jueves, 15 de diciembre de 2011

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A los hijos de mi hermano...

008. A los hijos de mi hermano. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

Quiero remontarme a una época pasada, aquélla donde mi mirada era más ingenua, tan ingenua como un bebé en su cunita. Por supuesto, yo no puedo recordar cuando estaba en tiempos de cuna, pero algo me han comentado de ese tiempo y de esas palabras mi mente creó los más bellos "recuerdos". Me contaron que, cuando era pequeña, a veces mi padre me cantaba algunas canciones que le gustaban, rancheras eran aquéllas en general; decían que movía mi patita al son de ese famoso "Juan Charrasqueado", hoy en día es una de mis canciones favoritas. Pienso en que, quizás, cuando escuchaba la voz de mi padre yo sonreía alegremente, que la melodía de su voz yo reconocía, y que por eso entre canto y melodía mi pequeña patita movía. Pocos meses pasaron y aquella voz dejó de cantar, el famoso "Juan Charrasqueado" se quedó callado hasta que la radio, por sí misma, lo hizo volver cantar, como muchos años atrás.
Así como les cuento, en mis primeros meses de vida pude escuchar y ver al hombre que, junto a mi madre, me dio la oportunidad de vivir, sin embargo, no lo recuerdo. Precisamente eso es lo malo de los primeros meses de vida: no los recuerdas, a pesar de que hayas vivido cosas importantes: no los recordarás. Eso fue lo que me pasó a mí.
Mi padre nos dejó muy pequeños. Su corazón no pudo aguantar más golpes de los que ya le había dado la vida. Dejó tres hijos, uno de su primer matrimonio y dos en el segundo. Yo, aún en brazos, no podía comprender la razón de su ausencia ni la consecuencia de ella hasta tanto no pudiera tener conciencia de mí misma, es decir, hasta que creciera un poco y para eso necesitaría que pasasen algunos años. En la medida en que estos años pasaron, crecí con la imagen presente de mi madre, que fue madre/padre a la vez, y con la información de que yo no tenía padre porque había muerto. Y sólo eso tenía de él: la información de que estaba muerto, y que lo más que podía aspirar a tener de él era una vieja foto. No podía... no puedo recordar su voz ni el rostro que, seguramente, me sonrió alguna vez... No puedo recordarlo.
Pero sí recuerdo que, cuando era una niña apenas, me preguntaba: ¿qué se sentirá tener un papá? ¿por qué los niños a mi alrededor no valoran a los suyos? ¿por qué ellos, que pueden, no abrazan a sus padres y yo, que no puedo, quiero tanto abrazar al mío? Era muy niña, tenía muchas preguntas y la existencia de una ausencia que comenzaría hacerse presente mientras más crecía. Recuerdo que todo lo que se relacionara a una pérdida, o que significara nombrar directa o indirectamente a mi padre, me afectaba mucho. Era una niña con emociones muy profundas en el pecho, tan profundas que ni siquiera yo podía dimensionarlas, pero sabía que tenían que ver con él, con mi padre. Siempre fui muy emotiva, más de lo que los adultos a mi alrededor pudieron darse cuenta, y montones de veces escondí mis inmensas ganas de llorar cuando pensaba en mi papá. Así aprendí a callar eso que sentía mi corazón y, a veces, reprochaba a la vida no haberme dado la oportunidad de despedirme de él, de vivir el luto que me correspondía, en vez de eso todo pasó y yo nada supe, y no pude tomar real conciencia de la pérdida hasta muchos años después. El dato curioso de todo esto, es que siempre lo sentí conmigo en mi corazón muy a pesar de "no haberlo conocido".
Los hermanos crecimos entonces sin la figura esencial de ese padre que nos había dado la vida. Crecimos con la ausencia de esa figura importante, y viéndonos esporádicamente por ser parte de distintas familias. De grandes seguiríamos viéndonos de la misma manera.
Y regresando, de ese tiempo remoto al más actual, yo les puedo entonces contar que, hace relativamente poco tiempo, estuve lejos algunas semanas y en esas semanas mi familia estuvo muy presente en mi mente, incluyendo a mi hermano mayor que veía muy esporádicamente. Muchas cosas pasarían lejos de mí, cosas de las cuales, por diversos factores, no pude enterarme a tiempo sino muchas semanas más tarde cuando regresé a mi pueblo. Así fue como llegó la más terrible noticia, la noticia que nublaría el cielo y que lo sigue nublando hasta el día de hoy: mi hermano, el primer hijo de mi padre, había muerto. Las palabras retumbaron en mi cabeza y mi mente comenzó a negarlo: ¡eso no podía ser cierto! Era imposible de creer. Lo primero que hice fue buscar versiones de periódicos, tenía que confirmar que aquello era real y que no era sólo una pesadilla mental. Fue entonces cuando aparecieron las noticias en la prensa, y ahí lo leí: mi hermano mayor caía abatido por la delincuencia, con un tiro mortal en la cabeza... Mi mundo se derrumbó entonces, y lloré desconsoladamente... Mi hermano, ese hermano mayor que a veces veía pues ya no podré verlo jamás, ya se fue o, mejor dicho, se lo llevaron porque un maldito delincuente lo ha asesinado...
Estando lejos presentía que algo pasaría, e inconscientemente yo sentía que debía escribir algo para una despedida y no podía comprenderlo. Semanas más tarde lo haría, y sentiría eso que me ha impulsado a escribir esta carta. Hace ya algunos días que pensé en escribirla, pero no había llegado el momento de hacerlo puesto que las condiciones más adecuadas no estaban dadas. He decidido usar mi fuerza de voluntad para hacerla hoy, y no sé si me alcance el tiempo o si al final me atreva a mostrarla, pero hoy quiero escribirle a ellos: a los hijos de mi hermano...
No espero que los destinatarios finales lean, algún día, lo que quiero escribirles, lo cierto es que, según mi perspectiva, ellos no están en el momento de comprender por qué la hermana de su padre se atreve a expresar estas líneas. A pesar de ello, seguiré adelante y quizás esta carta sólo la llegue a leer mi alma, quedando muy guardada en mi conciencia y en mi mirada.

A los hijos de mi hermano...

¿Saben? Uno de mis primeros pensamientos, en relación a la partida de su padre, fue decirme que lamentaba con todo mi corazón que tuvieran que pasar por lo que nosotros pasamos. Éramos niños de apenas once, seis y tres meses cuando nuestro padre, su abuelo, murió y eso afectó mucho nuestras vidas, al menos la mía la sigue afectando hoy en día. Con decirles que no puedo mantenerme realmente tranquila al escribir esto, así como me pasaba de niña, pues estoy llorando al escribir estas líneas. Sigo llorando por mi padre, lloro por el hermano mayor que perdí y, a su vez, lloro por ustedes porque empatizo pues sé qué es crecer sin la figura paterna.
Por suerte, él les deja muchos momentos y vivencias que se convierten en recuerdos, entonces podrán recordarlo con cariño, recordar su risa, sus palabras, su sentido del humor. Me hubiese gustado tener la misma suerte con su abuelo, mi padre; me hubiese gustado tener cosas que recordar de él.
Reprocho no haber tenido la oportunidad de despedirme de mi padre y despedirme de mi hermano mayor, pero estoy segura de que, en cierta forma, "ellos estuvieron conmigo" aunque fui inconsciente del momento exacto en el que se fueron.
De niña creía que mi padre cuidaba de sus hijos, de grande creo que su padre cuidará de ustedes. La conexión de los padres con sus hijos está en el corazón, y nada la rompe ni siquiera cuando la muerte se asome.
Chicos, apoyen mucho a su mamá que ahora será madre/padre a la vez y sigan adelante, sigan por el camino del bien. Crezcan y esfuércense para que sean fuertes y triunfantes.

A los hijos de mi hermano hoy les escribo,
les escribo aunque nunca lean lo que escribo.
Tal vez escribo para escribirme a mí misma,
para poder expresar mi dolor,
para poder expresar lo que siento,
y para poder decirle a los dos que se fueron
que, por siempre, sus hijos los extrañaremos...
Vaya que sí,
sí los extrañaremos.

Ustedes,
sigan cuidándonos desde el cielo...

14/12/2011 02:51 p.m.
15/12/2011 12:16 p.m. - 12:28 p.m. - 05:04 p.m. Santiago.
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miércoles, 23 de noviembre de 2011

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Renuncio a ti

Fuente: Google Images.

Me gustaría entender el por qué necesito tanto escribirte esta noche.
Me gustaría entender el por qué mi cabeza te piensa tanto,
el por qué mi boca sigue pronunciando tu nombre
y el por qué mi oído no para de escucharte,
a pesar de que tus labios yacen enmudecidos, yacen callados,
pues tus palabras hace mucho que me abandonaron.
No sé por qué siempre termino escribiéndote a ti,
a ti que sólo letras tristes me has inspirado.
¿Cómo puede alguien sembrar tanto acá en el pecho,
y al mismo tiempo sólo dejarte llanto?
¿Cómo es que terminé sintiendo tanto por ti,
y mis letras más tristes también las has inspirado tú?
¡Qué primavera más triste me tocó!
Y a la llegada del verano, pues nada mejoró.
De verdad, me gustaría saber por qué mi cabeza no para de pensarte,
por qué no para de soñarte.
Hoy vivo una noche muy triste,
postergué mi tristeza tanto como la esperanza me dejó,
pero justo esta misma tarde, me dijo que no volverías y se marchó.
Te esperé,
por muchos días y muchas lunas,
te esperé
e intente no creer en supuestos, o en generar hipótesis absurdas,
cada día te esperé,
esperé a que me escribieras y nunca respondiste mi última carta,
quizás por eso no la respondiste, porque querías que fuera la última.
¿Sabes? Hubo un tiempo en que me sentí muy mal,
hubo un tiempo en que mis acciones no fueron adecuadas
y sé que la tristeza se adueñó de ti,
entonces me reclamaste haberte dejado a solas,
a solas justo cuando más me necesitaste
y me arrepentí muy sinceramente,
pero justo ahora quien se quedó a solas fui yo,
a solas justo cuando más te necesité.
Pudiera pensar que ésta fue tu venganza,
pero la verdad es que si lo hubieses planeado
jamás habría sido tan perfecto,
tan perfecto jamás habría resultado.
¿Sabes? He decidido renunciar a ti,
he decidido renunciar a tu recuerdo esta noche,
renunciar a tus cartas, renunciar al abrazo que imaginé me darías,
sí, porque esperaba más de ti, esperaba tu consuelo
pues de verdad te necesitaba,
y sólo encontré tu silencio…
Ya no quiero seguir esperándote,
ya sé que no vendrás,
ya sé que no escribirás,
ya sé que te perdí
y ahora sabes que me perdiste a mí…
A partir de ahora, no serás inspiración en mis cartas,
ni siquiera en aquellas que sólo reflejan tristeza.
Eso que estaba en mi pecho y que sentía por ti,
también acabo de sacarlo de ahí.
Ya no te buscaré,
ya no intentaré encontrarte,
y la verdad no espero que me busques tú a mí,
y tampoco creo que puedas hallarme aquí.
Mi noche acaba de nublarse,
lloverá, tronará y quizás el rayo aparecerá,
y tal vez mañana sea un día oscuro
donde las palabras no saldrán por culpa de este nudo,
y quizás llore un poco porque te perdí
y porque me has perdido,
porque te fuiste
y porque yo también me he ido.
¡Renuncio a este cariño!
Renuncio.
Renuncio a ti…
Renuncio a la relación donde yo te hice daño,
y donde después, tú me hiciste daño a mí…
Renuncio.
Renuncio a ti.
Waldylei Yépez
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miércoles, 2 de noviembre de 2011

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Quizás sí, quizás no

007. Quizás sí, quizás no. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

Para quien quiera saberlo, para quien quiera entenderlo, para quien quiera reprocharlo... esta es mi historia.
No soy alguien con fama, poder o dinero, y aún así hay gente que se interesa por lo que le pasa a uno en la vida. No sé por qué la gente será así. Y bueno, decidí contarle mi historia a este papel porque es la única forma quizás de darle una revisión a lo que ha pasado en mi vida, y la verdad es que no han sido pocas cosas, pero nunca tantas.
Mi nombre es Paula y llegué a esta ciudad cuando me tocó entrar a la Universidad. Mis padres terminaron comprando la casa que me sirvió de residencia los primeros meses aquí, y la verdad es que nunca llegué a tener problemas: mi vida universitaria fue excelente, conocí mucha gente y, después de graduarme, puse mi propia pequeña empresa donde se fabricaban cajas de cartón. Más o menos a la mitad de la carrera, conocí a un hombre muy amable llamado Alejandro, él tampoco era de la ciudad como yo, sus padres vivían a un par de horas de donde estábamos. Salíamos de vez en cuando y terminamos enamorados; para cuando culminé mi carrera ya me encontraba comprometida con él, y nos casamos algunos meses más tarde. Vivíamos en su apartamento, que evidentemente pasó a ser nuestro apartamento, pero después de algunos años la relación se fue enfriando en lo que amor de pareja respecta. Claro, debo admitir que nunca nos tratamos mal a pesar de las diferencias de opinión que a veces teníamos. Digamos que nos volvimos amigos y dejamos de ser amantes enamorados.
Un día salí con una amiga a comer en la calle, comida rápida básicamente, y mientras compartíamos en una mesita, que daba vista a la calle, pasó un chico bastante guapo caminando por la acera. Me atrajo de inmediato y sin siquiera poder evitarlo lo seguí con la mirada desde que apareció hasta que pasó por completo y se alejó de la ventana, mi amiga se echó a reír y comenzó a molestarme, yo por supuesto me sentí un poco apenada. Justo en ese momento ella me dijo que se tenía que ir, y yo sin ganas de llegar a mi casa le dije que me quedaría allí un poco más. Ella asintió y se despidió de mí con un beso en la mejilla. Un instante después me pasa por un lado la figura de una persona, yo lo seguí con la mirada hasta que tomó una mesa y resultó ser el chico que acababa de ver pasar. No podía quitarle la vista de encima, pues de verdad me parecía muy guapo. Vi que le dijo al que lo atendió que quería un plato y bebida, después echó algunas miradas hacia los lados y en una de esas nuestros ojos entraron en contacto, estuvimos así como cinco segundos hasta que él me sonrío y me di cuenta que él sabía que lo estaba observando, me apené y volteé mi mirada.
De repente, escuché una voz masculina.

- ¿Está esperando a alguien? -. Esa voz "me mató".
- No -. Apenas alcancé a responder cuando me di cuenta de que se trataba del chico.
- Entonces, ¿puedo sentarme? -. Yo asentí. Me puse nerviosa.

Quería invitarme algo y le dije que acababa de comer con una amiga, de todas maneras insistió en que le aceptara un refresco y así fue. Conversamos cosas triviales y la verdad me sentía a gusto. Después de comer, salimos y nos sentamos cerca de la fuente que estaba al frente del sitio, allí continuamos hablando de las cosas de la vida. Yo lo veía sonreír y me encantaba su sonrisa.
Cuando todo parecía estar fenomenal, sonó mi teléfono celular. Vi quien era y eso me heló. Contesté la llamada y le dije que estaba dando una vuelta, que pronto regresaría. Corté la llamada y le dije al chico que me tenía que ir.

- No puede ser... si está tan genial la noche y sobretodo la conversación -.
- Pues sí, está genial... es genial poder conversar horas y horas -.
- Mejor devuelve la llamada y dile a tu mamá, si fue ella quien te llamó, que yo te voy acompañar hasta tu casa, que no se preocupe -. Y la verdad sus palabras sonaron tiernas.
- No fue mi madre quien me llamó... -. Medio sonreí con pesar.
- Entonces, ¿quién? -. Subí mi mano para que se notara mi anillo.
- Mi esposo... -. Él quedó todo impactado.
- Señora... no me percaté del anillo -. Intentó disculparse. - Disculpe si llegué a decir algo que no era correcto... -.

Las palabras no se prolongaron más de lo necesario, le dije que todo estaba bien y comencé mi camino hacia la casa. Recuerdo que pasé la calle y justo antes de doblar, me volteé hacia la fuente y él aún estaba ahí, me seguía con la mirada mientras me alejaba. Por alguna razón, sentí que ambos nos habíamos quedado con pesar. Ese fue el primer día en que odié ser "la señora de".
La siguiente semana fui a comer sola a ese lugar, justo a la hora en que él había llegado aquel día, pues tenía la secreta esperanza de volver a verlo.

- ¿Está esperando a alguien? -. Oí decir. Miré y le contesté que no. Se sentó nuevamente en mi mesa. - ¿Ya comió? -. Me preguntó.
- No -. Contesté, pero en realidad quería decir: "No, porque estaba esperándote".

Comimos y también conversamos bastante entre medio. Así nació el encontrarnos cada semana a comer ahí mismo, aunque unas tres semanas después quedaríamos a comer en otros sitios. Así fue que comenzó mis comidas con el chico que me gustaba, y al cual yo también le gustaba. No tocamos el tema de mi matrimonio, y tampoco hablábamos de un noviazgo ni nada parecido, eso era más una amistad donde ambos sabíamos que en el otro había un sentir especial. Él sí me contó de su vida, me mostró fotos de sus amigos y familiares, cosas que tenía en su teléfono celular. Quería que conociera de él, pero nunca buscó saber de mi vida, e incluso me pidió no enseñarle nada.

- Ricardo -. Así se llamaba. - ¿Por qué no quieres saber acerca de mis amigos, por ejemplo? -.
- Porque ellos deben conocerlo a él, a tu esposo, y deben creer que tienes un matrimonio feliz. Yo prefiero mantenerme apartado de ese mundo... -.
- Dices que ellos deben creer que tengo un matrimonio feliz, pero quizás más que creerlo lo saben, ¿no has pensado en eso? -.
- Paula, si tuvieras un matrimonio feliz no estarías aquí conmigo. ¿Cómo lo sé? Tu mirada no es la mirada de una amiga. Tus ojos a la hora de irte se ponen tristes, pero cuando hablas conmigo te emocionas, te sonríes, te gusta estar conmigo... No me mientas intentando decir que eres feliz con él... -.

Sus palabras calaron hondo en mí y, aunque intenté disimularlo, una lágrima terminó apareciendo para desmontar mi sonrisa fingida.

- No tienes que hacerte la fuerte conmigo -. Me dijo ofreciéndome sus brazos.

Me desmoroné ahí mismo, él fue quien se apresuró abrazarme y terminé aferrada a él. Era cierto, yo me sentía desdichada y sentía que debía fingir ser la señora de alguien que ya no amaba, cosa que de verdad llegaba a destrozarme. Secó mis mejillas con sus dedos, entonces colocó sus manos en cada extremo de mi cara y se sonrió conmigo.

- Eres preciosa... -. Eso me dijo y me dio más ganas de llorar. Entonces acercó sus labios a los míos, y esa fue la primera vez que me besó.

Si bien correspondí su beso, terminé alejándolo de mí y moví mi cabeza en señal de negación. Aquello no podía ser porque yo era una mujer casada, no felizmente casada pero casada al fin. Huí de él, huí de ese sitio y regresé a casa, sólo para darme cuenta que me hubiera gustado más quedarme con él. No dejé de pensar en ese beso en toda la noche, recuerdo que me tuve que levantar porque me dio sed, y justo detrás de mí venía mi esposo.

- ¿No puedes dormir? -. Me preguntó.
- No, no puedo dormir, Alejandro -.
- Seguramente es producto del estrés, mi amor. Debes tomar las cosas con más calma... -. Entonces se acercó y me abrazó.

Sentí inmediato rechazo al roce de su piel, y lo peor era que no me lo podía quitar de encima porque se iba notar demasiado. Me tragué las ganas de alejarlo de mí. Era increíble la situación que vivía, estaba en brazos de un hombre mientras anhelaba a otro. Comencé a sentirme miserable y a reprocharme una y otra vez la situación, la misma que yo había propiciado. Regresamos a la habitación y él terminó durmiéndose pero abrazado a mí, y yo sin ganas siquiera de sentir su aliento que rozaba con mi cuello.
Pasaron los días, yo me quedaba trabajando lo más que podía en la oficina porque no quería pensar. En la fábrica nos iba bien, aprovechaba el tiempo para estar allí pues me servía más revisar cuentas que quedarme pensando en Ricardo o qué hacer con Alejandro.
Ricardo por su parte no me buscó en esos días, de hecho él siempre esperaba a que fuera yo quien le llamara, siempre me decía que era para evitar llamar y ponerme en una situación incómoda con mi esposo. Yo pensaba justo en que no debía llamarlo, aquello ya había dejado de ser una amistad, aunque a esas alturas pensaba que nunca había sido tal. Sin embargo, necesitaba verlo o escucharlo pues de verdad me hacía mucha falta. Me opuse tanto como mi mente pudo, pero mi corazón habló más alto y lo llamé. Quedamos en encontrarnos en un parque, y así fue.
Esa tarde la pasé muy bien con él, era más conversación que cualquier cosa eso sí. Me hacía reír con sus locuras, a veces parecía un niño, tenía un buen sentido del humor y siempre intentaba hacerme sonreír. Recuerdo que quiso regalarme un oso de peluche, una rosa y hasta un globo... con pesar siempre terminé diciéndole que no, porque no podía quedarme con esas cosas. Sé que a él no le gustaba la situación, o que rechazara sus obsequios pero al final de cuentas yo seguía siendo "la señora de", y eso estaba por encima de todo, incluso de su amor y del mío. Cuando se terminó la tarde cada uno tomó su camino, no sin antes despedirnos y recuerdo que él me besó en la mejilla, sin embargo, tenerlo tan cerca de nuevo a mí me gustó mucho, y cuando le fui a besar lo hice pero más cerca de la boca, él captó de inmediato mi intención y se movió un poquito hasta que sus labios rozaron apenas los míos, eso despertó una emoción en mí entonces me aferré a su cuello mientras lo besaba en los labios y él me correspondía. En ese instante, mi situación ya no me importaba, ya no importaba que estuviera "amarrada" a otro hombre, seguí mi instinto nada más y en esos segundos en mí vivió la mujer enamorada, vivía ese enamoramiento inocente o esa ilusión que te hace palpitar el corazón; me sentí feliz, me sentí amada al recibir aquel beso, así mismo como desde hacía mucho no me sentía. Regresé a mi casa contenta, ilusionada. Al llegar, Alejandro estaba esperándome y me saludó con el reglamentario beso de siempre, así de rápido, sin emoción y acostumbrado.
Pasarían algunas semanas, yo seguía encontrándome con Ricardo y sus deliciosos besos, hasta que la relación subió al siguiente peldaño y se configuraría plenamente mi aventura extramarital con él. La gente piensa que los amantes son, en su mayoría, relaciones de corte más bien sexual, pero en mi caso no era así, de hecho pasaría mucho tiempo antes de llegar a ese punto, por tanto, yo veía en Ricardo ese cariño, esa compañía y comprensión que necesitaba, es decir, estaba muy presente el punto emocional. Antes dije eso de "mi aventura extramarital", pero más que una aventura yo lo catalogaría como "mi amor más allá de los papeles legales", porque lo único que me unía a Alejandro eran papeles y costumbre, insisto en que éramos buenos amigos pero ya no amantes enamorados, y eso era cierto porque ni el tema íntimo existía hacía meses entre nosotros. Así que no se trataba de que estuviera con dos hombres a la vez, en realidad yo estaba con Ricardo pero "vivía" en casa de Alejandro.
Yo amaba a Ricardo y, aunque fuese difícil de creer, le era fiel a él. Sólo necesitaba alejar el tema íntimo entre Alejandro y yo, y ni siquiera era algo que necesitara controlar, sencillamente Alejandro había pasado a ser un amigo dentro de aquella casa, como ya dije. En el tema de los besos, pues Alejandro me besaba apenas rozando los labios con sus besos reglamentarios. A veces me abrazaba o me acaricia el brazo antes de dormir, de mi parte intentaba no tocarlo nunca.
A pesar de alejarme de Alejandro como pareja, no dejamos de ser buenos amigos, incluso yo le ayudaba con sus cuentas, salíamos juntos al supermercado, de vez en cuando visitábamos a nuestros padres, íbamos a comer, cuando iba a llegar tarde él me avisaba (de hecho nunca hacía nada sin avisarme, yo sabía dónde estaba en todo momento), lo acompañaba al banco, cuando se enfermaba salía a urgencias con él, estaba pendiente de sus medicinas, lo cuidaba, etc. En temas que no fueran de pareja, teníamos una muy bonita relación, nos apoyábamos mucho. A Ricardo no le gustaba que yo saliera con él, lo supe siempre, a pesar de no decirlo abiertamente sé que sentía celos de Alejandro, y yo le insistía con que mi relación de pareja con él se había enfriado hacía mucho, pero en otros términos yo siempre le iba a prestar mi ayuda y apoyo, y eso no estaba en discusión.
Un día salí a bailar con Ricardo, se suponía que Alejandro iba llegar tarde a la casa porque estaba reunido con unos clientes, el problema es que no lo dejé hablar mucho y no terminó de decirme dónde iba hacer tal reunión. Me confié y salí con mi novio, así lo veía yo como "mi novio", y fuimos a un sitio lujoso que era un restaurante con una pista de baile, un casino y otro restaurante más formal. Llegamos y entramos, nos tomamos algo mientras veíamos a la gente bailar, al rato Ricardo me invita y pasamos a la pista de baile, pusieron una música romántica y quedamos abrazados, él me decía muchas cosas bonitas mientras yo le sonreía y de vez en cuando nos besábamos, todo iba bien hasta que me dio por mirar a la puerta, que a demás unía ese sitio con el otro restaurante más formal, y justo ahí encontré el rostro de Alejandro. Abrí mis ojos en sorpresa, y justo en ese momento nuestros ojos se encontraron directamente... ¡Trágame tierra! No sabía cuánto tiempo llevaba ahí parado pero en su expresión rondaba la rabia y el sufrimiento. Pensé que todo iba terminar en escándalo, fue entonces que alguien más tocó su hombro y le dijo algo, hizo señales de que fuera al otro lado (donde estaba el restaurante formal), él asintió y dio una última mirada hacia mí, yo podía verlo justo por encima del hombro de Ricardo, y salió del sitio. Me disculpé con mi novio, le pedí que me esperara en la mesa y salí por el mismo sitio por el que se fue Alejandro, llegué hasta la calle y pude verlo a lo lejos despedirse de los clientes con quienes había estado. Se quedó parado en la acera mientras el auto de estas personas partía, luego se movió hacía el suyo y antes de montarse volvió a mirar a la puerta de aquel local, ahí me encontró parada. Yo estaba inmóvil, no podía pensar en nada. La expresión de su rostro era mucho más dolorosa, abrió la puerta del auto y se montó, lo encendió y se marchó, y aunque todo esto fuera en cuestión de segundos para mí fue una eternidad.

« Mi esposo acaba de verme con mi amante ». Pensé y no pude quitarme ese pensamiento.

Regresé a la mesa y le dije a Ricardo que tenía que irme.

- ¿Por qué? -.
- Mi esposo... acaba de vernos... -. Tomé mi abrigo y él me siguió.

Ya en la calle continuaba diciéndome.

- Sí, nos vio... ¿y qué? Ahora vas a poder dejarlo -.
- No es tan sencillo... -.
- Sí lo es, además no quiero que regreses a su casa. En este momento debe estar furioso, y no quiero que te quedes sola con él en ese estado... -. Se mostraba preocupado.
- No me pongas más nerviosa ¿quieres? Yo no le temo a Alejandro, lo conozco porque llevo con él muchos años, y sé que puede destruir la casa pero no me haría daño a mí... -. No sabía qué hacer, de repente el mundo se me había venido encima.
- Quédate conmigo, por favor -.
- Soy su esposa aún, debo ir allá y dar la cara, porque a la final ésta fue decisión mía: amarte a ti estando con él. Yo debí decirle todo esto antes, ahora debo asumir mi responsabilidad... -.
- ¿Quieres que te lleve? -.
- No -.
- ¿Cuándo volveré a verte? -.
- Yo te llamo... -. Tomé un taxi y lo dejé allí.

Regresé a la casa en el taxi. Las luces estaban apagadas, pero vi el auto de Alejandro en el garaje así que él estaba allí. Respiré profundo y entré. Encendí las luces y lo encontré sentado en el mueble, él había estado a oscuras todo ese rato. Puse mi abrigo sobre el mueble más cercano que tenía y me senté, las llaves las puse sobre la mesa que nos separaba. El ruido que hizo las llaves sobre el vidrio hizo que él se despertara de su letargo, y fue levantando poco a poco la mirada hasta encontrarse con la mía. Yo no sabía qué decirle, ¿acaso era apropiado pedirle perdón? Pero, ¿por qué le iba pedir perdón por lo que yo sentía por Ricardo? ¿Por qué le iba pedir perdón cuando yo no sentía que eso era lo que debía hacer? Quizás debía comenzar por explicarle, pero ¿qué iba explicarle? Ya cuando se me ocurrió decir algo, él me habló a mí.

- ¿Es tu amante? -. Su voz se entrecortaba, no sabía si era más por rabia o por dolor. Dudé de si responder eso o no, sin embargo, podía ver que él quería ir al grano. Respiré profundo antes de responderle.
- Sí -.
- ¿Desde cuándo? -.
- No te voy a responder eso, no vale la pena -. Pude ver como su rostro expresaba un dolor profundo, así como cuando sientes que algo te atraviesa el pecho.

Después de eso el silencio fue sepulcral, me pareció una eternidad y apenas fueron unos pocos minutos.
Se levantó de su asiento con problemas de equilibrio, no estaba borracho así que no tenía que ver con eso. Lo vi caminar hacia la habitación con pasos lentos y cortos, cabizbajo. Ahí se encerró. No habló más conmigo.
Yo estaba que me moría, tenía muchas ganas de llorar pero me mantuve fuerte. Esa noche dormí en la otra habitación que teníamos disponible, al siguiente día él salió sin despedirse, ni me hablaba y ni me miraba.
Esa misma noche lo encaré porque no podía seguir así, si él ya sabía de mi aventura era ser demasiado cara dura quedarme en su casa, yo tenía la mía (la que habían comprado mis padres para mí en mi época de estudiante) así que decidí irme de esa casa. Él evidentemente no se opuso, pero antes de irme decidió dirigirme unas pocas palabras, más bien me hizo un par de preguntas.

- ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué preferiste serme infiel? -.
- Pensé en decirte lo que pasaba, y siempre que quise titubee al final. Debí decirte la verdad, decirte que había decidido amar a otro hombre... porque al final, amar es una cuestión de decisión ¿no? No tengo miedo de hacerme responsable de las consecuencias, pero la verdad es que nunca quise hacerte daño, no había razón... -. No me dijo nada.

Tomé algunas de mis cosas y salí de aquella casa. Me instalé en la mía un par de horas más tarde. Fue entonces cuando llamé a Ricardo y le conté que me había separado de mi esposo. A él le gustó lo que había pasado, aunque intentó disimularlo un poco. Al final me propuso irme a vivir con él, a lo cual le dije que no y se molestó conmigo, me dio mil argumentos donde expresaba que él quería algo serio, quería que fuéramos una pareja como tal, quería llevarme a conocer a su familia y que, por fin, compartiéramos con sus amigos a quienes me quería presentar como su novia, es decir, quería tener lo que las parejas tradicionales tienen: un círculo común de amigos, reuniones familiares, tortas de cumpleaños, etc. Pero yo no estaba en condiciones de eso, ni estaba en condiciones de nada. Recuerdo que se quedó molesto, pero eso no haría cambiar mi decisión porque una cosa era estar enamorada y otra era actuar por impulso.
Seguí mi día a día sin muchos cambios, me mantuve trabajando lo más que podía en mi oficina pero la fabrica tenía sus altos y bajos, cosa que me estresaba mucho.
Alrededor del primer mes de separación, a mi oficina terminó llegando Alejandro un día por la tarde. Recuerdo que alguien tocó la puerta y esperé a que pasara, mi sorpresa fue grande al verlo justo a él ahí.

- ¿Estás ocupada? -. Me preguntó.
- Estaba viendo cuentas de la fábrica, ganancias y pérdidas, pero nada muy urgente -.
- Entonces tienes algunos minutos para recibirme ¿o no? -.
- Claro que sí, siéntate por favor -. Él se sentó, yo me levanté y cerré la puerta para tener más privacidad. - ¿En qué puedo ayudarte? -.
- Quería saber cómo estás, si todo marcha bien... -.
- Todo va bien, sí, bien -. Le dije aunque no estaba muy convencida de lo que me decía.

Conversamos cosas triviales, me recordó que el siguiente mes sería el cumpleaños de su mamá, que le iba bien a la empresa y con los clientes, etc. Cuando se acabaron los temas triviales fue cuando decidió decirme lo que de verdad quería. Pero antes de hablar tomó aire, vi que sus manos temblaban.

- Quiero... quiero que regreses conmigo... -. Juro que eso me dejó en shock.
- ¿Qué? -.
- ¿Conoces la canción de Sabú: "Quizás sí, quizás no"? -.
- Sí -. Comenzó a llorar frente a mí.
- "Miénteme, creeré lo que digas tú. Olvidaré, no te he visto con él si lo juras tú" -. Tarareó entrecortado aquella famosa canción de esa manera, mientras su rostro se humedecía por completo.
- ¿Qué estás diciendo? -. Le pregunté sollozando, no podía creer que me estuviera diciendo eso. Lloré con él, lloré por verlo así tan destruido, lloré porque hasta ese momento no sabía cuáles eran las consecuencias de mis actos. Lloré por haber destruido a quien alguna vez amé.

Escondió su cara con sus manos mientras seguía llorando, yo tampoco paraba de llorar y no sabía qué hacer. Juro que jamás quise que él pasara por esto, olvidé que él me amaba tanto que lloraría por mi traición. Me sentía terrible...

- Vuelve... vuelve conmigo... -. Repitió descubriéndose el rostro.

Yo lo abracé, era lo único que podía hacer, y él se aferró a mí como nunca. Yo no respondí su petición, era mucho más feo decirle que volvería con él tan sólo porque le había visto llorar, no era justo para él volver y que yo no le amara como correspondía. Un rato después terminó yéndose, pero sintiéndose mal por la escena que había protagonizado, se sentía avergonzado.
Un mes después, justo el día del cumpleaños de su mamá, que era día sábado, decidí llamarla para felicitarla, arriesgándome a que me pudiera insultar porque yo no sabía si ella sabía lo que había pasado sobre nuestra separación. De todas maneras me arriesgué, valía la pena porque ella siempre se había portado muy bien conmigo, sería malo de mi parte no felicitarla siquiera. Recuerdo que marqué su número y al contestarme le di mis saludos, ella me habló muy cariñosamente como siempre, y me preguntó si iría hasta su casa, entonces intenté disculparme y decirle que no pero no me dejó. Insistió tanto que le dije que iría a llevarle un regalo. Salí y le compré algo bonito, tomé el auto y comencé mi travesía de dos horas más o menos. Al llegar allá me encontré con casi todos los miembros de la familia, aunque aún no llegaba Alejandro, y por la manera como me trataban me daba la impresión de que nada sabían sobre nuestro problema. Hablando un poco de la casa de mis suegros, aquella era bastante grande, ellos decían que tenía que ser así porque eran un familia muy numerosa y realmente lo eran. Los hermanos de Alejandro vivían en esa misma ciudad, mientras que él era el que estaba más lejos, por tanto, ellos se reunían mucho en casa de sus padres. Sobre ese día, pues recuerdo que conversamos un buen rato entre todos, y ellos me preguntaban a qué hora iba a llegar mi esposo, cosa que era imposible que yo lo supiera porque ya no vivía con él pero ellos no lo sabían. Me insistían con que lo llamara, al final lo hice para poder alertarlo de que yo estaba allá y todos preguntaban por él. Me atendió la llamada, le pedí disculpas por molestarlo y le conté que fui a llevarle un regalo de cumpleaños a su mamá, que allá estaba toda la familia reunida y que me preguntaban por él; su respuesta no fue muy animada, él estaba acostado y no tenía ganas de salir, fue entonces que le pasé el teléfono a mi suegra para que le dijera directamente que no se iba presentar, al final ella terminó convenciéndole y Alejandro se aparecería unas horas después, ya cuando comenzaba la noche.
Nos mantuvimos cada uno por su lado, y no podía encontrar el momento adecuado para irme sin levantar sospechas de algo, terminé quedándome hasta tarde. Por su parte, Alejandro decidió compartir algunas cervezas con sus hermanos, cosa que no era su costumbre, y terminó emborrachándose con algunas pocas botellas. Ya no estaba en condiciones de manejar, así que terminé quitándole la llave de su auto y lo guardé allí mismo, a él lo subí a mi auto y lo llevé a casa, no podía dejarlo en casa de su madre y yo irme, y no podía quedarme allá con él así que lo más adecuado que vi fue lo hice.
Llegamos bastante tarde a su casa, metí el auto al garaje para que me fuera más fácil sacarlo a él y meterlo a la casa. Lo llevé hasta la habitación y lo acosté, le quité los zapatos y ahí lo dejé dormir. Salí con la intención de irme, pero me quedé observando un instante el desorden que había en aquella casa, las cosas ya no estaban como las había dejado, pero bueno era comprensible porque ya habían pasado un par de meses. Me asomé a la cocina y me dio muchísima rabia ver en fila algunas botellas de alcohol, cosa que Alejandro no acostumbraba hacer porque él no bebía, así que tomé cada una y las vacié, luego agarré las botellas vacías y las metí en una bolsa de basura y así me quedé ordenando. Cuando me di cuenta ya faltaba poco para amanecer, así que decidí quedarme ahí en la habitación vacía.
Al día siguiente fui la primera en despertarme, y como tenía hambre decidí prepararme algo de desayuno, al final preparé el desayuno para ambos. Pan tostado, huevos revueltos, mantequilla, café calientito... Pensé que yo comería sola primero, porque igual yo no iba a despertar a Alejandro, pero resultó que lo vi aparecer cuando me disponía a sentarme. Su rostro mostraba sorpresa y una secreta alegría.

- Si me das unos minutos para bañarme rápido, podremos desayunar juntos... -.

Hubo algo en eso de "desayunar juntos" que no me gustó mucho, o sea yo sabía o presentía su secreta alegría y me parecía que justo hice algo que se daba para malinterpretar, pero ya que estaba ahí le dije que lo esperaría. Mientras él se bañaba decidí buscar algo de ropa limpia, entre la ropa que aún estaba ahí mía.
Él regresó a la cocina bien arregladito, hasta se había afeitado, y con una sonrisa que no le veía en su rostro desde hacía mucho. Todo eso me daba muy mala espina.
Desayunamos y hablamos cosas triviales. Después le dije que me iría, pero él me recordó que su auto estaba en casa de su mamá, y necesitaba ir a buscarlo... no vi problema con eso, hasta que recordé que su madre vivía a dos horas de ahí, así que se trataba de un viaje y él me estaba pidiendo indirectamente que lo llevara. Yo queriendo alejarme de él y todo confabulándose para seguir con él.
Tomamos el auto y viajamos a casa de su madre, al estar allá ella nos insistió en quedarnos para el almuerzo y no me pude negar.
El algún momento, recibí una llamada de Ricardo, ya él me llamaba porque yo estaba separada de mi esposo, pero tuvimos una fuerte discusión por teléfono cuando me preguntó dónde estaba. Me colgó la llamada.
Almorzamos en la casa de los suegros, y después cada uno iba a regresar a su casa en su propio auto, sin embargo, y es que de verdad todo se confabulaba para que permaneciera con Alejandro, su madre nos pidió que le diéramos un espacio en casa esa noche, para ella y una hermana de él, porque necesitaban estar muy temprano en nuestra ciudad por un trámite y era más fácil quedarse en "nuestra casa" que salir desde allá. Alejandro les dijo que sí de inmediato, como corresponde, pero fue entonces que me di cuenta que me había comprometido a mí también, porque para ellos nuestro matrimonio estaba bien y decirles justo en ese momento que no era así, no era precisamente lo más adecuado. Regresamos a la ciudad, pero por el compromiso que tenía ahora tuve que regresar a casa de Alejandro y no a la mía. A todo esto, yo no dejaba de pensar en la llamada de Ricardo, si se había molestado tanto por decirle que estaba en la casa de los suegros, podría ser el "fin del mundo" si le decía que había dormido en casa de Alejandro y que esa noche volvería a dormir allá. Más tarde me daría cuenta que terminaría durmiendo con Alejandro, en la que había sido "nuestra cama", porque no había más espacios disponibles. Así que el aparentar cosas frente a la familia de él, me estaba costando muy caro.
Al final comprendí que no podía decirle estas cosas a Ricardo, porque aunque no hubiese pasado nada, para Ricardo no sería así e iba a malinterpretar todo.
Y como si no tuviera suficientes problemas, Ricardo me volvió a llamar en la noche cuando justo Alejandro estaba cerca y terminó escuchándolo, me preguntó dónde estaba y no pude mentirle. Se puso furioso, me repetía que había vuelto con mi esposo y yo intentaba explicarle que no, me gritó diciéndome que no le mintiera, yo intentaba defenderme...

- ¡SÉ SUFICIENTE MUJER Y DEJA DE JUGAR CON ÉL, Y DEJA DE JUGAR CONMIGO! -. Me gritó eso y colgó la llamada, no sin antes gritarme que lo nuestro había terminado.

Ahora mi vida era un completo desastre, estaba fingiendo un matrimonio feliz que no era tal, todo por guardar apariencias, y el hombre que amaba me había dejado porque "le estaba siendo infiel con mi esposo", aunque suene absurdo. Recuerdo que me metí al baño a bañarme, pero en realidad quería esconder mis lágrimas, y justo quedaron escondidas cuando metí mi rostro a la regadera y se confundieron con el agua. Ya no tenía nada que perder, porque ya había perdido todo. Estaba despechada porque el hombre que amaba pensaba que jugaba con él, y me había dejado por eso.
Salí y me fui acostar, sí, una vez más justo al lado del hombre que no amaba. Me metí entre las sábanas y me puse de lado, las luces se apagaron y no pasó mucho para cuando Alejandro comenzó a hablarme de su amor. Ya sabía yo que algo así pasaría, recordé la mala espina que me dio su actitud y sonrisa en el desayuno. Pero todo estaba configurado para que él aprovechara la ocasión de "recuperarme", porque yo había accedido a muchas cosas incluyendo dormir a su lado para aparentar un matrimonio feliz, así que todo eso era mi responsabilidad, de la misma manera que era mi responsabilidad que Ricardo me dejara. Me sentía tan mal, era una mujer despechada en ese instante.
Alejandro me dijo muchas cosas e incluso lloró en varias ocasiones, todo en voz baja para que su familia no se diera cuenta, aunque igual la otra habitación estaba más alejada. Yo lloré también, él creyó seguramente que era porque estaba afectada por sus palabras o porque yo quería "recuperar nuestro amor", pero estaba lejos de lo que pasaba por mi cabeza, no dejaba de pensar en Ricardo y en que lo había perdido por imbécil.
Fue entonces que sentí la mano de Alejandro rozar mi brazo, y acercarse cada vez más a mí. Yo no lo detuve, lo dejé ser aunque sabía hacia dónde iba todo. Se movió y posicionó encima de mí, dejé que continuara... me buscaba como mujer, y le respondí como mujer porque a esas alturas ya no tenía a quien seguir siendo fiel.
Después de esa noche me quedé con Alejandro, él se volvió más cariñoso conmigo, más atento y retomó las cosas de pareja que había dejado descuidadas antes, como sus besos que se volvieron más cálidos. Yo lo quería y me preocupaba por él, pero en el fondo no lo amaba. Yo no sentía que debiera estar con él, al final yo lo había traicionado, pero de verdad él tomó la situación como la canción de Sabú: "Quizás sí, quizás no", olvidó por completo lo que había pasado: "No te he visto con él si lo juras tú", así como él me había dicho, aunque yo nunca le juré nada ni le dije que le amaba.
Un par de meses más tarde, regresamos a la casa de sus padres. Recuerdo que veía jugar a sus sobrinos mientras yo estaba parada a lo lejos, Alejandro por su parte ayudaba a su padre a asar una carne para el compartir. Fue entonces que sonó mi teléfono celular, entonces contesté.

- Aló -.
- Hola -. Me dijo una voz masculina conocida.
- Hola, hace tanto que no sabía de ti -.
- Te necesito... -. Esas palabras me emocionaron hasta los huesos.

Caminé un poco para alejarme de la gente cercana, necesitaba esconder mis ojos enjugados.

- De verdad, te necesito -. Se escuchaba decir entre sollozos.
- No me hagas esto... -. Le dije mientras intentaba hacerme la fuerte.
- Prefiero compartirte, antes que perderte... -. Esas palabras "me mataron", no podía creer lo que me estaba diciendo.
- Ricardo... -. Apenas logré decir.
- Regresa conmigo, por favor... -.

Después que creí que las cosas se mantendrían calmas, el infierno regresó a mí. Colgué la llamada y me escondí lejos a llorar como una desgraciada, y sólo eso pude: llorar como una desgraciada.

02/11/11 09:38 p.m. - 10:06 p.m. - 10:56 p.m.
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sábado, 22 de octubre de 2011

Classora ubica a Waldylei Yépez en la lista de "Mejores escritores venezolanos de todos los tiempos"

En el día de hoy hemos encontrado la página Classora en español, y nos hemos llevado la grata sorpresa de ver allí a nuestra escritora Waldylei Yépez dentro de la lista en el ranking: "¿Cuál es el mejor escritor venezolano de todos los tiempos?". Imposible aguantarse de comunicarles tal experiencia, y por eso hemos tomado una captura de pantalla donde pueden constatar lo dicho.


Así mismo, le preguntamos a Waldylei acerca de lo que pensaba ella de eso, y esto fue lo que nos respondió:

(Risas) La verdad no me causa más que risa aparecer en ese ranking, lo digo por la pregunta: ¿mejor escritor venezolano de todos los tiempos? Si hay algo que tengo claro es quién soy y el lugar que ocupo en el ámbito literario, y estoy muy lejos del primer lugar en esa pregunta. Sin embargo, y es lo que me alegra enormemente, el aparecer en esa lista demuestra que Waldylei Yépez tiene presencia web, y con eso me quedo... ¡Un saludo!.


De todas maneras, felicidades por ese éxito.

La Red DkX
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lunes, 17 de octubre de 2011

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Carta a un buen hombre

006. Carta a un buen hombre. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

He estado preguntándome qué tan buena idea será escribir una carta, pero no cualquier carta sino una que sea plasmada con el corazón abierto, casi como si en ella dejaras tu vida, como si con cada palabra vaciaras tu alma en letras… Supongo que si la escribiera así, podría llegar a mostrar tanto lo que soy que esta carta sería yo misma, pero con letras como voz y con sentimientos hecho párrafos.
Sigo preguntándome si de verdad es buena idea exponerse así, o si simplemente debería callarme y no expresar lo que pienso, lo que quiero o las cosas en las que creo. Me quedo pensando si de verdad tomarán en serio mis palabras, si alguien tomará en serio lo que digo, o en resumidas cuentas, me gustaría saber si esta carta tendrá un verdadero destinatario… No me malinterpreten, si me permiten unos minutos les explicaré.
En primer lugar, quiero describir quién soy abiertamente y sin dobles caras, para ello puedo decirles que soy una mujer que, muy a pesar de lo malo que ha escuchado y vivido, sigue creyendo en cosas bonitas, pero no una mujer que vive de ilusiones o pensando que el mundo es color rosa. Tampoco soy una mujer que no se da cuenta de las cosas y mucho menos una que se queda de brazos cruzados ante la vida, entonces puedo decir que soy una mujer que no solamente cree, sino que lucha y confía en que el día de mañana será un día mejor y, además les puedo decir que, soy una mujer que cree en el amor. Sobre esto último, y quiero ser bastante franca en esta carta, quiero decir que me parece súper importante creer en el amor, sí, porque muchos no creen en eso aunque a veces finjan que sí. Mi idea nunca ha sido entrar en polémicas, pero insisto en que quiero ser franca, por tanto debo admitir que muchas de mis pares realmente no aman. Dejemos la mentira de que el género femenino en totalidad es amor, eso no es cierto. ¿Y por qué estoy diciendo esto? Porque de la misma manera, es una mentira que el género masculino en totalidad es amor. Existen hombres que no saben qué es amar, pero también existen mujeres que son igual. Repito que quiero ser franca, yo aquí a nadie voy a victimizar y tampoco voy acusar, pero seamos sinceros y vamos asumir la responsabilidad de cada género.
Respecto a los géneros, he crecido en un mundo donde el hombre se impone como el “mujeriego por naturaleza”, y de tal manera resulta “natural su infidelidad”. He crecido dentro del paradigma que indica que la señora, o la esposa, debe “dar por hecho” que su pareja va engañarla de un momento a otro porque “así son ellos”, y por tanto, a todos los hombres terminan llamándoles como animales: perros, ratas, zorros, etc. Crecimos en un paradigma donde el hombre “necesitaba” demostrar su hombría y “debía” aprovechar todas “las oportunidades” estuviese comprometido o no. Crecí dentro del paradigma que impone a la mujer “a ser buena” y quedarse en su casa, pero donde siempre te recordaban “lo perro” que eran los hombres y aún así les enseñaban a los hombres que vivían en tu casa que ellos “debían ser machos” (“Mi hijo va tener muchas novias”, por ejemplo, pero no dicen “mi hija va tener muchos novios” ¿o sí?), entonces de cosas como éstas nació la frase: “todos son iguales”. ¿Cómo no van a ser iguales si las madres les decían a sus hijos que fueran machos? De esto, siempre me he preguntado: ¿por qué la mujer “enseña” a “maltratar” a sus pares? Nunca le he encontrado lógica, y no me vengan a decir que es mentira, estoy bastante aburrida de esa “defensa de género” donde las mujeres dicen que “todas son unas santas” y los hombres dicen lo mismo de sus pares, estoy aburrida de tanta mentira junta, basada en el comportamiento humano de “defender a los de mi grupo (equipo, género, etc.)”. Ya basta. Pero no nos detengamos acá porque de esto no se trata mi carta, apenas estoy contextualizándola para que se entienda el por qué se escribe lo que se escribe, entonces sigamos…
A lo largo de mi vida, también he visto a algunos hombres sufrir y llorar por quienes de verdad amaron, y que después se convirtieron en culpables de que ellos dijeran: “todas son iguales”, y ahora las animales éramos las del género femenino: perras, ratas, zorras, etc. Y aceptemos que “la liberación femenina”, que no es más que el golpe opuesto a las injusticias que se estaban viviendo, trajo consigo movimientos bruscos y extremistas, llevando a subir el índice de infidelidad femenina, porque ahora las mujeres querían “ser iguales” a los hombres. “Y si el hombre siempre ha hecho lo que se le da la gana, ¿por qué la mujer no puede?” Seguramente eso pensarían. Por supuesto, estos no son los temas de discusión en esta carta pero me sirven para poner sobre el tapete varias cosas: si se nos enseña que el hombre es un “perro”, eso socava la confianza y te lleva aceptar cosas que no están bien; si se nos enseña que el hombre “es el malo”, realmente lo vamos a creer; si creemos ciegamente en que “todos los hombres son unos perros”, la posibilidad de creer en la sinceridad de alguno no va ser tanta; si creemos ciegamente en que “todas las mujeres son unas santas”, cuando de verdad un hombre está sufriendo por alguna de ellas, eso nos hace ver como incomprensivas, irrespetuosas, malas… ¿por qué un hombre habría de confiar en nosotras en esos términos? Pero además, ¿por qué una mujer habría de confiar en los hombres cuando “son unas ratas sin corazón”? “El hombre no se enamora” ya perdí la cuenta de cuántas veces me lo han dicho, y siempre me he preguntado si eso es verdad. También he escuchado eso de que la mujer es capaz de decepcionarse muchas veces (confiar y terminar siendo traicionada), mientras que el hombre se decepciona una vez (una vez confía y si lo traicionan ya no confía más) insisto con mis preguntas: ¿eso es verdad? ¿Es verdad que el hombre “no tiene corazón”? No sé por qué presiento que alguien respondería a eso como: “si no tiene, es por culpa de una mujer”, pues si alguien me dijera eso yo le respondería: “entonces seguramente eso le pasó a alguna mujer también, que ya no tenga corazón por culpa de un hombre”. Y ambos tendríamos razón, pero jamás sería una razón absoluta, porque nada es absoluto en esta vida. Y por eso, porque nada es absoluto, es que me atrevo a escribir esta carta.
No sé cuántos buenos hombres habrá en la vida, pero a todos ellos les hago llegar mi respeto y consideración. De todos esos, que espero que existan muchos, yo quisiera escribirle a uno en particular. No me pidan nombre, porque no lo sé, y mucho menos sé cómo se ve pero espero encontrarlo alguna vez. Sí, le escribo al buen hombre del cual me encantaría enamorarme. Tengo todos los antecedentes para no confiar en nadie, porque me dijeron que “todos son iguales”, y aún así yo siento que allá afuera hay un hombre bueno, hay un hombre amable.

A ti, buen hombre…

Lo primero que quiero decirte es: espero que existas. Por alguna razón, sé que existes aunque no sepa dónde y tampoco sepa si algún día voy a encontrarte.
No tengo idea si el día de hoy estás sufriendo por alguien, ni las razones de ese sufrimiento, pero si esa mujer no te respetó, no te valoró ni te amó, créeme que no todas somos iguales aunque, quizás, a estas alturas pienses que sí.
Yo no puedo hablar en nombre de nadie, por tanto, no cometeré el error de decir “las mujeres no somos así” pues yo sólo puedo hablar por mí, de la misma manera que tú sólo puedes hablar por ti.
Desconozco lo que has vivido, no sé si has sufrido poco o demasiado, si te insultaron o si te pegaron, y si te pegaron créeme cuando te digo que no te juzgo de ninguna manera. Sé que muchos se burlan de los hombres que son golpeados por las mujeres, sé que ellos sufren en silencio porque ni la policía les cree. Créeme que más que burla, me gustaría hacer algo para defenderte porque también tienes tus derechos, y como mujer de eso estoy conciente.
Quizás tú tienes razones válidas para no confiar en mis palabras, porque “todas son iguales” así te lo dijeron o así lo aprendiste, pero te invito a que hagamos a un lado eso que nos dijeron y comencemos a pensar en serio. Te dije que yo sólo puedo hablar por mí misma, entonces eso haré y te diré quién soy:
Buen hombre, soy una mujer que, a diferencia de lo que dicen por ahí de las mujeres, no está interesada en los “beneficios económicos” que pueda obtener de un hombre. Soy independiente y siempre he buscado desarrollarme, me gusta valerme por mí misma en todo cuanto sea posible, así soy yo y, al menos, creo que así son las buenas mujeres.
Creo que el respeto y la consideración por el otro son primordiales en una relación, por tanto, me parece inadmisible los insultos y maltratos (físicos, psicológicos o emocionales). Yo sí creo que tienes un corazón, yo sí creo que puedes enamorarte y creo firmemente en que eso merece ser valorado y respetado como corresponde.
Por ahí dicen o dan a entender, que el hombre es un “bruto” y nunca tiene sensibilidad, yo sí creo que hay hombres sensibles y eso no rebaja su grado de hombría, como sí piensan otros del género masculino y femenino.
También por ahí leí algo que decía: “qué horrible se ve un hombre llorando…”, no puedo saber en qué contexto nació tal expresión, pero yo sí creo que el hombre puede y debe llorar cuando lo sienta necesario, el hombre sigue siendo humano. ¿Horrible? Horrible no es que el hombre llore, horrible debe ser la razón por la cual lo hace. Si un hombre se enamora de verdad, y se burlan de él eso es lo que sí me parece horrible, como así mismo cuando es el caso de una mujer que entrega su corazón y lo dañan, eso también resulta horrible. Llorar no es el lujo que sólo se pueden dar las mujeres.
No soy fuerte ni física ni emocionalmente, de hecho soy bastante sensible, pero aún así no le bajo la vista a nada ni nadie, y si tú me necesitaras yo te defendería como fiera, te defendería con uñas y garras, pues así creo que las buenas mujeres defienden lo que aman.
No tienes que ser siempre el fuerte entre nosotros dos, yo puedo serlo de vez en cuando, yo puedo llegar a ser el escudo que busca protegerte. Mis brazos estarán abiertos para ti, podrías arrullarte allí todo el tiempo que quisieras confiando en que nada malo pasará, confiando en que bajo ninguna circunstancia yo te voy a traicionar.
No es tanto lo que tengo para ofrecer, pero si de verdad te hace bien tener mi compañía entonces allí yo estaría.
Desearía que me conocieras tal cual soy, y que decidieras si es lo que quieres en tu vida, porque no puedo prometerte cosas que no podré cumplir; necesito que sepas que yo tengo mi carácter también y defiendo lo que creo y lo que quiero. No puedo prometerte que jamás pasarás un mal rato porque yo no esté de buen humor, soy humana también. Además, no soy sumisa, por el contrario, soy rebelde. Y después de decirte todo esto, te pregunto: ¿es lo que quieres? Siempre serás libre de elegir lo que es mejor para ti.
¿Qué quiero yo? Quiero conocerte, quiero saber si existe un buen hombre para mí. ¿Y cuáles son los buenos hombres? Aquellos que creen en el amor, el respeto y la consideración. Aquellos que saben lo que es el compromiso y lo asumen de corazón, como lo hacen las buenas mujeres. Son aquellos que no juegan, aquellos a los cuales les importa cumplir cuando dan su palabra. Aquellos que saben quién son, y no necesitan demostrárselo a nadie… Aquellos hombres excepcionales, que salen del paradigma de la sociedad que quiso imponerles una concepción absurda, y que hoy en día son lo que ellos son de corazón… buenos hombres.
¿Sabes buen hombre? Sueño con el día en que las buenas mujeres y los buenos hombres reivindiquen a su género, que rompan las reglas estúpidas impuestas por las sociedades estúpidas. Y no hablo de armar conflictos, hablo de lo contrario, hablo de que cada uno de ellos tome la posición que les corresponde y que se respeten entre ellos como iguales y, al mismo tiempo, en lo diferente que somos entre todos nosotros.
Buen hombre, quisiera encontrarte e intentar construir contigo algo verdaderamente bonito, porque sí se puede muy a pesar de lo que digan los demás. No te prometo que siempre estaremos de acuerdo, porque eso no será así pues siempre vamos a tener nuestras diferencias, pero sí te prometo no hacer de tu vida un infierno porque no quiero que mi propia vida lo sea.
Amar es una cuestión de decisión, y si tú eres el hombre que me corresponde y decido amarte, juro que enfocaría todos mis esfuerzos en eso: amarte siempre. Insisto con mi pregunta: ¿es lo que quieres? Eres libre de creer en mis palabras o no, y también eres libre de elegir ser feliz o no.
No te puedo garantizar “la felicidad eterna” a mi lado, pero sí me esforzaría para que ambos estuviésemos bien.

No sé si esta carta tendrá un destinatario final, la verdad es que no sé si exista un buen hombre para mí, pero lo que sí es cierto es que no gastaré mi vida con alguien que no valga la pena, pues sé que no se esforzaría por mí y tampoco me inspiraría a esforzarme por él… una relación así sólo está destinada a morir y eso es justo lo que no quiero.

Busco construir una relación que no esté destinada a morir desde el primer momento.
Busco una relación con alguien que no esté “destinado a engañarme”.
Busco alguien que esté dispuesto a amarme.
Busco a un buen hombre.
Espero a un buen hombre.
Te espero a ti, buen hombre, para poder amarte,
y así poder dejar de soñarte, y sólo soñarte…

16/10/2011 03:37 p.m. – 04:27 p.m.
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lunes, 26 de septiembre de 2011

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Carta a los cielos

Fuente: Google Images.

005. Carta a los cielos. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

El título de esta carta me parece tonto, debería decir: “Carta al cielo”, pero como no sé si existe uno solo, porque hay tantas religiones y creencias juntas, entonces mando la carta a todos los cielos que puedan existir. La razón fundamental es que, al final, no quiero que alguien me diga que la envié al cielo equivocado, porque el “verdadero” era el suyo, el de su propio dios.
La razón de esta carta, porque nadie escribe para no decir nada, es que me puse a pensar que debía visitar el cielo, sí, ¿por qué no? ¿Acaso Dante es el único que puede ir a donde se le antoje? Él sí pudo “visitar el infierno”, entonces yo hoy “visitaré el cielo”. ¿Quién será capaz de decirme que no puedo? ¿O quién me lo va impedir? Defienden tanto el llamado libre albedrío, pero te imponen algunas cosas que no puedes hacer como, precisamente, visitar el cielo para hablar con Dios (sea cual éste fuere). Al parecer los únicos privilegiados que pueden hacer eso son los religiosos, sobre todo aquellos que se la pasan dándose golpes de pechos por los errores que van a seguir cometiendo, porque además tienen la certeza de que su dios va perdonarlos, como si esto fuera una obligación de la divinidad. Lo otro es que ellos “no van al cielo” para hablar con su dios, parece que los rituales y vestimentas que usan son suficientes para tener una “línea directa” con él. Pues yo no tengo rituales ni vestimentas, ni buscaré que otros me hablen de la vida y la muerte, la reencarnación o la resurrección, o como prefieran llamarle a esos temas, por eso iré directamente a tocar la puerta del cielo sin más rodeo, sin intermediarios porque es mejor hablar las cosas importantes con el de más alto rango, sí, iré hablar con Dios. Seguramente no tendré respuestas directas, seguramente mis oídos no escucharán una voz, pero al menos me desahogaré yo pues tengo algunas cosas que comentarle.
Bueno, he tocado la puerta. Uno siempre se imagina que esta puerta es inmensa e imponente, y que lo que habrá después serán nubes y luz… eso es lo que precisamente veo. No logro distinguir la cara de nadie, aunque supongo que lo normal sería buscar los rostros de los amigos y cercanos que ya se fueron allá, o eso es lo que le dicen a uno. No niego que me gustaría ver un par de rostros conocidos ahí, pero la verdad no tengo tiempo de ponerme a conversar con ellos, pues estoy aquí para hablar con Dios. Ahí veo una luz que viene desde arriba, sí, así se lo imagina uno porque así nos enseñaron que era, ya saben que necesitamos una representación gráfica porque nuestro cerebro no puede imaginar aquello que nunca ha visto, por tanto, les aseguro que veo lo que cualquier persona vería, total todos somos iguales ¿o no? Así nos lo han enseñado, aunque “ciertas condiciones aplican” porque a la hora de la verdad: un religioso vale más que yo a los ojos de su dios. Ya, estas cosas no son importantes. Me acerco a la luz, y supongo que es con Dios con quien hablaré ahora. Obvio, no lo voy “a ver” eso sería una blasfemia, porque cómo una pecadora como yo iba a ver a Dios… ¿no?
Y como ya estoy aquí, Dios, te diré un par de cosas:

La verdad comenzaré diciéndote que estoy molesta, sí, la vida me ha parecido tan injusta en los últimos días. ¿Qué quieres que te diga? Hay cosas que le pasan a la gente que no son nada agradables… ¿Sabes? Me gusta hablarte así, como si fuéramos amigos. Lo que pasa es que los tipos de allá “abajo”, porque supongo que el cielo está “arriba”, bueno los tipos de la tierra, te dicen que Dios es cercano pero, al mismo tiempo, no lo eres tanto. ¿Sabes qué más dicen? Que es una virtud tener temor de dios. Básicamente, resulta una estupidez que yo te esté hablando así, yo “debería” tener temor de ti… Eres amor, pero me puedes castigar. ¿Acaso me vas a castigar por venir hasta aquí y hablarte? Insisto en que hay un libre albedrío, yo lo usé para venir y para hablarte como amigo. ¿Eso despertaría la furia de dios? Y si esto es así, entonces a dios no le gusta que use mi libre albedrío… ¿eso es así? Todo termina en una pregunta, así parecen ser las cosas contigo… De cualquier manera, si además de ser todopoderoso también lo sabes todo entonces ya sabías que vendría, y también sabes qué me trajo hasta acá…
Te contaré algo que seguro ya sabes, eso del libre albedrío le trae problemas a las personas. Claro, desde un punto de vista individual qué bueno poder hacer lo que se te plazca, el gran problema es cuando eso de “hacer lo que se te plazca” afecta a otras personas. Y por eso estoy aquí, por eso estoy molesta. He estado preguntándome por qué la vida de alguien desaparece por la acción de otro. Vidas prometedoras, gente joven, ellos “se han ido” porque otros “le quitaron” lo que tenían. En algún punto, hemos sido muchos los que nos hemos preguntado: ¿dónde estabas tú? No es un reproche, no lo tomes como ofensa, es sólo un punto de vista. Sin embargo, en este punto de la vida llego a pensar que esto no es tu responsabilidad. Pero, y aquí es cuando tus grandes seguidores echan sobre tus hombros todo el mal de la humanidad, hay quienes dicen que todo esto pasa porque lo decidiste así, porque necesitabas a esa persona que se fue “junto a ti”, supongo que se refieren a que los necesitabas aquí en el “cielo”. Alguien una vez me dijo que si eso era así, entonces deberías dejar de decidir esas cosas. Insisto que en este punto de la vida, por alguna extraña razón, tengo la certeza de que tú no decides esto.
Allá, en la tierra, existía una chica muy inteligente, que pudo haber sido una gran profesional pero alguien más decidió apagar su vida un día de carnaval. También existía un muchacho que, porque se había convertido en un “obstáculo” para alguien de poder, desapareció del mundo por encargo. Y más recientemente otro muchacho, que cuando estaba trabajando, se le acercaron para robarlo y lo dejaron tendido rogando por su vida en su último aliento. Y así una suma inmensa de casos, por tanto, me es imposible no estar molesta por ello.
¿Sabes? A estas alturas, creo que perdí mi tiempo en venir a verte y tú perdiste el tuyo. Justo en este instante, tengo la plena certeza de que no tienes nada que ver con todo esto y no eres a quien “debo reclamarle” o a quien demostrarle mi molestia.
Te pedí claridad para ver y entender lo que no podía, y terminé soñando con un tsunami… supongo que se trata de la ola gigantesca de preguntas que tengo.
Supongo que es mejor que me vaya, éste no es mi lugar… no aún. Uno pensaría que después de visitarte podría estar con más paz, y no es cierto, no para mí…
Hasta luego, Dios.

Y “bajé” de aquella visita con la misma frustración con que subí, con las mismas preguntas y con la misma molestia. Quizás debió ser así…

Quizás Dios no estaba preparado para hablar conmigo,
quizás yo no estaba preparada para escucharlo a él.
Quizás todos los que se fueron
estén felices en su cielo,
mientras yo lucho contra lo que no veo,
mientras yo lucho contra lo que no entiendo.
Les digo adiós a ellos porque no me queda de otra,
les digo adiós aunque el corazón se destroza.
Adiós amigos y familiares cercanos,
que estén bien en ese cielo… en ese cielo lejano.
Aunque “la ida” a mí me parezca que fue muy temprano… demasiado temprano.

26/09/2011 04:41 p.m.
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sábado, 24 de septiembre de 2011

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Llegué a pensar que debía escribir algo para una despedida

Fuente: Google Images.

Llegué a pensar que debía escribir algo para una despedida,
pero jamás creí que me despediría de ti.
Se suponía que debía hacerlo hace un mes,
pero no lo supe hasta hace horas, como tres.

Sí, llegué a pensar que debía escribir algo para una despedida.

Esta noche he rememorado muchas cosas,
y no creí que esto terminaría así.
No pensé que otros tuvieran que llevarte rosas,
y no creí que tendría que llorar por ti.

Llegué a sentir que algo quizás ocurría,
pero jamás que se tratara de que te irías.
Lloro desconsoladamente en un rincón oscuro,
quizás porque mi alma yace al desnudo,
y todo mi rostro está empapado
al saber que ya no estás a nuestro lado.

No sabía cómo decirte,
no sabía cómo despedirme,
entonces te escribí estas líneas
aunque quizás no sea suficiente para una despedida.

Te quiero mucho, hermano.
Ahora, con nuestro padre, estarás a su lado.

Un día le escribí al Halcón y al Albatros,
pero no sabía que hoy a ti te escribiría.
Ojalá allá descanses y seas feliz,
y que cuides de tus hijos
como tu padre cuidó de ti...

Como nuestro padre, cuidó de ti...

* A tu memoria querido hermano.
Waldylei Yépez
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lunes, 12 de septiembre de 2011

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Blasfemia literaria

Fuente: Google Images.

Hoy será el día en que, diga lo que diga,
será lo que yo diga.
Hoy será el día en que, aunque diga lo que diga,
mis ideas no van a ser vencidas.

Porque hoy no usaré palabras de otros,
ni compraré expresión a antojos,
porque aprendí que las letras se copian
pero no valen más si te las copias.

Por eso quizás yo tenga mejores formas,
mejores formas de expresarme,
pues teniendo un poquito de tu apoyo:
"el chorrito de agua
se convierte en un arroyo".

Hoy decidí que no buscaré poemas para ti,
ni le creeré a nadie que otros escribirán mejor,
creeré que si tengo algo que decir
seguro preferirías que lo dijera yo,
pues yo también sé hablar de amor
y puedo describirte al sol.

Digo que quizás, tal vez, podría ser,
yo no necesitase a Neruda
para declararte un pensamiento,
o hablarte de la grandeza del firmamento.

Sólo necesito algunas cosas,
y para ello no requiero saber demasiado,
como dicen por ahí: "ser mucho literario",
pues lo literario no siempre es lo soñado.

Porque no creo que Baudelaire
diría lo que digo yo.
Y si Neruda leía a Quevedo,
¿a quién le importaría eso?

¿Será que si leo a Góngora
las cosas me saldrán mejor?
¿Mallarmé pondría las letras
a tus pies?

Blasfemia literaria,
quizás eso puedo ser,
quizás eso quiero ser...

Y qué importa
si la luna parece torta,
lo que importa es lo que siento ahora,
y que quizás a nadie más le importa.

Insisto que no sé quién es Víctor Hugo,
insisto que no leí la Ilíada,
desconozco el oxímoron
o que la metáfora es marrón.

Sólo digo que quizás,
y sólo quizás un tal vez podría ser,
yo pudiera escribir al revés
y lograría decirte lo que eres para mí.

A lo literario
le regalaré un desacato,
porque tantas reglas
ya me aprietan los zapatos.

Sé que muchos querrían matarme ahora,
que blasfemo de las letras,
no creo que sabiendo
quién es el Quijote,
me sienta más grandote...

Insisto que muchos querrán matarme,
insisto que digo lo que no quieren que diga,
pero quizás tal vez podría ser
yo sea el más ordinario de la clase entera,
pero si tú eres mi apoyo
no me tocará el enojo.

Estoy diciendo que podrías salvarme,
estoy diciendo tantas cosas
sin siquiera inspirarme.

Todas estas letras son mi blasfemia,
sin palabras vulgares,
y aún así me hacen volar como aves,
no permitas que las palabras se traben.

Y es que lo escrito pertenece al pasado,
el siglo de oro murió hace ya tanto,
pero antes de que me digan:
"esto es lo peor que pudieses haber escrito",
te diré lo que quiero:

Quizás, quizás si me miras a los ojos
yo podría ser mejor,
tú eres mi apoyo,
mi dulce mar,
mi buen arroyo.

Y antes de que me echen de aquí,
diré que no necesito de palabras de otros,
no permitiré que Neruda te hable por mí
porque yo tengo mis propias palabras
y mis propios enojos.

Al olvido las dulces palabras de amor,
con mis propias palabras te hago mi declaración...

Sí, así de "vulgar" escribo yo
y aún así sé describir al sol
y escribirte: amor...

Y escribirte... mi amor.

Waldylei Yépez
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sábado, 10 de septiembre de 2011

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El Halcón y el Albatros

Fuente: Twitter.

Hacia arriba,
hacia el cielo,
muy allá,
sobre el mar,
donde las olas perseverarán
y el silencio te envolverá.

Hacia arriba
en vuelo alto,
un vuelo incierto
donde ruge el mal tiempo.

El Halcón y el Albatros,
con alas abiertas,
al viento enfrentaron
y con entusiasmo volaron.

Allá se les ve,
allá se les ve volar.
Allá se les ve,
allá se les ve surcar.

Siendo los mejores en su especie,
los mejores en su actuar,
levantando Desafíos
o iluminando Viña del Mar.

El Halcón de Chicureo,
allá en la Colina,
se quedará en el corazón
al igual que su canción.

De los marinos se dice,
se dice que vuelven,
vuelven reencarnados en aves
o convertidos en Diomedeidaes.

Diomedeidaes les dicen,
otros les dicen Albatros
que vuelan entre el azul y amarillo,
navegando, como lo haría Cubillos.

El Halcón y el Albatros
han emprendido su vuelo,
sobre el mar que tanto amaban,
hacia la isla que anhelaban.

El Halcón y el Albatros de Juan Fernández,
ellos que siempre tuvieron un corazón bien grande,
se despiden de la tierra,
se despiden hacia el cielo.

El cielo les recibe,
les recibe iluminado,
porque siempre fueron buenos...
muy buenos hermanos.

El Halcón de Chicureo,
el Albatros del océano,
le dicen adiós al mundo
pero Chile los extraña tanto...

Adiós, buenos amigos,
adiós, buenos hermanos,
ojalá un día emprendan vuelo
y así puedan visitarnos.

Y así puedan visitarnos...

* A la memoria de los Felipe C. (Felipe Cubillos y Felipe Camiroaga) eternos visitantes
de la Isla Juan Fernández.

Waldylei Yépez

Fuente: Google Images.
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domingo, 24 de julio de 2011

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Álter Ego

Fuente: Google Images.

004. Álter Ego. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

Álter ego. (Loc. lat.; literalmente, 'el otro yo').

Llovía a cántaros. Desde el sofá, podía ver el choque de las gotas con el vidrio de la ventana. Sobre el techo también sonaba la caída del agua. Yacía recostada sobre aquel mueble, mientras la rodeaba ese sonido de lluvia. Pensaba en que si no estuviera lloviendo, estaría sumida en un gran silencio.
A veces cuando uno está solo, así como ella estaba, optamos por hablar como locos y comentar de todo un poco, pues bien eso hacía ella. Se veían moverse sus labios mientras miraba hacia el techo, como si estuviera hablando a alguien allá arriba. De repente algunas muecas aparecían en su rostro, otras veces era expresión de molestia y otras sonrisas, es que eso hacemos: dramatizamos lo que contamos. Y resulta que, en instantes como esos, repasamos incluso nuestra propia vida alegrándonos o reprochándonos alguna que otra acción, y claro está que agradecemos que nadie nos escuche.

- ¡Qué cobarde eres! -. Se oyó un reproche.

Ella se levantó sorpresivamente, quedando apenas sentada en aquel sofá.

- ¿Por qué cobarde? -. Intentó defenderse mirando hacia el otro mueble, justo el que estaba cerca de aquella ventana con gotas de agua.

La figura humana, en aquel mueble, se inclinó un poco hacia delante, lo suficiente como para que su rostro se pudiera observar al exponerlo a la luz que entraba por la ventana, luz de luna que acompañaba aquella agua que caía del cielo.

- Eres incapaz de decir todo esto, decirlo frente a la gente. Incapaz de reclamar lo que te molesta. Siempre te callas, y esperas a estar sola para expresar tu rabia… Eres una cobarde -.
- No seré como tú, siempre impulsiva. No seré como tú, yo prefiero evitarme problemas, evitar que la gente pueda hablar de mí, evitar discusiones pues eso es lo que se debe hacer… -. Le contestó.
- ¿Es lo que se debe hacer? -. Aquella figura se sonrió apenas. - Sé que te das cuenta de que lo que dices no es cierto. ¿Por qué te da tanto miedo expresarte? -.

La chica evadió la mirada de aquella que le hablaba, y en vez de responder tomó una cobija que tenía cerca y se arropó. Se acostó nuevamente, esta vez de medio lado y se quedó mirando al piso.

- ¿Por qué sufres haciendo lo que no quieres? ¿Por qué aceptas sufrir cuando sabes que no es lo que mereces? -. Seguían las preguntas, pero ella no contestaba nada.

Mientras estaba aún arropada, la otra figura se levantó de su asiento y se acercó a un espejo que estaba cerca. Se miró en él.

- Durante toda la vida te has callado un montón de cosas, y las veces que no lo has hecho es porque yo actúe por ti. A veces me pregunto: ¿Cómo podemos ser tan distintas si compartimos el mismo rostro? Y otras veces me da rabia que seas tú quien se imponga, y no me dejes actuar realmente como me gustaría actuar… -.
- ¡¿Y PARA QUÉ?! -. Saltó del sofá la chica y se puso de pie. - ¡¿Para qué quieres ser tú quien hable?! ¡¿Para herir a las personas?! -.
- ¡¿Herir a las personas?! -. Le respondió la otra. - ¿Quién es la que está tirada en el sofá hablando consigo misma? ¿Quién es la que se pone a llorar porque la empujan hacer cosas que no quiere? ¿Quién es la que se calla cuando la insultan? ¿Quién es la que grita interiormente cuando lo externo le hace daño? ¿Ah? ¡Dime! ¡¿QUIÉN?! -. La mirada se le endureció.

La chica, después de saltar fuera del sofá, terminó sentándose nuevamente en él con esa actitud de derrota, actitud representada claramente por su cabeza y mirada baja.

- No me gusta cómo es mi otro yo -. Le dijo aún cabizbaja.
- Yo podría decirte exactamente lo mismo -. Le contestó firmemente su otro yo.
- Sé que a veces debería ser más como tú -. Decía entre sollozos. - Pero… a veces es mejor ser como soy, aunque me postergue a mí misma… -.
- ¿Aunque sufras? ¿Aunque tus anhelos sean pisoteados? -.
- Tú no lograrías entenderme, no puedes ver las cosas como yo las veo…-.
- No, no puedo ver las cosas como tú pero puedo sentir tu sufrimiento, tu frustración, tu molestia, tu rencor, por tanto, sé que deberías defenderte, o al menos dejarme a mí hacerlo. Tú y yo sabemos que hay que detener el ataque externo, que no mereces o no merecemos que nos impongan cosas -.
- Lo siento, pero prefiero tener una guerra interna contigo que tener una guerra con los demás… -.
- ¡NO ENTIENDES QUE LA QUE SE ESTÁ HACIENDO DAÑO A SÍ MISMA, ERES TÚ! ¡RAYOS! -. No se aguantaba la rabia.

La chica calló.

De repente, se escuchó una voz en otra habitación, alguien la llamaba. Se levantó asustada de su asiento, mientras que la otra estaba enfurecida y dijo:

- ¡Ahora sí! ¡Le voy a decir todo lo que me toca decirle y gritarle! -.

Pero cuando se disponía a caminar rumbo a la puerta, la chica la detuvo diciéndole:

- ¡No! ¡No puedes hacer eso! -.

Se volvió a escuchar la voz en la otra habitación, pero esta vez era más un grito que un llamado.

- Cálmate, por favor… -. Le suplicó la chica a su otro yo, mientras sus lágrimas caían.

Su otro yo tomó una respiración profunda.

- Nuevamente hago lo que tú decides, pero llegará un día en que ya no te haré más caso. Has estado condenándonos al sufrimiento todo este tiempo, ya no más. Hoy me callaré nuevamente, pero no lo haré siempre -. Caminó de nuevo hacia su mueble y allí se quedó mientras la chica salió de aquella habitación.

Desde un frío rincón,
desde un frío salón,
el álter ego y yo
somos uno y somos dos.

Desde un frío rincón,
desde un frío salón,
todo se acumula,
sí, todo se acumula…

Mucho es lo que puede aguantarse,
pero la injusticia cansa,
y es cuando viene la reacción,
y es cuando viene la venganza.

Mucho es lo que nos podemos callar,
hasta que nos hagan hablar.

Somos como somos,
pero el entorno también influye.
Somos como somos,
y debemos expresarnos.

Somos como somos,
y mucho podemos callarnos,
pero para siempre
no vamos a poder aguantarnos.

Exprésate ahora que puedes.
Expresa lo que realmente eres.

Exprésate, antes de que tengas que gritar.
Exprésate, la solución a veces no es callar…

24/07/11 5:59 p.m. - 6:39 p.m. - 10:07 p.m.
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jueves, 14 de julio de 2011

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El quiebre de las ilusiones

Fuente: Google Images.

003. El quiebre de las ilusiones. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

Muchas veces me he preguntado si soy un “ser raro” en el mundo, si sólo pienso en cosas que nadie más piensa o cree posible, o mejor dicho cosas que la gente considera normales y que yo no logro aceptar como tales.
Si tuviera que contar un poco acerca de mí, creo que comenzaría diciendo que mi pasión es escribir y que por eso me convertí en una escritora. Me costó mucho sí el poder serlo, pero teniendo el apoyo de quien sería mi novio y después esposo logré alcanzar ese sueño. Escribí hasta hoy muchos libros, y paseé muchas veces entre los estantes de librerías viendo que mi nombre se leía en los mostradores. Sólo los artistas podrían imaginar a cabalidad mi emoción al ver mis pensamientos como libros, libros que la gente podía adquirir, en definitiva la emoción de ver un sueño de artista hecho realidad.
Mi vida estuvo llena de altos y bajos, obstáculos difíciles y montones de pequeños triunfos que me ayudaban a seguir adelante a pesar de lo malo. Mi familia fue ese pilar fundamental que me sostenía y después ese puesto lo ocupó el amor de mi vida, quien con mucho amor, mucho cariño, mucha ternura y mucho respeto me hacía sentir la mujer más dichosa del mundo. Ese amor maravilloso que embargaba mi vida fue inspiración para muchos textos que escribí y que aún se venden en las librerías. A veces recibo cartas de lectores que me dicen que sienten mis textos como si yo estuviera contando sus vidas, o como si ellos fueran los que hubiesen escrito lo que yo escribí allí.
De mi paso por el mundo de las letras, he logrado comprender muchas cosas, como por ejemplo que uno como escritor siempre escribe aquello que considera real, y logra impregnar en las letras una fuerza tan maravillosa y potente que no existe forma de que a nadie le llegue o toque psicológica o emocionalmente lo que uno escribe, pues siempre existe alguien que resulta conmovido por lo que uno dice. Mis cartas de amor sé que han logrado tocar a más de un lector, y muestra de ello es que me escriban para decírmelo. Pero hoy no vengo a escribir una carta de amor, así que me disculpo por ello en primer lugar, sin embargo les aseguro que resulta necesario para mí escribir lo que escribiré, porque también tengo que hacerles saber que escribir resulta una bendición con su maldición incluida. Sí, es por ello que nosotros, los que elegimos como camino las letras, tenemos la urgencia de escribir lo que sea necesario escribir porque si no lo hacemos: moriremos. Y eso intento, salvar mi vida…
Por ahora no sé por dónde empezar así que seguiré la línea que venía desarrollando, como les decía en mi vida estuvo los altos y los bajos, aunque debo señalar que nunca pasaron tantas cosas graves. Desde mi juventud estuve muy metida en mis cosas académicas, lo que me ayudó a destacar en esa área pero me impidió, según mis amigos, vivir las cosas que ellos sí pudieron vivir en esa etapa. Sin embargo, difiero de lo que dicen mis amigos por la sencilla razón de que no creo haberme “perdido” nada, viví justo las cosas que quería vivir y tomé las decisiones que a mí me ayudaron a ser feliz. Cuando llegó el amor a mi vida, ese amor total y pleno que te hace volar, yo me sentía increíble y no podría describirlo aquí en palabras, pero se puede asociar a lo más hermoso y mágico que se pueda vivir en esta vida. Estuve involucrada en ese noviazgo algunos años y después vino el matrimonio, ese día fue otra cosa… Fue algo espectacular, tenía a un hombre maravilloso a mi lado, un hombre que me ayudó a lograr todos mis sueños, que se portaba genial con mi familia y su familia conmigo era sumamente genial, es que no habría otra forma de decirlo pues ‘genial’ es la palabra acorde. Podrán imaginarse la enorme sonrisa que tenía ese día, la misma sonrisa que me acompañó todos los días siguientes, y no exagero porque sí tenía esa misma sonrisa todos los días. Despertar a lado del hombre que amas, eso no tiene palabras. Justo me despertaba al día siguiente cuando el sol comenzaba a invadir la habitación, y él aún seguía durmiendo, entonces me quedaba mirándolo dormir mientras yo estaba toda enternecida; después él se despertaba un poco, me miraba y sonreía, se lanzaba a darme muchos besos y así nos quedábamos un rato hasta la hora de por fin levantarse.
¿Cómo se siente vivir el amor perfecto? Pues se siente de esa manera: perfecto. Se puede sentir la total comprensión, cosa que es posible con la comunicación fluida, y él conocía todo de mí… hasta el punto de adelantarse a pensar y saber lo que yo aún no había dicho con palabras. Yo compartía todos mis pensamientos, todas mis ilusiones, todos mis sueños, es decir, de verdad compartía todo pero todo de mí… ¡Y qué genial se siente poder hacer algo como eso! Y no, no me sentía vulnerable porque sabía que estaba en las manos más seguras, que ambos éramos uno solo pues hasta ese punto estábamos “conectados”. Mi relación con su familia pues era increíble, había mucho apoyo y mucho cariño.
A veces, por mi trabajo, me tocaba viajar a otras ciudades y vaya que sufría por el hecho de no poder estar cerca de él, siendo apenas una separación de un par de días pero igual sufría mucho. Comprendan, ¡era una mujer enamorada que no quería separarse de su amor ni siquiera unos centímetros! Pero no crean que actuaba como posesiva, en realidad no lo era aunque algunos sí me vieran así, pero mi esposo no malinterpretaba mi actuación, por el contrario, me decía que me extrañaba y que quería que regresara de mi viaje ya mismo, terminábamos riéndonos de todo eso.
Por otro lado, él también viajaba a veces por su trabajo, y entonces era yo quien quería que él regresara ya mismo a la casa e incluso me ponía a actuar como una niña pequeña: “Ven, ven, ven…”. Después reíamos de todo eso.
Un día, cuando él estaba de viaje por un trabajo, decidimos darle una sorpresa llegando justo a aquella ciudad. Mis suegros y yo planificamos llegar al mismo hotel donde él se hospedaba, y convencí a la persona encargada de que me abriera la puerta de su habitación para decorarla y darle una sorpresa cuando llegara, pues a esa hora él estaba trabajando en una oficina. Por fin, me prestaron una copia de la llave y subí con unas cosas que había comprado, después mis suegros me alcanzarían pues ellos se iban a quedar registrándose en la recepción. Llegué a la puerta y la abrí, caminé unos pasos para acercarme y dejar las cosas que llevaba pero quedé inmóvil por lo que vi. Ante mis ojos, el hombre que yo amaba estaba con otra tipa en su cama. Dejé caer las cosas que llevaba en las manos, y fue hasta entonces que ellos se percataron de que yo estaba ahí. Se movió hacia un lado, tomando una sábana para cubrirse y diciendo mi nombre. Yo estaba petrificada. Ella también salió corriendo y no supe a dónde fue. Él, por su parte, titubeaba pretendiendo explicar lo que no podía explicar. En ese momento entraron sus padres a la habitación, y lo primero que vieron fue el rostro de él asustado esperando mi reacción. Yo seguía sin decir nada, pero sus padres salieron de la habitación al sospechar lo que había ocurrido. Pero, de la misma manera como ellos salieron, salí yo sin decir nada. Pude haber roto alguna cosa allí o decirle “hasta el mal del que se iba a morir”, pero nada de eso me salió. Iba bajando las escaleras en shock, no supe cómo salí del hotel y cómo fui a parar frente a una de las playas de aquella ciudad. Recuerdo que estando allí sentada en un banco, llevé mis manos al rostro para cubrirlo y poder llorar como una niña sin consuelo. Lloré por horas. Cuando ya no me quedaban más lágrimas, me levanté de ese banco y busqué la forma de regresar a casa.
El dolor se apoderó de mi vida entonces, y postergué muchos compromisos porque no quería salir. Él no regresó a nuestra casa, por mediación de sus padres y petición mía, se quedaría con ellos. Yo no podía comprender muchas cosas, mi mente asociaba su falta con mentiras y me preguntaba millones de veces el por qué me había engañado, por qué me había hecho creer que todo estaba bien, y aquella “buena comunicación” que siempre defendí no fue más que una mentira muy bien elaborada.
En esos días sus padres me visitaron varias veces, yo no hacía más que lanzarme a los brazos de mi suegra y llorar como una desgraciada. Yo había sacrificado todo por él, incluida mi propia familia, y me sentía la más sola del mundo. Recuerdo que quemé borradores de textos de amor que tenía, incluyendo un poema de amor inédito que había escrito para él y se lo mostraría justo el día que lo vi con otra; lancé a la basura fotos, cartas, estrellé contra las paredes frascos de perfumes que él me regalaba; me quedaba durmiendo en el sofá, después de haber llorado toda la tarde, apretando contra mi pecho las almohadas de aquel mueble. El dolor que se siente sólo se compara con la desaparición física de un ser querido, y vaya que duele cuando es justo el amor el que se muere.
No toleraba ver sus fotos, me recordaban el episodio vivido y sentía asco, asco de pensar que estaba con otra u otras y que después venía a estar conmigo. Recuerdo que comenté eso con una amiga, y ella no hizo más que regañarme y decirme que es obvio que el hombre nunca es fiel, y que su naturaleza es ser mujeriego; que ni se me ocurriera dejar a mi esposo, que no podía “dejarlo libre” para que viniera una estúpida a “quedarse con él”, que como su esposa yo “tenía todo los derechos” y que pensara en permitir que él volviera a la casa y lo perdonara, que ni se me ocurriera “tirar mi matrimonio a la basura”. Yo pensaba para mí misma que yo no era la culpable de eso, que quien había tirado nuestro matrimonio a la basura era él; que no era justificable seguir viviendo con el paradigma de que había que aceptar que el hombre es mujeriego, y no darse mala vida porque tenga sexo con otra persona “porque a la que quiere es a ti”. Muchas mujeres habían perdonado antes a sus esposos porque estos tuvieron sexo con otra persona, pero yo no lo podía hacer. Quizás se trataba de la concepción de cada quien, y que yo por mi parte veía el tema como una conexión emocional-espiritual tal vez demasiado idealizada. Yo nunca había tenido experiencia antes de casarme, y eso es mucho más que una cuestión religiosa sino que se trataba de una decisión mía muy bien argumentada, porque entendía una “unión física” como un intercambio “de energías” que une a las almas y no sólo a los cuerpos. Supongo que por eso esperaba reciprocidad en el tema: una sexualidad exclusiva, pero mi amiga me intentaba convencer de que eso no existía, y que “tenía que ser realista”. Pero el tema físico no era el único problema, yo me sentía engañada, me habían visto “la cara de tonta”, era una cuestión psicológica y emocional también, pero ella intentaba bajarle importancia al error de mi esposo diciendo que “eso no era tan importante”, que él “me amaba a mí porque estaba casado conmigo” y que intentara “ver las cosas con más claridad”. Yo no podía entender cómo era posible que mi amiga me diera esos consejos, esa clase de consejos.
Un par de semanas después del incidente en el hotel, él fue hasta la casa y verlo me causó un gran impacto. Sentía mucha tristeza y dolor, intentaba que mi voz no se quebrara pero hubo momentos en que se quebró de todas formas, y las lágrimas se asomaron delicada y tímidamente sobre mi rostro. Podía ver su tristeza mientras contemplaba de vez en cuando que una lágrima rodaba sobre mis mejillas, podía ver su impotencia al querer acercarse y abrazarme, por eso y muchas cosas más sabía que alguna vez él me había amado de verdad. Sus ojos se enjugaban, de vez en cuando. Supuse que le hacía más daño que no lo insultara, porque dicen por ahí que hace más daño la indiferencia que el mismo odio. Yo no sabía exactamente qué era lo que sentía, a veces lo amaba y a veces lo odiaba, pero otras veces tan sólo era un “desconocido” para mí.

- ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo te acostabas con ella? -. Me osé a preguntar, de la misma manera que uno se osa a preguntar las cosas que no quiere saber.

Él se negaba con la cabeza, no quería contestar. Me pedía que no habláramos de eso, pero yo insistía.

- Ocho meses, como ocho meses desde la primera vez que salí con ella -. Por fin respondió.

Cualquier otro quizás no habría respondido, pero así éramos él y yo: nos contábamos todo… mejor dicho, yo lo creí así…

- Hace cuatro meses celebramos nuestro aniversario, y fue un día muy hermoso. Recuerdo que pensé que la vida me había bendecido con una relación perfecta, y resulta que ya llevabas cuatro meses con ella… -. Se me quebró la voz.

Él se acercó a mí arrodillado, y lloró sobre mi regazo pidiendo perdón. Me levanté sacando fuerzas desde donde ya no tenía y le pedí que se fuera, que no quería volver a verlo. Salió cabizbajo de la casa aquel día.
Estuvimos separados desde entonces, y dos meses después me lo volví a encontrar en un evento literario. Justo ese día me entregaron un reconocimiento por la venta de unos libros, apenas di unas cuantas palabras al recibirlo y bajé de la tarima, caminé unos metros y me encontré con él de frente, me felicitó y le di las gracias como se la hubiese dado a cualquier persona. Intentó hacer algún otro comentario pero corté lo que quería decir:

- Estoy contenta de haber recibido esto -. Señalando la placa que me habían dado. - Y recuerdo que hace meses, cuando salió la posibilidad de recibirlo planeé un pequeño discurso de agradecimiento e iba a dedicarlo a alguien que había sido importante para mí entonces… Es una lástima que, hoy en día, no tenga a quien dedicarlo. Hasta luego -.

Y me fui de allí.
Llegué a mi casa y recuerdo haberme sentado en el sofá con el reconocimiento en la mano.

- Qué triste es perder todo aquello que te hacía feliz -. Dije. Puse la placa sobre la mesa y tomé un papel y lápiz.

“Aquí yace la escritora de amor que creyó en el amor.
Aquí yace aquella que creyó en la fidelidad y lo eterno.
Aquí yacen mis propias ilusiones golpeadas, quebradas y muertas.
Aquí yace la escritora. Aquí yace la ilusión.
Feliz, ya no soy. Sonrisas, ya no doy.
El amar, me mató. El amor, me mató…
Hoy ya no creo, ya no creo en el amor.
Aquí yace la escritora que se hundió y del dolor aprendió,
del dolor aprendió: a respirar dolor y nada más que dolor… Sí, eso aprendió”.

14/07/2011 05:37 p.m. - 06:17 p.m.

Fuente: Google Images.
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