006. El Seis del Dieciséis. Colección Despierta. Waldylei Yépez.doc
Un día más para la cuenta de las rutinas. Pensé que no habría nada fuera de lugar, pero no siempre es así ¿verdad? Supongo que un día común para cierto número de personas, sería para otros como el fin del mundo. Siempre me preguntaré, ¿Qué mano dirige la vida de las personas? Al parecer, una que no vemos. ¿Decidimos ser lo que somos? Particularmente, creo que sí. Sin embargo, ¿Dónde quedan las circunstancias? ¿Por qué muchos nos dejamos llevar aún por ellas? Pero la pregunta más importante, que quiero formular, no es ésa, sino la que dice ¿Por qué muchos han preferido el camino “incorrecto” (al cual creemos sucumben por una circunstancia)? No lo sé. Podemos formularnos miles de teorías, y hasta los profesionales querrán manifestar su punto de vista, pero quizás no podamos dar con una “causa”, o razón, a nivel general.
Hay que aclarar que cuando la autora utiliza el término “incorrecto”, lo hace para referirse al lado “criminal” en éste texto. Por tanto, ¿Las circunstancias podrían volverme un “delincuente”? Y aquí llegamos a un punto donde el tema, por tratarse de delito, se hace demasiado amplio, así que volvemos aclarar que nos referimos a los hechos de robo o hurto en la presente.
Tengo que decir que hoy he quedado atónita. Anteriormente, no había tenido ni la oportunidad ni la experiencia de “tratar de entender” a un asaltador o carterista. Le voy a llamar “carterista” para comparar a nuestro delincuente con robos “pequeños” a bolsillos. Quedando de acuerdo con éste punto, prosigo.
Esta mañana salí con mi progenitora a casa de una tía. Mientras nos dirigíamos a la parada de autobuses, se nos ocurrió comprar un pan azucarado y jugo para llevar. Posteriormente, seguimos el rumbo. Al llegar a la parada, un autobús que cubre la ruta 16 yacía estacionado, por un instante mi acompañante dudó de montarse allí y me pregunta:
- ¿Nos vamos aquí o esperamos un “rapidito”? -. Refiriéndose a un carrito por puestos.
Yo me encogí de hombros, la verdad me daba igual. Pero ella vacilaba si subirse o si mejor no. Miró un par de veces la autopista para corroborar si venía otro, quizás un autobús de la ruta 23, o de la ruta Lara tres, quizás un “rapidito” pero nada. Decidimos subirnos a pesar de que ya estaba bastante lleno, como consecuencia quedamos en toda la entrada del auto, en las escaleras. Ella entre el tubo y el primer escalón, detrás de ella una señora, yo en el segundo escalón y el colector de la ruta en toda la puerta.
Es bastante conocido que cuando el autobús está de ésta manera, es muy sofocante. La gente casi que unas encima de otras, por ejemplo. Pero como es habitual, no preste atención. En una de ésas, siento que la señora que va detrás y muy cerca de mi madre, choca con nosotras cuando “el ruta” (para referirse al autobús) arranca de nuevo, me mira y me pregunta:
- ¿Cuánto es que es el pasaje hoy? -.
- Mil -. Le respondí, o lo que sería lo mismo, un bolívar fuerte.
Pareció satisfecha. Esta era una señora de unos 46 años aproximadamente, cabello corto castaño claro, medio gordita y bajita. Cerca de su mano llevaba una chaqueta roja deportiva.
Era un día caluroso, pero parecía que iba llover. Nos tardaríamos alrededor de una media hora antes de poder bajarnos del ruta. Todo transcurría normal, la gente bajaba y subía y mientras se movilizaban podíamos acomodarnos mejor.
Fue entonces cuando me di cuenta, que la ya nombrada señora, iba con una acompañante. Ella era una chica de más o menos 19 o 20 años, cabello largo negro y estaba embarazada. Creo que aquella joven era hija de ésa mujer. Entre ellas dos comentaron alguna cosa trivial. La señora se vuelve a dirigir a mí:
- ¿Y usted para dónde va? -.
- Voy más allá de “Las Colinas” -. Vamos a llamar al sitio así.
- ¡Ah! Eso es como por “Las Aguas Bravas” -. Me dijo sorprendida por lo lejos.
- No tanto, es en “Los Riachuelos” -. Nunca le dije el sitio exacto de dónde me bajaría.
En todo ése trayecto mi madre terminó sentándose al final del autobús, y yo seguía cerca del chofer, frente a la joven acompañante de la señora, y de lado a la misma.
Había algo extraño en ésa señora, se movía de aquí para allá, le cedía los puestos a otras personas y permanecía muy cerca de la gente, yo diría que demasiado cerca.
Luego noté que se volvió a poner a mi lado, y sentí un roce en el pantalón. Me moví hacia un lado, y viré mi mirada hacia mis bolsillos. Yo cargaba un blue jean, con bolsillos delanteros de cierres. Al mirarme noté que yacían abiertos los cierres, uno más que el otro, fue entonces que los revisé: con el que estaba medio abierto no había problema, pero en el otro ya no tenía el dinero que llevaba. En ése momento, comencé a prestarle atención a los detalles y me fijé que la señora se había alejado. Sí, ella era una especie de “carterista”. Me quedé pasmada. “Caras vemos, corazones no sabemos”. Yo la catalogaría como una “profesional” en la rama. Tanto es así, que el bolsillo que revisó y vació contenía un manojo de llaves y no las movió para nada.
Presté mucha atención a lo que hacía posteriormente. Seguía acercándosele a las personas. En un momento dado, le vi una esclava, o pulsera, y unos zarcillos. Todo lo que le quitaba a la gente, lo estaba “guardando” en la chaqueta. Luego le pedía a su acompañante que le pasara una pequeña bolsa, supuestamente de compras, cuyo fin, a lo que a mí me pareció, era para depositar lo quitado.
Supongo que lo que más me horrorizó fue el cinismo de ésas dos. ¿La hija era igual a la madre? No lo sé. ¿Necesitan tanto el dinero para hacerlo? No parecía, cargaban hasta dos teléfonos celulares e iban bien vestidas. Quizás sea la costumbre de obtener todo “fácil”, porque vamos a estar claros: un “profesional” no se forma en dos días. ¿Desde qué edad ésa persona hacía lo que hace? Sólo ella lo sabrá.
Estuve enfrentado ésos hechos como veinte minutos. No dije nada. No le reclamé, aunque sabía que ella llevaba mi dinero, por suerte no era mucho, unos seis fuertes.
Muchos de ustedes podrán pensar: “¡Pero qué tonta!”. Supongo que estarán diciendo que era mi deber hablar, pero no lo hice por temor y lo corroboré más adelante.
A unos minutos antes de bajarme de aquel auto, la chica se pasó de puesto y se sentó junto a la señora. Un par de minutos luego, llamó al colector y le informó que se le había caído uno de los zarcillos, hubo un gesto de desaprobación de su parte. Y como uno más uno es igual a dos, estamos frente a algo mayor. Cómplices. Se dice que siempre habrá las llamadas “cadenas”, así que todo me hizo pensar que ésos transportistas sabían de éste tipo de acciones, y que en la “partición de bienes” también tienen mucho que ver. Como dice la frase: “A partir la cochina, mite y mite (mitad y mitad)”. Adicionalmente, otras figuras masculinas parecían mostrar amistad y simpatía por los implicados. Así que, ¿Realmente era bueno hablar? Mi intuición me decía: no.
Pedí la parada mucho antes de mi destino. Bajamos y caminamos mientras le contaba a mi acompañante lo sucedido. Tal vez debo comenzar a tener malicia. Las apariencias son engañosas. De cualquier manera, por Ley del Círculo todo lo que sale de un hombre vuelve a él aumentado. Se lo dejo a la Ley, a la Vida. No se puede ir haciendo mal a las personas y esperar a ser tratado con rosas; si espinas es lo que das, espinas recibirás. Por otra parte, lo que no te pertenece jamás será tuyo aunque te engañes creyéndolo…
0 comentarios:
Publicar un comentario