jueves, 15 de diciembre de 2011

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A los hijos de mi hermano...

008. A los hijos de mi hermano. Colección Orígenes. Waldylei Yépez.doc

Quiero remontarme a una época pasada, aquélla donde mi mirada era más ingenua, tan ingenua como un bebé en su cunita. Por supuesto, yo no puedo recordar cuando estaba en tiempos de cuna, pero algo me han comentado de ese tiempo y de esas palabras mi mente creó los más bellos "recuerdos". Me contaron que, cuando era pequeña, a veces mi padre me cantaba algunas canciones que le gustaban, rancheras eran aquéllas en general; decían que movía mi patita al son de ese famoso "Juan Charrasqueado", hoy en día es una de mis canciones favoritas. Pienso en que, quizás, cuando escuchaba la voz de mi padre yo sonreía alegremente, que la melodía de su voz yo reconocía, y que por eso entre canto y melodía mi pequeña patita movía. Pocos meses pasaron y aquella voz dejó de cantar, el famoso "Juan Charrasqueado" se quedó callado hasta que la radio, por sí misma, lo hizo volver cantar, como muchos años atrás.
Así como les cuento, en mis primeros meses de vida pude escuchar y ver al hombre que, junto a mi madre, me dio la oportunidad de vivir, sin embargo, no lo recuerdo. Precisamente eso es lo malo de los primeros meses de vida: no los recuerdas, a pesar de que hayas vivido cosas importantes: no los recordarás. Eso fue lo que me pasó a mí.
Mi padre nos dejó muy pequeños. Su corazón no pudo aguantar más golpes de los que ya le había dado la vida. Dejó tres hijos, uno de su primer matrimonio y dos en el segundo. Yo, aún en brazos, no podía comprender la razón de su ausencia ni la consecuencia de ella hasta tanto no pudiera tener conciencia de mí misma, es decir, hasta que creciera un poco y para eso necesitaría que pasasen algunos años. En la medida en que estos años pasaron, crecí con la imagen presente de mi madre, que fue madre/padre a la vez, y con la información de que yo no tenía padre porque había muerto. Y sólo eso tenía de él: la información de que estaba muerto, y que lo más que podía aspirar a tener de él era una vieja foto. No podía... no puedo recordar su voz ni el rostro que, seguramente, me sonrió alguna vez... No puedo recordarlo.
Pero sí recuerdo que, cuando era una niña apenas, me preguntaba: ¿qué se sentirá tener un papá? ¿por qué los niños a mi alrededor no valoran a los suyos? ¿por qué ellos, que pueden, no abrazan a sus padres y yo, que no puedo, quiero tanto abrazar al mío? Era muy niña, tenía muchas preguntas y la existencia de una ausencia que comenzaría hacerse presente mientras más crecía. Recuerdo que todo lo que se relacionara a una pérdida, o que significara nombrar directa o indirectamente a mi padre, me afectaba mucho. Era una niña con emociones muy profundas en el pecho, tan profundas que ni siquiera yo podía dimensionarlas, pero sabía que tenían que ver con él, con mi padre. Siempre fui muy emotiva, más de lo que los adultos a mi alrededor pudieron darse cuenta, y montones de veces escondí mis inmensas ganas de llorar cuando pensaba en mi papá. Así aprendí a callar eso que sentía mi corazón y, a veces, reprochaba a la vida no haberme dado la oportunidad de despedirme de él, de vivir el luto que me correspondía, en vez de eso todo pasó y yo nada supe, y no pude tomar real conciencia de la pérdida hasta muchos años después. El dato curioso de todo esto, es que siempre lo sentí conmigo en mi corazón muy a pesar de "no haberlo conocido".
Los hermanos crecimos entonces sin la figura esencial de ese padre que nos había dado la vida. Crecimos con la ausencia de esa figura importante, y viéndonos esporádicamente por ser parte de distintas familias. De grandes seguiríamos viéndonos de la misma manera.
Y regresando, de ese tiempo remoto al más actual, yo les puedo entonces contar que, hace relativamente poco tiempo, estuve lejos algunas semanas y en esas semanas mi familia estuvo muy presente en mi mente, incluyendo a mi hermano mayor que veía muy esporádicamente. Muchas cosas pasarían lejos de mí, cosas de las cuales, por diversos factores, no pude enterarme a tiempo sino muchas semanas más tarde cuando regresé a mi pueblo. Así fue como llegó la más terrible noticia, la noticia que nublaría el cielo y que lo sigue nublando hasta el día de hoy: mi hermano, el primer hijo de mi padre, había muerto. Las palabras retumbaron en mi cabeza y mi mente comenzó a negarlo: ¡eso no podía ser cierto! Era imposible de creer. Lo primero que hice fue buscar versiones de periódicos, tenía que confirmar que aquello era real y que no era sólo una pesadilla mental. Fue entonces cuando aparecieron las noticias en la prensa, y ahí lo leí: mi hermano mayor caía abatido por la delincuencia, con un tiro mortal en la cabeza... Mi mundo se derrumbó entonces, y lloré desconsoladamente... Mi hermano, ese hermano mayor que a veces veía pues ya no podré verlo jamás, ya se fue o, mejor dicho, se lo llevaron porque un maldito delincuente lo ha asesinado...
Estando lejos presentía que algo pasaría, e inconscientemente yo sentía que debía escribir algo para una despedida y no podía comprenderlo. Semanas más tarde lo haría, y sentiría eso que me ha impulsado a escribir esta carta. Hace ya algunos días que pensé en escribirla, pero no había llegado el momento de hacerlo puesto que las condiciones más adecuadas no estaban dadas. He decidido usar mi fuerza de voluntad para hacerla hoy, y no sé si me alcance el tiempo o si al final me atreva a mostrarla, pero hoy quiero escribirle a ellos: a los hijos de mi hermano...
No espero que los destinatarios finales lean, algún día, lo que quiero escribirles, lo cierto es que, según mi perspectiva, ellos no están en el momento de comprender por qué la hermana de su padre se atreve a expresar estas líneas. A pesar de ello, seguiré adelante y quizás esta carta sólo la llegue a leer mi alma, quedando muy guardada en mi conciencia y en mi mirada.

A los hijos de mi hermano...

¿Saben? Uno de mis primeros pensamientos, en relación a la partida de su padre, fue decirme que lamentaba con todo mi corazón que tuvieran que pasar por lo que nosotros pasamos. Éramos niños de apenas once, seis y tres meses cuando nuestro padre, su abuelo, murió y eso afectó mucho nuestras vidas, al menos la mía la sigue afectando hoy en día. Con decirles que no puedo mantenerme realmente tranquila al escribir esto, así como me pasaba de niña, pues estoy llorando al escribir estas líneas. Sigo llorando por mi padre, lloro por el hermano mayor que perdí y, a su vez, lloro por ustedes porque empatizo pues sé qué es crecer sin la figura paterna.
Por suerte, él les deja muchos momentos y vivencias que se convierten en recuerdos, entonces podrán recordarlo con cariño, recordar su risa, sus palabras, su sentido del humor. Me hubiese gustado tener la misma suerte con su abuelo, mi padre; me hubiese gustado tener cosas que recordar de él.
Reprocho no haber tenido la oportunidad de despedirme de mi padre y despedirme de mi hermano mayor, pero estoy segura de que, en cierta forma, "ellos estuvieron conmigo" aunque fui inconsciente del momento exacto en el que se fueron.
De niña creía que mi padre cuidaba de sus hijos, de grande creo que su padre cuidará de ustedes. La conexión de los padres con sus hijos está en el corazón, y nada la rompe ni siquiera cuando la muerte se asome.
Chicos, apoyen mucho a su mamá que ahora será madre/padre a la vez y sigan adelante, sigan por el camino del bien. Crezcan y esfuércense para que sean fuertes y triunfantes.

A los hijos de mi hermano hoy les escribo,
les escribo aunque nunca lean lo que escribo.
Tal vez escribo para escribirme a mí misma,
para poder expresar mi dolor,
para poder expresar lo que siento,
y para poder decirle a los dos que se fueron
que, por siempre, sus hijos los extrañaremos...
Vaya que sí,
sí los extrañaremos.

Ustedes,
sigan cuidándonos desde el cielo...

14/12/2011 02:51 p.m.
15/12/2011 12:16 p.m. - 12:28 p.m. - 05:04 p.m. Santiago.
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