sábado, 9 de julio de 2005

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Oso de secretos

Si es cuestión de confesar
no es necesario un cura que me escuche,
ni siquiera estar frente a alguien.
A veces me da miedo plasmar todo el sentir
pues no deseo que me lleguen a descubrir,
temo puedan ver más allá,
más allá de lo que deseo vean,
de lo que necesito lean
o cambiar la actitud de cómo sean.

Oso polar u oso hormiguero,
oso de trapo u oso de tiempos,
confesionario de algodón o un almohadón,
una vez más aquí estoy para hablar y decirte
todas mis culpas y todos mis llantos,
todos mis sueños y todos mis cantos;
fiel amigo mudo y ciego,
sin reproches y oídos buenos,
con lágrimas de impotencia
por el dolor en mi existencia,
conoces más de mí y yo misma sé
que sin ti moriría de pie,
pues no tendría a cual regazo acudir
cuando el llanto y la tristeza se apoderan de mí.

Sola como la luna,
llena de cráteres en mi sensible corazón,
pues lo regalé pidiendo lo cuidasen,
pero lo hirieron porque lo dejaron solo,
solo como jamás pensé pasaría,
o medio solo, y eso también duele.
Me repetía una tras otra tantas cosas:
¿Cómo te fue a pasar eso?
¿Por qué lo permitiste?
¿Por qué le quisiste?
Y hasta: ¿Por qué te duele tanto?
Quería bloquear pensamiento tras pensamiento,
no quería me perturbasen los recuerdos.
Cuatro paredes fueron mi refugio,
las cuatro paredes de las cuales quería huir;
sentada sola en una cama con la mirada baja,
baja marea de la playa, bajo ánimo, baja risa,
simplemente estuve contra el piso
ni levantar la mirada pude,
menos mis alas que rotas tuve.
Había tanto que quería decir,
pero una lágrima en mi garganta estaba.
Mi voz quebrada y la mano temblorosa,
el dolor de aquella rosa,
y la indiferencia que me destroza.
¿Cómo culpar a alguien?
Simplemente no hay culpables,
ni siquiera la persona por la cual lloro,
yo le debo tanto, le debo muchas lecciones.
Mi corazón se hundía entre sus lágrimas
pues no aceptaba lo que debía;
sangrando, lo vi sangrando
como ave con ala rota,
lo tomé en mis manos y quise entibiarlo,
pero mi alma muy fría estaba
así que en una cajita lo encerré,
y bajo llave lo guardé,
ahora nada me toca, nada me daña
o por lo menos es lo que trato.
¡Qué gran daño causan las espinas de rosas!
Agradezco lo que fue y quizás extrañaré,
pero llegó la hora de romper las cadenas,
de ser libres como aves en su altivo vuelo,
no queda más que decir: adiós,
adiós al dolor, adiós tristeza, sin ninguna aspereza,
y gracias de parte de mi corazón...



Waldylei Yépez



Datos del archivo:

069.Oso de secretos.Colección El Poder de las Letras.Waldylei Yépez.docx
09/07/05

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