos a entregárselo.

Mi sendero un día parecía lejano,

lo descubrí cuando estuve tropezando,

me dijiste no llores, levántate Lázaro

que Dios te quiere vivo, te quiere avanzando.

Creí perderme al borde en mi renuncia,

pero me alzaste los brazos para seguir en la lucha.

Hoy te Bendigo porque has sido mi guía,

te has osado a decirme que podía,

a los obstáculos me hiciste batallar

y me dijiste que me ayudarías en mi caminar.

Este tributo es para ti, Maestro-Maestra

porque tú confiaste cuando yo no lo hacía,

me mostraste un mil y un vivencias

desde el  arte y más, hasta la ciencia.

Yo tu Discípula y tú mi Maestra,

yo la aprendiz y tú la que enseña,

yo la que duda pero vuelve avanzar,

tú la que se queda cuando otros se van…

¡Gracias!.

29/04/2007 12:13 a.m.

29/04/2007 03:46 p.m.

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