sábado, 13 de marzo de 2010

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Camino de espinas

008. Camino de espinas. Colección Albor. Waldylei Yépez.doc

Dedicado a Joanna.

Un día estaba en la parada, esperando el transporte para irme a casa, y recuerdo que ese día había tanta gente que tomé la decisión de sentarme en un banco, del Centro Comercial que está al frente, para esperar que gran parte de esas personas se fueran y yo poder tomar mi transporte tranquilamente después, eso me evitaría los empujones de la gente impaciente que quiere montarse en el primer transporte que llegue. Seguro todos hemos vivido un capitulo como ese, pero bueno eso forma parte de las cosas de la vida ¿no? Y ahí estaba yo en el banco, a la sombra y recibiendo una brisa fresca sobre el rostro. Es entonces cuando se sienta a mi lado una chica que llevaba una carpeta, pero más que llevarla en una mano la tenía contra el pecho. Me dije que debían ser documentos importantes. Total no le presté mayor atención y seguí agradeciendo la brisa que llegaba de cuando en cuando.
En un momento dado, viré mis ojos a la dirección donde estaba la chica y me fijé que tenía la mirada ida, miraba sin mirar y además tenía los ojos enjugados. Me preocupé un poco, me dije: « pobre, debe estar pasando un problema ». No hice más, bueno ¿Qué más podría haber hecho? Pero entonces fue ella quien viró su mirada y se encontró con la mía, me dio cosa y me voltee porque no quería que pensara que intentaba entrometerme.

- ¿Alguna vez has sentido que nadie te comprende?-. Dijo.

Me hice la loca, como que la cosa no era conmigo pero sentía que unos ojos me observaban. Me voltee nuevamente.

- ¿Me preguntas a mí? -. Ella asintió.
- Bueno, hay veces en la vida que uno se siente solo rodeado de gente. Pero, creo que sí me he sentido alguna vez de esa manera. ¿Por qué? -.
- He vivido años sintiéndome así -.

Me pregunté si era conveniente seguir esa conversación.
« Hay veces en la vida que necesitamos de un extraño para desahogarnos ». Pensé.
Hice ademán de comentar algo, pero ella comenzó a hablarme. Escuché con atención y a veces realicé algún comentario. Al transcurrir el tiempo entendí lo que ella decía, no todos la comprenderían aunque algunos igual la apoyaran.
Fue entonces cuando decidí escribir su historia, en un intento de que se comprendiera y se viera lo que yo pude ver a través de sus ojos. Hoy, como si fuera mi historia, intentaré llevarte a través de ella, porque sólo así podrás tener una idea de lo que es caminar sobre un camino de espinas, usando las botas de quien sufre y viendo la perspectiva a través de mis ojos. Así comienza, mi:

Camino de espinas

…Ser buenos para algo es la respuesta que muchos buscamos, me incluyo porque vivo esa realidad desde hace mucho. Hoy hablo sola con mi silencio pues tengo el presentimiento de que es el único que logra entenderme o tal vez no lo hace, tan sólo me mira y calla conmigo. Sé que no tiene palabras para mí, lo sé desde hace mucho, quizás lo sé desde siempre pero aún así guardé la esperanza hasta el final creyendo que él sería el único que entendería mi mal.
¿Por dónde comenzar mi historia? ¿Quizás desde el principio? Tal vez sea mejor desde comienzo. Mi nombre es Mariana, aunque mi abuelito me llamaba María Cleopatra porque le encantaba verme enfadada, él sabía que me molestaba esos cambios de nombre. A todo esto, él me acompañó en una parte de mi infancia y luego su voz se perdió en el silencio… Bueno, siguiendo con el cuento…
Crecí siendo una alumna muy aplicada, intentaba seguirle los pasos a mi hermana como me pedía mi papá. Recuerdo lo orgullosa que estaba mi mamá en las graduaciones, la enorme sonrisa al verme recibir mi diploma de bachillerato y además un botón de honor al mérito. Gané un par de becas también. Estaba muy lejos de ser la oveja negra de la familia y eso me enorgullecía, quería que mis padres tuvieran la alegría y se sintieran orgullosos de su hija. Recuerdo que mis notas eran una de las más altas de la clase, y a veces ¡la más alta! Imaginarán la sonrisa que tenía de ver que las cosas me salían bien. En ese tiempo alcance casi todo de lo que me propuse, me esforcé bastante y otras veces me obligaron mis compañeros a esforzarme jaja. Llegué a estar muy metida en las bibliotecas incluso.
Al salir de bachillerato, quedé en una Universidad Pública de renombre. ¡Cuánta alegría! Sería toda una profesional, me parecería mucho más a mi hermana que era mi gran modelo, así comencé mis clases y los primeros parciales. Obtuve varias notas buenas, otras bastante regulares y muchas más pésimas en números. Como era la Universidad, donde para todo eres grande y te representas a ti mismo, mis padres no volvieron a saber de boletines y yo no volví a comentar cómo me iba en los parciales.
Recuerdo una vez que me senté en la mesa a estudiar, la idea era leer y practicar un poco. Mi padre se acercó a donde estaba, miro la mesa y mis anotaciones a través de sus anteojos mientras llevaba en la mano una taza de café. Suspiró y me dio una palmada en la espalda, me dijo:

- Veo que tienes mucho por hacer -. Y dejó la taza de café a mi lado.

Volví a mirar aquel libro lleno de garabatos. Tomé un sorbo y otro más al rato, pero en todo ese tiempo no entendí nada de teorías, sólidos o planos. Me quedaba viendo las figuras, esos dibujitos que no tenía idea cómo sacarlos. Y así muchas veces, me quedaba medio dormida encima de las hojas, donde a lo más anotaba ecuaciones que jamás pude aprenderme y un par de ejercicios de miles que me salían mal.
Muchas veces, cuando sabía que los demás dormían, me ponía a llorar porque no entendía para qué servía toda esa teoría, todo ese libro que no era más que una gran telaraña de ideas. A veces me quedaba mirando sin mirar algunas líneas, y cuando se aparecía algún miembro de la familia me acomodaba en el asiento y fingía leer, tomaba mi lápiz entre mis dedos y esperaba con tanto anhelo que se fueran de ahí. Fingía estudiar en ciertas materias, y podrían pensar que yo era una floja que no quería hacer nada, pero no era eso lo que pretendía porque había cosas que me salían bien, que podía hacerlas pero otras comenzaron a ser un calvario.
Después de muchos intentos fallidos, de buscar asesorías y jamás haber obtenido algo de ello, comencé a desear no estar más allí, en esa carrera, en ese salón de clases. Quería desaparecer. Entre horas de clases me quedaba a solas, sentada en un banco cualquiera con hojas de papel enfrente y un lápiz de grafito, indecisa en si abrir aquel libro o dejarlo para después, entonces comencé a deslizar mi lápiz sobre el papel como pintándolo y así se pasaban los segundos; a veces me daba por mirar los animalillos que corría en el suelo y se detenían un rato, me parecía que podía dibujarlos y eso hacía. Al terminar, y como si le hubiese dicho al animal que ya dejara de posar, salía corriendo y se perdía en el matorral.

- Al menos algo que me salga bien… o casi bien -. Decía mirando el dibujo hecho.

Un día sucedió que escuché una voz masculina.

- ¡Mariana! -. Di un brinco al escuchar aquel grito. - Nosotros vamos a estudiar, ¿Quieres acompañarnos? -. Me decía el compañero de clases.

Comencé a temblar.
« ¿Estudiar? Pero si yo no sé nada… Ellos de seguro han practicado mucho, yo ni siquiera entiendo ni sé escribir esos “garabatos” ». Pensaba.
Me sentí colapsar.

- ¿Entonces? ¿Vienes? -.
- No puedo… -. Salieron de repente mis palabras casi tartamudeando. Él asintió con una sonrisa y se fue.

« ¡Soy una IMBECIL! ¿Cómo diablos voy aprender esos garabatos de los mil demonios si no estudio en grupo? ¿Cómo pretendo salir bien? Pero, ¿Con qué cara llego yo a estudiar cuando se supone que “las cosas que ya sé” no las sé de verdad? ¡BRUTA, BRUTA! ». Me regañaba a mí misma.

De lo mal que me sentía, tomé mis cosas y caminé a casa a pesar de que era lejos, pero quería caminar para ver si se me pasaba lo que me hacía mal. Al llegar me lancé en mi cama a llorar.

« Estúpida, soy una estúpida… No sé nada, no entiendo nada y tampoco quiero entender, quiero llorar y llorar mucho ». Decía entre sollozos.

Escenas parecidas se repitieron hasta el cansancio, terminaba en lágrimas como si las lágrimas pudieran resolver algo… Quizás no resolvían la situación, pero al menos calmaban la ventisca que se había instaurado en el día a día.
Aguanté bastante tiempo hasta que un día comencé a comentar que quería cambiarme de carrera. Nadie dijo nada y ni siquiera me miraron. Investigué entonces sobre las carreras que ofertaban las otras Universidades, no tardé mucho para estar nuevamente en lágrimas: nada de eso me gustaba. Con todo el pesar que puedas sentir, tomé aquel feo libro que me hacía la vida imposible y lo puse frente a mí, más ganas de llorar sentía y con esa resignación que pesa en el alma lo abrí para intentar leer, lo que ya muchas veces había leído sin entender.
Un par de veces más en el futuro volvería a buscar una carrera entre tantas opciones, para terminar tan decepcionada como la primera vez. Para terminar acudiendo al mismo libro del cual me intentaba deshacer.

Viví rodeada de muchos comentarios, tanto buenos como malos. En tantos años me formé la “fama” de ser una persona capaz y perseverante, pero aunque la gente lo repitiera hasta el cansancio yo dejé de creerlo. Eso de capaz y perseverante no lo encontraba dentro de mí pero quizás un día lo había sido, cuando fui una buena estudiante que comprendía las cosas y podía presentar con éxito un examen, pero eso había quedado tan lejos en el pasado. Comencé acumular derrotas y me etiqueté como una derrotada. Me dije: no puedo, y me lo creí.
- Pero, ¿Por qué no puedo? ¿Ah? Antes fui una buena alumna, obtuve altas notas y era parte del orgullo de mi familia pero ahora me siento como si fuera la más fracasada. ¡Ay! Pero, ¡No! Y ¡No! Ya basta de decirse que no puedo hacer las cosas, porque yo creo no ser tan bruta. Tengo que dejar de decirme que no puedo, debo borrar de mi mente esas palabras. Voy a comenzar de nuevo, ¡voy hacerlo! -. Decía al intentar buscar palabras de aliento.

Muchas veces “intente comenzar de nuevo”, y sí, con nuevos bríos y obligándome al máximo lograba “hacer algo por mi carrera” pero no pasaba mucho tiempo más cuando el desánimo, la desilusión y las ganas de salir corriendo volvían.
Estar en un salón de clases era un “territorio tan hostil”, que apenas aguantaba y a veces no podía. Me salía de algunas clases casi al empezar.

« ¿Para qué estar aquí? ¿Por qué sigo viniendo? ». Me preguntaba y como si hablara conmigo misma, respondía esas preguntas. « Porque no tienes otra opción…».

Con el tiempo vi gente irse de la carrera, creo que esas cosas son más comunes de lo que uno cree. Algunos optaron por trabajar y otros se cambiaron a otra Universidad. Me daban tantas ganas de ser más como ellos, tomar la decisión de irme a otra cosa pero jamás pude, estaba maniatada a algo que no quería y no sabía cómo desatarme. Quería tomar un nuevo camino pero ese camino sencillamente no existía.

- Tener una carrera universitaria es una de las cosas más difíciles de la vida, ya sea porque postulas a una cosa y no te admiten o porque no tienes plata para pagarla. Todo el mundo dice que no es fácil entrar a una Universidad, tener un cupo, pero yo tengo uno en un sitio que no quiero. Cada vez me digo que debería estar agradecida y valorar lo que tengo, que de paso me lo gané con esfuerzo porque a mí nadie me regaló nada, sin embargo, eso que debo valorar es lo que más me hace daño en la vida. No quiero ir a clases, apenas entro me digo: “No entiendo”. De verdad, no me hace bien esta situación -. Le contaba a alguien de confianza.
- Tal vez el fondo de tu problema tiene que ver con tu vocación…-. Me respondió.

« Vocación… ». Me quedé pensando en eso un buen tiempo.

Entonces por iniciativa propia, fui hasta el Departamento de Orientación de la Universidad.

Toc, toc.

- Adelante…-. Contestó una voz femenina. Pasé al cubículo y me encontré con la secretaria.
- Buenas, quisiera pedir una cita con la orientadora para asesoría vocacional -. Me pidió mis datos y llenó una ficha que luego me pasó diciendo:
- Tenemos disponible para ese día -. Tomé la ficha y miré la fecha, tendrían que pasar ¡dos meses! antes de que pudieran atenderme, como si mi martirio no fuera suficiente ya. Resignada agradecí la atención y me retiré a esperar mis dos meses.

Llegó el día y me presenté a la hora y fecha pautada.

- Buenos días -.
- Buenos días, ¿En qué le puedo atender? -. Me respondió una señora, que resultó ser la orientadora.
- Pedí cita para una asesoría vocacional -.
- Pase por acá…-. La seguí y me llevó a una oficina. Comenzó a buscar entre gavetas hasta sacar un libro grande, busco dentro de él y encontró algunas hojas, resultó ser un formulario con preguntas.
- Este es un Test Vocacional, lee las preguntas y resuelve como dice aquí en el libro, a la final se te dará un resultado. Quédate aquí y hazlo -. Me dejó sola en la oficina.

« ¿Qué tan difícil puede ser? Igual no son preguntas de otro mundo, esto trata de las cosas que más se adaptan a mí, a mis preferencias… ». Busqué un lápiz y comencé mi Test esperanzada en que algo bueno iba salir, estaba con profesionales en el área y seguro ellos me ayudarían. ¡Por fin sabría cuál es mi camino!

Pasó un buen rato. Terminé. Miré hacia todos lados y fui en busca de la orientadora. Ella llegó y vio mi formulario, hizo cálculos y me leyó mi resultado.

- ¡Con razón te sientes tan mal aquí! Tú no eres de esta carrera… -.

Esas palabras afloraron mi sentir, pero me aguanté. Ella estaba diciendo mi realidad sin apenas yo mencionarla, yo me sentía terrible en la carrera, ¡quería salir corriendo! Pero cuando ella dijo eso, me sentí esperanzada, ¡alguien me entendía!

- Tu resultado dice eso, esta carrera no es para ti… -. Llevo sus manos al frente y me miro seria. - La solución es irte a otra carrera, yo no sé cómo es el proceso ahora pero debes ir y retírate de la Universidad, porque acá no se realiza cambios entre Facultades, vuelve a presentar los exámenes necesarios y postúlate para otra carrera…-.

Me quedé en las palabras “retírate de la Universidad, vuelve a presentar…”.

- … Eso es lo más que te puedo decir… -. Culminó.

Ya no sabía qué era lo peor, había pensado que iba encontrar ayuda y lo único que confirme es que había una razón para sentirme mal, pero solución ninguna. Agradecí la atención y me retiré. Caminé rápido y me encerré en el baño más cercano de la Universidad, se me enjugaron los ojos e intenté respirar profundamente.

« ¿Que me retire? ¡¿Que me retire?! ¿Y quién diablos me garantiza cupo en otra Universidad? ¿Por qué no me dice que se evaluará mi caso? ¿Por qué no se permite cambios de carreras dentro de la misma Universidad? ¡ES LA MISMA UNIVERSIDAD! ». Me desesperé ante lo que creí injusto pero no lloré. Salí del baño y me fui a casa tan rápido como pude… allá, sí lloré.

Las cosas no pintaban bien: estaba en una carrera que no me gustaba, viendo materias que no entendía y estudiando con libros que me dejaban frustrada, en una Universidad que no me permitía un cambio de carrera entre Facultades incluso. No tenía otra carrera a la cual postular en otra Universidad, ninguna opción me gustaba y antes de salir “de lo malo” a “lo peor” me quedaba sin hacer nada, mientras tanto sufría como una misma desgraciada.

En el día a día, muchas veces amigos preguntaban por cómo me iba, contestaba entonces omitiendo aquello relacionado con la Universidad. Cuando me preguntaban directamente por mis estudios respondía: “Mejor no hablemos de eso” o “no quiero hablar de eso”. Las personas más cercanas sabían que algo importante pasaba, más yo no hablaba de ello, prefería llevar sola mi martirio. A todo esto, debo agregar que poco hablaba de mis problemas académicos o vocacionales, lo hacía en contadas ocasiones con personas muy específicas en algún punto de la historia. Sin embargo, no me sentaba hablar largo y tendido de las cosas que me afectaban emocionalmente, de lo mal que me sentía, de las innumerables ocasiones que lloraba, ni siquiera el hecho de que apenas el mencionar el tema o palabras como “Universidad” o “carrera” activaban cierto desespero e incluso depresión. Mentalmente mi vida se había convertido en un infierno.

Mi vida continuaba, en lo que no estuviera relacionado a estudios, de una manera normal. Salía con amigos, con mis papás e incluso ayudaba a mis primos con actividades de sus clases. Recuerdo una vez que mi prima Amalia me llamó por teléfono.

Rin, rin.

- Alo -.
- Mariana, ¿Cómo estás? Es Amalia -.
- ¡Prima! ¿Qué tal? Todo bien. ¿Y eso que me llamas? -.
- Necesito tu ayuda prima, José me dijo que tú lo ayudaste alguna vez con unas láminas para una exposición. Me dijo que te habían quedado muy buenas -.
-¿Ah sí? -. Intentaba recordar.- ¡Ah! ¡Sí! Aquella vez… ya ni me acordaba…-.
- Prima, ¿Qué posibilidades hay de que me ayudes? Mira, estas láminas tienen que quedar muy bien, son para una exposición muy importante -. Me quedé pensando en la responsabilidad. – Bueno, eso si no tienes nada que hacer de tu carrera…-.

“Carrera”. La alarma se activó, mi mente comenzó a bloquear pensamientos y aunque supuestamente iba hacer una tarea, que no tenía la menor idea de cómo hacerla, preferí irme ayudar a mi prima.

- Te voy ayudar en lo que pueda ¿bien? Nos vemos en tu casa…-.
- ¡Prima te adoro! Yo sabía que podía contar contigo, nos vemos en la casa -. Colgó.

Me alisté y me fui. Llegué a su casa y estaba reunida con un grupo de trabajo, supe entonces que la cosa era importante. Me mostraron unas imágenes y me pidieron realizarlas más grandes. Yo dudé totalmente de aquello, cuando ayudé a José el dibujo que le hice no era algo tan complicado y el resto de la lámina se llenó con diversas frases y letras. Sin embargo, lo que ellos me pedían ahora era dibujar varias láminas, me habían dado incluso una imagen del tamaño de una barajita. Mi prima me miró:

- ¿Crees que puedas hacer el trabajo? Te pagaremos, así que por eso no te preocupes -.

« Yo no creo que pueda hacer esto. Pero, ¿Cómo le digo que no? ». Me sentía observada, todos estaban pendientes de lo que yo diría.

- Podría intentarlo… -. Respondí con duda. Me sonrió y me pasaron los materiales que necesitaría.

De repente me vi envuelta en una enorme responsabilidad a la cual no podía dar respuesta, dudaba y me sentía mal.

« Estas personas están confiando en mí, pero no creo poder hacer esto. Debo decírselos ¡Ay! Estas caras no me están quedando bien, ¡Dios Santo! ». Pensaba a cada rato.

Dude mucho, muchísimo pero aún así hice las láminas. Terminamos casi a media noche.

- ¡Prima! ¡Te quedaron todas espectaculares! -. Exclamaba mi prima.

« Están terribles… aunque no tanto como creía que quedarían ». Pensé.

- Bueno, no es como que lo hubiera hecho un profesional pero intenté hacerlas… -.
- Están buenas, prima. Te voy a contratar para futuras actividades -. Nos reímos.

Una de sus compañeras tenía carro y ofreció llevarme a casa. En el camino íbamos conversando

- Y a ti, ¿Cómo te va en los estudios? -. Preguntó la compañera de mi prima.

« ¡Estudios! Otra vez no, no, no… » .

- ¡Ehmm! Más o menos… -. Le respondí.
- Ella ha tenido ciertos problemas con su carrera, eso la ha atrasado un poco por diversas cosas… -.
- ¿Sí? -. Contestó totalmente extrañada. - ¿Y por qué le ha afectado tanto el asunto de los estudios? -.
- Pobrecita, es que ella es muy sensible… -.

Me sentí como toda una niña vulnerable. Mi prima decía esas cosas, pero realmente no dimensionaba cuánto me afectaba el asunto de la carrera. Si bien ella sabía de los atrasos académicos, no estaba totalmente al tanto de la situación. Bajé mi mirada y me puse cabizbaja, nuevamente la tristeza se hizo presente en mí. Mi prima siguió platicando con su amiga, pero yo me perdí viendo con nostalgia el paisaje que corría detrás del vidrio del auto. Me sentí muy mal.

Llegaba el final de ese semestre y terminé reprobando. Existían reglas dentro de la Universidad, y tenía la sospecha de que habría alguna sanción para mí. Acudí al Departamento de Control Académico y me encontré con la encargada. Le presenté mi caso y pedí su asesoría respecto a los reglamentos.

- Pasa, necesito ver tu situación académica en la computadora para poder responderte tu duda… -. Me respondió.

Pasé y ella se sentó frente a su computador. Me pidió mis datos y consultó los registros.

- A ver, tienes algunas aplazadas acá… -. Sentí vergüenza. - Pero tampoco te ha ido tan mal, acá tienes otras con buenas notas… -.
- Me gustaría saber si se puede aplicar alguna sanción de algo…-. Pregunté.
- Pues la verdad sí, me temo que no podrás inscribirte el próximo semestre… -. Sentí desespero ¡me quedaría fuera todo un semestre! - Lo siento -. Se encogió de hombros.
- ¿Y no puedo hacer nada? -.
- Reglamento es reglamento…-. Pensó un instante. - ¿Tienes algún problema con la carrera? -. Yo asentí. - ¿Qué pasa? -.
- Ya no quiero estar aquí…-.
- Y si es así, ¿Por qué no te cambias de carrera? -.
- Mis padres… -. Hizo un gesto de desaprobación.
- Entonces te piensas quedar sufriendo aquí, ¿Porque tus padres quieren que te quedes en la carrera que no te gusta? Si a ellos les importa tanto, ¿Por qué no vienen a estudiar ellos? ¡Esto es lo que TÚ harás el resto de TU vida! ¡Es TU decisión, no la de ellos! -. No dije nada, me quedé cabizbaja. Después me retiré de la oficina.

A lo largo de todo ese tiempo, amigos me apoyaron diciéndome que tenía capacidades, que ellos sabían que yo podía, que tenía habilidades. Ya no creía en esas cosas y ahora tenía en frente una suspensión. ¿Cómo le iba decir eso a mis padres?
Algunos días después decidí hablar con ellos, se molestaron mucho pero no me dijeron nada. Ellos tenían la costumbre de quedarse callados, pero cuando explotaban realmente lo hacían. Callar sólo resultaba ser una postergación.

Trabajé en cosas simples en el período que comprendía ese semestre, seguí ayudando a mi prima Amalia con láminas, sencillas y más elaboradas, que hacía tanto para ella como para sus compañeros. En algún punto, comencé a tomar eso de dibujar láminas para exposiciones como mi gran pasatiempo. En una de esas, conocí a mi amigo Gilbert que luego me llevaría a conocer a Juan David, este último era un chico que vendía pequeños cuadros en el boulevard al centro de la ciudad. El chico tenía talento para la pintura, eso era innegable; le compré un par de cuadros que pondría en mi habitación. Me parecía muy bueno lo que hacía.

- ¿Tú estudiaste para lograr hacer esto? -. Le pregunté un día.
- La verdad no, pinto desde pequeño y con los años he logrado hacer esas cosas. Sí, he leído revistas y cosas así, pero nunca estudié una carrera digamos -. Sonreía.
- Que bueno es dedicar tu vida a lo que realmente te gusta… -.
- ¿Y a ti te gusta aquello a lo que te dedicas? -. Preguntó y la sonrisa desapareció de mi rostro.
- No… no me gusta -. Le contesté.

Tiempo después volví a visitar su puesto en el boulevard, y en broma le dije que me tenía que enseñar hacer esas cosas tan espectaculares que él hacía.

- ¿Te gustaría pintar? -. Me preguntó.
- No haría algo como tú, tan bueno digamos, pero aunque sea lanzaría colores por todos lados -. Reímos. Sin embargo, no volví a su puesto en un buen tiempo.

Terminó el semestre, comenzaría el siguiente y yo volvería a la Universidad. Debo admitir que me entusiasmaba la idea, comencé a pensar que lo mejor era lo que ya tenía seguro, así que nada estaba haciendo al pensar irme a otra parte. Varias veces escuché decir:

- A veces no es lo que uno quiere, sino lo que se puede…-.

Yo pensaba que aquello era cierto, yo no quería la carrera en la que estaba pero era eso lo que se podía. No había oportunidad de entrar a otra carrera, en primera no tenía cupo y en segunda no sabía a dónde podía irme. En ese tiempo ya estaba un poco más tranquila, me habían servido esos meses fuera de la Universidad para ordenar mis ideas y darme cuenta que era importante sacar esa carrera, tenía que pensar en mi desarrollo como profesional y además me ayudo tener a alguien con quien conversar: mi novio. Él me apoyaba y aunque no entendía por qué tanto sufrimiento de mi parte, siempre intentó comprender lo que me pasaba y no me dejaba sola, eso hizo la diferencia.
Cuando le comenté que volvería a la Universidad, no le gustó mucho porque sabía que yo no quería esa carrera en el fondo. Le reclamé y le dije que me dolía que fuera el único que no me apoyara en esa decisión, mis padres y otros amigos me daban su apoyo mientras que él me decía que no le parecía buena la idea. El pobre por fin cedió, a la final lo que quería era que yo estuviera bien y me apoyaría en la decisión que tomara. Y así volví a comenzar…

¡Estaba lista! ¡Enfrentaría al “enemigo” con todas las fuerzas! ¡Allí estaba haciéndome la fuerte! Estudiar y estudiar. Cuánta emoción cuando en algunos parciales salí bien, pero era en las materias que yo sabía podía enfrentar, y estuvo más calmado ese semestre pero al siguiente nuevamente decaí. Volví a toparme con esos libros tan horribles, formulas y cosas. No lo soportaba.

« Odio esta carrera… si sigo así, me voy a morir… ».

Entre esos días, un familiar estuvo de visita en la casa. Conversamos de mis atrasos académicos y yo le decía que me quería cambiar de carrera.

- No tienes necesidad de cambiarte, lo que tienes que hacer es terminar esa carrera y después te pones a estudiar lo que te guste o te de la gana. ¿Cuál es el problema? Yo conozco a un muchacho que sacó muchos cursos y varias carreras, a él lo que le gusta es estudiar y ya no es un muchachito. Si él pudo, ¿Por qué tú no puedes hacerlo? Mira, él sacó no sé qué cosa industrial, después se lanzó a estudiar mecánica, después agarró y se fue por algo de gerencia… Ni siquiera eran carreras similares, y él pudo sacarlas. Tú saca tu carrera así no te guste, porque después con eso trabajas y te pagas una carrera privada si es eso lo que quieres. Todo esto eres tú misma que te bloqueas, porque tú eres una muchacha que es capaz e inteligente, lo que a ti te tiene estancada eres tú misma con tus cosas. Cada rato repitiéndote que no puedes, obvio que no vas a poder. Esto que estás pasando es por tu misma actuación. ¡Termina tu carrera! -.

Me quedé sin decirle nada y me puse a dudar.

« ¿Será verdad? ¿Será que yo misma he causado todo esto? ¿Será que de verdad puedo sacar esta carrera, y que por mis imbecilidades me he bloqueado? ¿Será que contesté mal ese Test Vocacional? ». Me llené de dudas, muchas dudas.

Ya no estaba segura de nada. Comencé a vivir entre dos fantasmas, uno que me decía que era yo quien debía poner de mi parte y el otro que quería salir corriendo de esas clases. ¿Era un problema vocacional o no lo era? ¿Por qué para otros era más fácil abordar el tema y tomar una decisión? ¿Por qué la carrera para mí representaba un infierno? Y si era por el hecho de retirarme de la Universidad, entonces ¿Por qué no lo hacía? Pensando en estas cosas un día me quedé hablando conmigo misma.

- Ese Test Vocacional me dijo que yo no era de esa carrera, y me lo han confirmado todos los Test que encontrado por Internet desde entonces, por tanto no es posible que yo me haya equivocado en todos. ¿Por qué no puedo simplemente irme? Porque no puedo soltar lo que es seguro así como así, yo sé que no es tan fácil entrar a una Universidad, jamás podría pagar una carrera privada tampoco. ¿Qué pasa si me retiro y no puedo entrar a otra carrera? Me quedaré sin nada, además de que no sé a dónde irme. Yo no quiero ser como una persona que saca todas las carreras del mundo, quiero sacar la carrera en la cual me sienta bien, eso es lo que haré para toda la vida y por ello debe ser algo que me guste, o al menos que pueda soportar. Y esto no puedo soportarlo… -.

Nuevamente comencé a descuidar las asignaciones, en su lugar me concentraba en las cosas que más me gustaban como estar en la computadora, ver películas y dibujar, que de un tiempo para acá me ayudaban a no pensar en los problemas que tenía.

- ¿Cómo te va en las clases? -. Preguntaba mi padre a veces, o mi madre.
- Ahí más o menos, no muy bien -.
- ¿Y has pensado en hacer cursos para ayudarte? -.
- Claro… -. Y hasta ahí llegaba la conversación.

De casualidad, volví a pasar por el puesto de Juan David “el pintor”. Me saludó y me preguntó por qué no había vuelto, y qué había pasado con la iniciativa de las clases de pintura. Yo le dije que aquello era una broma nada más, pero él me dijo que se había entusiasmado con la idea y que si de verdad quería, él podía enseñarme todo cuanto había aprendido. Entonces me entusiasmé yo y quedamos de reunirnos algunos días. Yo necesitaba materiales para esas clases, sólo tenía el dinero que había ahorrado ya que pues no le pediría a mis padres para comprar lo que necesitaba. Decidí gastar mis ahorros y me compré muchos colores, pinceles,… todas esas cosas necesarias y además libros que explicaban técnicas. Me gustaba dibujar, a esas alturas ya dedicaba mucho tiempo a mis propios dibujos y aquellos que otros me mandaban hacer, así que ahora estaba enfocada en la pintura, quién sabe si algo bueno podría salir de ahí. Así comenzaron las clases. Hice varias pinturas que colgué en mi cuarto y fue hasta entonces que mis padres se dieron cuenta que su hija se estaba convirtiendo en artista, que tenía mi cuarto lleno de dibujos y colores.

- ¿Cómo compraste estas cosas? -. Preguntó mi padre señalando los colores y libros.
- Con el dinero de mis ahorros… -. Dije tímidamente. Su rostro se endureció.
- ¿Gastaste el dinero de tus ahorros en estas tonterías? ¿Me estás diciendo que gastaste el dinero que era para comprar tus libros de la Universidad en esto? -. Señalaba con desprecio. - ¿Dónde diablos tienes la cabeza? -. No aguanté su mirada, comencé a mirar el piso.
- No son tonterías… -. Dije en voz muy baja, sé que él no me escuchó. Tomó los colores que tenía, los miró con desaprobación y los tiró sobre la mesa nuevamente. Miró con decepción y se fue…

Cerré la puerta y me lancé sobre la cama a llorar, de cuando en cuando golpeaba la cama con mi puño una y otra vez. Nadie me entendía.
Días posteriores retomé los libros y mi carrera, como quería mi padre. Guardé los colores, las pinturas, los pinceles y hasta mis propios cuadros, todo lo puse en una caja y lo arrinconé… al olvido.

Dejé de hablar de mis problemas vocacionales con mis amigos, sabía que estaban cansados de escuchar siempre lo mismo. Aún sentía el apoyo de mi novio, eso lo agradecía. También dejé de comentar cosas en mi casa como: “quiero cambiarme de carrera”. Con bastante dificultad aprobé ese semestre que estaba en curso. Pero al siguiente las cosas se fueron de mal a peor, y una nueva suspensión amenazaba mi estadía semestral. Acudí entonces a la Dirección de Carrera que me correspondía, quería confirmar los posibles cambios de carrera entre Facultades y me volvieron a repetir lo que tiempo atrás me dijeron en Orientación. Salí frustrada de aquella oficina.
Al finalizar ese semestre lo reprobé, una nueva suspensión se presentó. Cuando inició el siguiente, mis padres veían que yo no asistía a clases, me llamaron para hablar y recuerdo que estaban en la cocina.

- ¿Por qué no estás asistiendo a clases? -.
- Porque me suspendieron de nuevo… -. Se endurecieron sus caras.
- ¡Tantos sacrificios que nosotros hacemos por ti chica! -. Exclamo mi madre.

Allí estaba la estocada final, sentí morir al escuchar los reproches.

- ¿Y ahora? ¡Claro! ¿Cómo vas a salir bien si te la pasas dizque dibujando, o metida en ese pedazo de computadora? ¡Eso mata las neuronas! -. Dijeron otras cosas y yo me fui a mi cuarto, a seguir llorando porque esa había sido mi vida: una vida entre lágrima y lágrima.

Retomé los dibujos y la pintura, eran cosas que me gusta hacer y me ayudaba a no pensar en que el tiempo pasaba y yo sin futuro profesional aún. Un día hice una pintura, basada en otra ya hecha por Juan David que era mi mentor en estas cosas, y alguien vio la obra en el boulevard, se interesó tanto que preguntó cuánto costaba. Miré a Juan David y él le dijo el precio de su propia obra, la original, y el señor dijo que se la llevaba pero tomó la que yo pinté, pagó y se fue. Me quedé boquiabierta, pensé que había sido un error y Juan David me dio el dinero de la venta.

- Es tu pintura, es tu ganancia… -.
- Pero, pero a él le gustó TU pintura y se llevó la mía… -.
- No, a él le gustó la idea de mi pintura pero pintada según TU mano -. Sonrió.

Me sentí tan contenta. Además, Juan David me ofreció que podía exhibir mis obras en su puesto del boulevard.

- ¿No has pensado en estudiar acerca de esto? -. Me preguntó.
- ¿Cómo? -. Le dije totalmente extrañada.
- Que si nos has pensado en estudiar algo como Artes… -.
- ¡Oh! ¡Ehmm! No… -. Me encogí de hombros.
- Deberías pensarlo, tienes talento para esto… creo que por aquí va tu vocación -.

“Vocación” se encendió la alarma mental. Esa era otra palabra que me tenía traumatizada jaja, pero más que algo que me paralizara era algo que quería tener más claro, quería saber para qué exactamente era buena.

Le hice caso al comentario sobre Artes y me puse a investigar al respecto, la carrera se ofertaba en la ciudad y la gran casualidad era que pronto se iniciaría el Proceso de Admisión donde podía postularme. Leí el Pensum de Estudio y me pareció abordable, comenzó mi intensa investigación al respecto y ésta se veía mil veces mejor que seguir en el sitio donde estaba.
Le comenté a un amigo acerca de este cambio y terminó diciéndome:

- Bueno, que estudies Artes no te garantiza que termines siendo un Picasso, eso tienes que tenerlo en cuenta -.
- Lo sé, y no es un Picasso lo que quiero llegar a ser precisamente…-.
- Por otra parte, yo te recomendaría terminar la carrera que ya empezaste y después hacer ésta si te gusta -.

« No, no, no, no, ¡no! ». Pensé.

- Creo que no, así no va la cosa. He sufrido mucho con esta carrera como para quedarme en ella, me voy a cambiar y lo voy hacer ya mismo, ahora -.
- Siendo la cosa así, que has sufrido tanto, entonces me parece bien que tomes una decisión al respecto -.

Comenté con entusiasmo esto de la nueva carrera a mi novio y un par de amigos más, se pusieron contentos al verme sonreír. Me apoyaban en este nuevo camino.

Después de unos días, comenté en casa la decisión de postular a la carrera de Artes.

- ¡¿Vas a dejar tu carrera por irte a ser una SIMPLE “ARTISTA”?! -. Fue la respuesta que recibí. No lo podía creer. Había sufrido tanto para encontrar el camino con el cual pudiera sentirme bien y pasa esto…

Me encerré en mi cuarto. Me senté en la cama y desde la pared me miraba la foto de mi abuelo, que me llamaba María Cleopatra cuando era niña para que me enojara. Fui y tomé la foto entre mis manos.

- ¡Ay abuelito! No sabes cuán difícil ha sido todo esto, bueno seguramente sí lo sabes -. Decía entre sollozos. – Un día frente a tu foto prometí que iba culminar esa carrera, te lo prometí y no pude cumplirlo, rompí mi promesa porque me estaba haciendo tanto mal. Yo sé que comprendes el por qué no pude cumplirte. Y ahora cuando por fin veo una luz en el camino, las cosas no dejan de ser difíciles. Tengo tantas heridas en mi corazón…-. Mis lágrimas no dejaban de caer, mientras mis dedos acariciaban la foto como si pudiera tocarlo a él, por último lo apreté contra mi pecho como si pudiera abrazarlo. Me sentía tan sola en ese instante, nadie sabía el infierno por el que pasaba.

Me armé de valor y presenté los documentos para la postulación a la carrera de Artes. Si tenía que comenzar sola el camino, lo iba hacer. Los resultados estarían disponibles en unos meses más.

Fue entonces cuando llegó el semestre en que debía reincorporarme, a la carrera de la cual quería salir. Mi admisión en la otra Universidad aún no se hacía efectiva, y ante el miedo de no poder entrar allá decidí inscribirme en el semestre de reincorporación.

- Es que no entiendo Mariana, tu sitio no es ése y lo sabes. Yo siendo tú ni siquiera me inscribiría de nuevo, es más me hubiera retirado hace tanto tiempo de esa carrera -. Me decía mi novio.
- Sé que no me comprendes, sé que nunca habrías actuado en la manera en que yo lo hice pero tenía razones válidas para no irme de la carrera antes. Yo no podía salir de una cosa que no me gusta, hacer otra que tampoco me gustaba. Yo no quería tener una carrera tan sólo por tenerla, tampoco quería buscarme un trabajo que no me llenara o me aportara algo de utilidad. Pude haber actuado como otros, pero no soy así. Si me reincorporo ahora no es porque quiera, sino por miedo de quedarme sin nada…-.
- He allí el problema, es que ya no tienes nada. No has avanzado casi y tú lo sabes. Tener o no tener ese cupo es prácticamente lo mismo. Yo espero que los resultados de Artes estén pronto y así salimos de esta duda, así podrás comenzar en lo que es más como tú -. Me sonrió y lo abracé.

En ese momento llegó mi papá.

- Buenas…-.
- Buenas noches -. Le contestamos.
- Mariana, tú comienzas clases pronto… por ahí vi unos avisos de unos cursos, aquí tienes los teléfonos para que llames y así puedas sacar esas materias que te dan problemas. Aquí tienes -. Y me dio un papel con números telefónicos. Me quedé fría.

Se fue mi papá y me quedé mirando aquel pedazo de papel. Comencé a temblar y miré a mi novio con ojos enjugados.

- ¿Cursos? ¿Asesorías para las materias? -. Le dije casi tartamudeando.
- Ellos no pueden ver la realidad como es, no pueden dimensionar lo que te está pasando… Quizás si les hubieses hablado claramente, tendrían mejor conocimiento de lo que estás pasando -.
- Es que ni siquiera puedo hablar del tema, me dan ganas de llorar y se me hace un nudo en la garganta -. Mi voz se quebró. Él abrió sus brazos y me abrazó.
- Todo resultará, ya verás, ya verás…-.

Meses después se dieron a conocer los resultados de admisión, estaba admitida a la carrera de Artes. Lloraba de la emoción, por fin comenzaría un nuevo camino lejos del “ambiente hostil” en el que estuve por años.

Recuerdo que llegué a casa ese día y comenté lo de admisión con alegría, no esperé que me dijeran nada y me fui a mi cuarto. Días posteriores, cuando iba pasando por la cocina escuché que mis padres hablaban con mi hermano.

- Es que ustedes no la pueden obligar a algo que no quiere, a ella nunca le ha gustado esa carrera, nunca le ha gustado -. Decía mi hermano.
- ¿Y qué va hacer con esa carrera? Lo mismo que con esta otra… -.
- Pero ella quiere estudiar, ella quiere estudiar y den gracias por eso -.

Me devolví sobre mis pasos y me quedé encerrada en mi cuarto.

« ¿Y qué va hacer con esa carrera? Lo mismo que con esta otra… ». Recordaba.

- ¿Cómo van a decir eso? Si quiero empezar esta carrera es porque tengo entusiasmo de sacarla adelante. ¿Por qué no me apoyan? No creen en mí… -. Me dije y tomé mi almohada para abrazarla. Me puse triste.

A pesar de todo, decidí seguir adelante.

Llegó el día de las inscripciones en mi nueva carrera. Había mucha gente, pero yo estaba entusiasmada y con mucho ánimo. Es entonces cuando me doy cuenta que hay conflictos con las inscripciones de nuevo ingreso, por sabotaje no nos dejaban inscribir y nos tuvieron todo el día ahí en la cola hasta pasando hambre. Ya bastante tarde nos dijeron que habían suspendido las inscripciones. Regresé a casa bastante frustrada, pero encontré el apoyo de mi novio y eso me reconfortaba.
Al día siguiente regresé, y el proceso de inscripción se llevó a cabo aunque existieron varias demoras. Cuando por fin vi mi planilla de inscripción firmada y sellada, sentí un gran alivio. Salí de la nueva Universidad y caminé, pensaba en todas las cosas que habían pasado. Caminé y caminé para reflexionar, manteniendo siempre contra mi pecho la carpeta con mis documentos, donde se encontraba esa planilla firmada y sellada con la cual empezaba mi nuevo camino.
Llegué entonces a la parada del Centro Comercial, y decidí descansar un poco sentada en el banco. Seguí pensando en tantas cosas, hasta que sentí que alguien me observaba y miré hacia mi izquierda, fue cuando me topé con unos ojos que miraban los míos, pero después dejaron de hacerlo de súbito. Supe entonces que esa persona se había dado cuenta de mi letargo y de mis ojos enjugados. Le dije:

- ¿Alguna vez has sentido que nadie te comprende?-.

Sé que se hizo la loca, como que la cosa no era con ella.

- ¿Me preguntas a mí? -. Me dijo después de vacilar un poco. Y asentí.
- Bueno, hay veces en la vida que uno se siente solo rodeado de gente. Pero, creo que sí me he sentido alguna vez de esa manera. ¿Por qué? -.
- He vivido años sintiéndome así -. Le dije.

Y le conté mi historia porque ahora sí estaba preparada para hablar, aunque fuera con una extraña de la cual jamás sabría nada, porque a veces en la vida necesitamos de un extraño para desahogarnos

Camino de espinas
Es el camino que hoy he dejado muy atrás,
senda que no volveré a pisar.
El nuevo camino, no sé qué podrá deparar
pero: “Caminante no hay camino, se hace el camino al andar”.

13/03/2010 04:58 p.m. - 05:46 p.m. - 09:51 p.m. - 10:19 p.m.
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martes, 9 de marzo de 2010

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Detrás de mis palabras se encuentra tu mirada...

Fuente: Google Images

Detrás de mis palabras se encuentra tu mirada...

Para decirme no sé qué cosas,
para hablarme de tantas otras
y ahuyentar miles de estrofas.

Se han marchado los tiempos muertos
que se llenaron de tanto incierto,
que no son más que mil lamentos,
detrás, detrás de ti ya no hay más tiempos.

Detrás de ti van mis palabras,
de este tiempo y tu fantasma,
que ya no sabe de qué me habla.

Tantas cosas invaden este momento,
no te enamora un cielo tierno
y ya no sé qué estoy sintiendo,
se va, se va despacio, el tiempo lento.

Sé que miras lo que yo escribo,
sé que sabes lo que yo digo
desde el más verde al amarillo,
se va deprisa mi fiel cariño.

Sé que ya sé lo que tú dices,
desde el silencio mis cicatrices
que se abren al escribirte
de lo profundo de mis raíces.

Ya no sé si soy la luna
o si estoy dentro de una cuna,
si he crecido para olvidarte
o seguir detrás, como este instante.

No sabes que miro, no sabes que te sigo a todas partes,
leyendo lo que a otros les contaste,
creyendo saber lo que en verdad pensaste.

Siento mil puñaladas
al leer lo que a otros no importaba,
al creer que de mí tú te expresabas
con las más filosas palabras.

Decidí dejar de seguirte,
¿para qué remover las cicatrices?
¿para darme cuenta que no existes?
que la unión ya la perdiste.

Cuán mal me siento a la espera de tu carta,
no es más que espera, no es más que nada,
no es más que aquella la imaginada,
son las palabras nunca expresadas.

Detrás de tus palabras hay tantas heridas,
más de las que te hice,
las que tú me hiciste un día,
las que me haces todavía,
desangrándome hasta la agonía
al punto de convertir mi dolor... en poesía.
Waldylei Yépez
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miércoles, 3 de marzo de 2010

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Levantemos Chile

007. Levantemos Chile. Colección Albor. Waldylei Yépez.doc

En medio del desastre en el cual se encuentra,
un hombre se sorprende y lamenta,
ve perder sus pertenencias.
Mira hacia un lado y no halla a sus hermanos,
sus compañeros, amigos o familiares más cercanos.
Mira hacia el otro y la desolación encuentra,
¿Dónde están los autos? ¿Dónde está la acera?
¿Dónde está la gente? ¿Dónde está la escuela?
Todo en eso ya perdido y vagando en pensamientos,
siendo victima del tiempo y del destino incierto,
moviendo los escombros que ha dejado el suelo roto,
moviendo los escombros que llenan de pena el rostro
ve surgir del barro el color de su bandera,
blanco, rojo, azul y en medio aquella estrella,
la levanta y extiende para que todos vean
que aunque rasgada y con barro, yace viva su bandera.
Se ha quedado con lo puesto
pues el resto se lo llevó el viento,
se ha quedado sin nada material,
se lamenta, es cuando encuentra la verdad,
el viento no pudo arrancarle lo más importante,
sí la rasgó y le dejó un hueco grande,
pero su bandera sigue viva, ¡sigue viva! ¡que aguante!
Y esa tela que en sus manos extiende
es más que tela lo que allí asiente,
es más que tela lo que allí vive,
son dieciséis millones los que adelante siguen.
Levantemos la bandera que las circunstancias han golpeado,
vamos a coser donde se ha rasgado,
limpiemos lo que el barro ha ensuciado.
Mi bandera representa al mar, el cielo y los patrios,
a las cumbres de los Andes y al Océano,
en nombre de todo eso la levanto.
Levantemos la bandera, ayudemos al hermano,
levantemos al país que hoy, más que nunca, necesita de tu mano,
la bandera sigue viva, ¡sigue viva! ¡que aguante!
que se extienda a su largo y a su ancho,
que se extienda porque está viva, ¡porque está viva mi bandera! ¡que aguante!

De las más importantes luchas, salen vencedores los grandes,
y a pesar del desastre que la rodea, la bandera sigue viva…

¡sigue viva! ¡que aguante!


Bruno Sandoval
Foto: Roberto Candia

03/03/2010 4:18 p.m. Por y para todo el pueblo chileno.
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