041. A la caída del sol. Colección Despierta. Waldylei Yépez.doc
Había pasado en aquel cuarto mucho tiempo de su vida, convirtiéndose así en su refugio, en ese sitio donde podía estar a solas consigo misma y pensar en tantas cosas, cosas que muchas veces la dejaban mal, la llenaban de tristeza, de nostalgia... de dolor.
Cualquiera pensaría que ese sitio se trataba de su habitación, y en cierta forma lo era, pero allí no había ninguna cama, tampoco su ropa, zapatos ni nada parecido, aunque era un lugar espacioso. En medio yacía reposando un muy cuidado piano, de esos que parecen una reliquia única en el mundo. Más allá, con vista directa a la única ventana que tenía aquel sitio, se encontraba un sillón bastante cómodo aunque viejo, junto a dos pequeñas almohadillas y una colcha. No se podía decir mucho de las paredes, no tenían casi nada de adornos y su color era uniforme. También se visualizaba un espejo junto a una mesita con dos gavetas bien cerradas. Nada más.
Al atardecer se abría la puerta como de costumbre, suavemente y sin mucho ruido. Ella entraba al cuarto y ni siquiera se sentían sus pasos, tal vez eran muy livianos o quizás el enorme silencio que había allí hacía demasiado ruido. Entonces se detenía junto al piano mientras la luz cesaba. Se sentaba y sus delicadas manos volaban por encima del teclado, sus yemas tocaban aquel liso borde y presionaban una y otra vez, la melodía salía volando e inundaba todo el espacio, llenando el entorno delicadamente de esa nostalgia que te aprieta el alma. Tocaba muy bien, o por lo menos eso le decían, más en estos atardeceres mientras el sol cae ella toca tristes canciones, de esas que te ponen más triste aún, melancólicas... tal vez así era ella, un alma llamada melancolía.
Tocaba y tocaba mientras el sol se alejaba, y mientras más se alejaba más triste parecía aquel sonido. Así decían sus vecinos.
A la caída del sol ella toca, al cese de la luz y al comienzo de las sombras. Cerraba sus ojos mientras se perdía en aquella escena, mientras la luz en el suelo se hacía poca, cuando la iluminación de la habitación ya no era tanta. Aquello era como mágico, sus dedos se conectaban al movimiento del sol, y su melodía a la luz dentro del cuarto.
Y cuando el sol desaparecía por completo ella dejaba de tocar, se quedaba muy quieta pensando y en medio de aquella oscuridad. La ventana era iluminada por los destellos de la luna. Se levantaba de su banco y caminaba un poco hacia el sillón, se sentaba y comenzaba a sentir el frío de la noche. Se acurrucaba entonces y se abrigaba con la colcha. Muy quieta, tranquila, silente. Y en ese juego de luces y sombras, silencios y ruidos ella pensaba en su vida y en lo que había sido... luego lloraba, lloraba lo perdido.
25/03/09 08:57 p.m.
Había pasado en aquel cuarto mucho tiempo de su vida, convirtiéndose así en su refugio, en ese sitio donde podía estar a solas consigo misma y pensar en tantas cosas, cosas que muchas veces la dejaban mal, la llenaban de tristeza, de nostalgia... de dolor.
Cualquiera pensaría que ese sitio se trataba de su habitación, y en cierta forma lo era, pero allí no había ninguna cama, tampoco su ropa, zapatos ni nada parecido, aunque era un lugar espacioso. En medio yacía reposando un muy cuidado piano, de esos que parecen una reliquia única en el mundo. Más allá, con vista directa a la única ventana que tenía aquel sitio, se encontraba un sillón bastante cómodo aunque viejo, junto a dos pequeñas almohadillas y una colcha. No se podía decir mucho de las paredes, no tenían casi nada de adornos y su color era uniforme. También se visualizaba un espejo junto a una mesita con dos gavetas bien cerradas. Nada más.
Al atardecer se abría la puerta como de costumbre, suavemente y sin mucho ruido. Ella entraba al cuarto y ni siquiera se sentían sus pasos, tal vez eran muy livianos o quizás el enorme silencio que había allí hacía demasiado ruido. Entonces se detenía junto al piano mientras la luz cesaba. Se sentaba y sus delicadas manos volaban por encima del teclado, sus yemas tocaban aquel liso borde y presionaban una y otra vez, la melodía salía volando e inundaba todo el espacio, llenando el entorno delicadamente de esa nostalgia que te aprieta el alma. Tocaba muy bien, o por lo menos eso le decían, más en estos atardeceres mientras el sol cae ella toca tristes canciones, de esas que te ponen más triste aún, melancólicas... tal vez así era ella, un alma llamada melancolía.
Tocaba y tocaba mientras el sol se alejaba, y mientras más se alejaba más triste parecía aquel sonido. Así decían sus vecinos.
A la caída del sol ella toca, al cese de la luz y al comienzo de las sombras. Cerraba sus ojos mientras se perdía en aquella escena, mientras la luz en el suelo se hacía poca, cuando la iluminación de la habitación ya no era tanta. Aquello era como mágico, sus dedos se conectaban al movimiento del sol, y su melodía a la luz dentro del cuarto.
Y cuando el sol desaparecía por completo ella dejaba de tocar, se quedaba muy quieta pensando y en medio de aquella oscuridad. La ventana era iluminada por los destellos de la luna. Se levantaba de su banco y caminaba un poco hacia el sillón, se sentaba y comenzaba a sentir el frío de la noche. Se acurrucaba entonces y se abrigaba con la colcha. Muy quieta, tranquila, silente. Y en ese juego de luces y sombras, silencios y ruidos ella pensaba en su vida y en lo que había sido... luego lloraba, lloraba lo perdido.
25/03/09 08:57 p.m.
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