lunes, 20 de julio de 2020

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El Clan: Milagro en la oscuridad



Clan: Conjunto de personas unidas por un vínculo familiar. RAE (2020)

El vínculo del clan puede estar tan ampliamente arraigado, que determina relaciones especiales con todas las personas del mismo, aunque estén fuera del ámbito territorial propio, incluso aunque habiten a gran distancia y nunca hayan tenido previamente contacto entre sí. Sahlins, Marshall D. (1972)



Por estos días lo “normal” se rompió; las instituciones mencionan un nuevo concepto de “nueva normalidad” que nadie entiende, y la depresión se ha aparecido sin pedir permiso. Por estos días… bueno, la oscuridad ha tomado un nombre científico, algunos le dicen SARS-CoV-2 y otros simplemente dicen COVID-19. Lo cierto es que el común de los mortales le decimos coronavirus, pero son sólo nombres que representan lo mismo: la oscuridad. Una oscuridad nacida del miedo, miedo a lo que “está allá afuera” y que te puede matar (porque nadie sabe si su organismo será capaz de aguantarlo o no); miedo a salir y no saber si estás condenando a muerte a alguien que vive contigo, porque da la sensación que contagiarse es como… eso: llamar a la muerte. Tal vez es muy dramático lo que digo, pero a ciencia cierta se sabe muy poco de este malvado bicho. Y aquí estamos, divididos entre aquellos que no salimos o salimos muy poco para no exponernos o exponer a nuestros seres queridos, y aquellos otros que no creen o no quieren creer… o simplemente no les importa.

Yo estoy del lado de la gente a quienes sí les importa cuidarse y cuidar a los cercanos, pero Dios sabe que para nadie ha sido fácil todo esto. Sin embargo, no hemos estado solos en esta lucha. Mientras las jaurías del mal han estado allá afuera acechando y causando dolor, en las puertas y ventanas de nuestras casas los Ángeles y Arcángeles vigilan y resguardan. Dios está presente, Él jamás se ha ido, y podemos encontrarlo en los milagros más inesperados, los que ocurren allí en tu hogar mientras lavas los platos o usas WhatsApp.

Los milagros siempre se han asociado a lo imposible; a historias mágicas que sólo les ocurren a cierto tipo de gente, pero en verdad son historias mágicas que están ocurriendo todo el tiempo a la gente común, así como tú y como yo. Y, para darte un ejemplo, quiero contarte una de esas historias mágicas, una historia que ocurrió hace muchas noches, y cuyos protagonistas no tienen nombre porque no los necesitamos. Esta es una historia mágica en tiempos de coronavirus…

Una noche me fui a dormir y me despertó un dolor abdominal en la madrugada. Ya sabía de qué se trataba porque dos meses antes terminé en el hospital por lo mismo; en aquella ocasión desperté con un dolor insoportable en la boca del estómago, pero me quedé acostada tanto como pude esperando que amaneciera, y fue entonces cuando avisé en la casa lo que me sucedía. Dolor, vómitos y otros síntomas hacían que me sintiera muy mal, y decidimos ir a un centro asistencial primario. Recuerdo que me senté en el auto absolutamente desesperada, yo no sabía si aquello era un infarto o si simplemente me iba a descompensar y desmayar. Mi acompañante tardó dos minutos en subirse al auto, pero para mí fue eterno ese instante. Partimos y casi chocamos por el nerviosismo. Seguimos el camino hasta el centro de salud. Primero nos equivocamos de lugar, y tuvimos que caminar hacia otro edificio; yo no sabía si iba ser capaz de llegar. Por fin entramos, me senté mientras mi acompañante notificaba la emergencia, y me pareció una eternidad el tiempo que tomó la notificación y que me pasaran a tomar los datos y la presión arterial. Luego otra eternidad hasta que me llamaron y me vio la doctora. Me pusieron una solución con calmantes, y entre tanto yo seguía vomitando en la papelera de basura que estaba cerca de mí. Sin embargo, no había un efecto a mi favor y eso me desesperaba más.

Recuerdo que pedí ayuda a un enfermero, y luego a una enfermera. Les dije que el dolor no se me pasaba, y en el caso de ella me respondió que la solución no era mágica, que tenía que dejarla actuar o darle más tiempo. Me sentí muy triste y frustrada; me preguntaba por qué me había dicho eso, si yo lo único que quería era que entendieran que la solución no era lo suficientemente fuerte y que por eso no me estaba ayudando. Seguí en la espera, siempre “abrazada” a la papelera de basura para poder vomitar y no dejar un desastre en el lugar. Un rato más tarde me hicieron una radiografía, me pusieron otra cosa y quedé acostada en una camilla. El dolor nunca se fue, y fue entonces cuando me derivaron al hospital. Una ambulancia me trasladó, y nuevamente tuve que esperar hasta que me atendieran. El dolor se agudizó mientras estaba sentada en la sala de espera; aquella era una situación terrible, estaba absolutamente desesperada por el dolor en el pecho y en la espalda; inicié un vaivén de la mano sobre la rodilla, como si sobar la rodilla pudiera ayudar en algo o balancearse hacia adelante o hacia atrás, pero la verdad ya no sabía qué hacer. Fue muy terrible. Por fin me llamaron, y después de una revisión médica se da la orden de ponerme un calmante más fuerte… fue entonces y sólo entonces que pude descansar.

Dos días más tarde tuve que volver al hospital por una ecografía. La verdad no queríamos estar cerca de un centro asistencial porque ya la amenaza del coronavirus había llegado a la ciudad, pero yo no sabía qué estaba pasando conmigo y necesitábamos saberlo, necesitábamos saber qué estaba causando ese infame dolor. Recuerdo que me llevaron en silla de ruedas desde la sala de espera hasta la sala de ecografías, y mientras esperaba mi turno en el pasillo anunciaron por radio la fase más alta de confinamiento. El peligro había llegado y el nivel de precaución debía ser extremo.

Pasaron dos meses y llegó aquel segundo día de dolor, pero la situación del coronavirus era mucho más complicada. Las tasas de contagios y fallecidos iban hacia arriba aceleradamente, y yo al menos tenía miedo a salir de casa. Ir al centro de atención primaria o al hospital no eran opciones ese día, así que me dispuse a tomar la medicina que me habían recetado la primera vez. Ese día el dolor fue igual de terrible, y aguanté hora tras hora esperando que aquella medicina hiciera efecto… pero nada pasó.

Recuerdo que nos mirábamos aquí en la casa y la gran pregunta era: ¿qué hacemos? Claro ya teníamos un brote de coronavirus en la ciudad, nos habíamos mantenido hasta ese momento con cuarentenas voluntarias, pero además teníamos una persona mayor en casa, y pensar que podríamos traer el virus y contagiarle era una idea que me estaba torturando. Sí, podía ir al hospital y en algunas horas tal vez ya no tendría ese dolor, ¿pero esto podría significar un funeral en unas semanas más si se contagiaba un adulto mayor? No podíamos permitir eso.

Pasaban las horas, y recuerdo que en algún punto pedí colocar un banquito al borde de la taza de baño, así podía quedarme sentada dentro del baño todo el tiempo que necesitara entre los episodios de vómitos y dolor de estómago. A ese drama se sumaba el dolor en la espalda y el pecho que me impedía incluso estar acostada. No había acomodo posible. Me sentaba y en automático iniciaba el vaivén de la mano sobre la rodilla y el “Ay Dios, ay Dios, ay Dios” que era lo único que podía decir en mi desesperación. Me miraban también  desesperados en la casa, no sabían qué hacer para ayudarme. Yo seguía tomando medicina y medicina, pero mi suerte no cambiaba.

Ya habían pasado más de doce horas y el dolor no se iba. Ya no podía seguir así. Oré a Dios y le pregunté por qué me había abandonado, porque hasta ese momento yo había aclamado tanto la ayuda de los Arcángeles, ellos que son Instrumentos de Su Amor y que están presentes siempre… pero no habían aparecido. Y entonces pedí un milagro para mí, porque salir al hospital habría significado un riesgo. En ese instante el celular vibró, abrí para ver el mensaje y eran algunas imágenes, pero mi atención se centró en el remitente: “El Primero” en el clan. Entendía que él había sido enviado y fue entonces cuando le conté lo que me ocurría.

Pero, ¿quién es este personaje? o ¿qué es un clan? Bueno en términos básicos se trata de un conjunto de personas unidas por un vínculo. En el mundo existen innumerables clanes, y todos tienen el mismo origen o el mismo Padre: El Todopoderoso. Aquel llamado “El Primero” no es más que el que une a varios co-creadores bajo la figura de un clan, pero este grupo de personas están caracterizadas por un algo que va más allá de ellas o de un vínculo familiar, y son capaces de unirse para formar una única fuerza o haz de luz. Algo llamativo de los clanes es que este vínculo ni siquiera depende de que tengan que estar en el mismo sitio geográfico, o si quiera que se hayan visto alguna vez en la vida, porque lo que importa es la energía… el Ser.

“El Primero” leyó con suma atención mis mensajes y entendió mi desesperación, y así como tantas otras veces convocó al clan para unir fuerzas, y a través de sus oraciones al Todopoderoso pidieron por mi mejoría. Era tanta la energía y la conexión, que algunos me vieron en sueños esa noche. Yo a ellos jamás los he visto, pero en el mundo espiritual eso no es importante.

Esa noche se llevó a cabo un proceso de sanación. Y aunque físicamente estábamos separados por miles y miles de kilómetros, espiritualmente estuvimos uno al lado del otro. Un par de horas más tarde desperté, las luces estaban apagadas y yo yacía en mi cama. No había dolor. Por fin pude descansar después de muchas horas. Tomé el celular y agradecí al clan todo su amor, ese amor que me había sanado y me había dado paz interior.

Dios está presente en nuestras vidas de múltiples formas, y a veces nosotros mismos somos los instrumentos que sirven para llevar amor, sanación y luz a otros. Si estás aquí es porque es tiempo ya de que te conectes a tu clan, te necesitamos. Necesitamos la luz que es capaz de proyectar tu corazón y tu amor, ese haz de luz que hoy mismo necesita el mundo. Porque una oración tuya jamás queda sin escuchar; una oración tuya puede sanar un gran dolor físico, psicológico o emocional. Tú puedes ayudar a lograr el milagro, el milagro que tanto necesitamos en medio de esta oscuridad.

Recuerda que los milagros no les ocurren a “cierto tipo de gente” o en momentos “muy especiales”, sino que están ocurriendo todo el tiempo a la gente común. Estar aquí en sí mismo ya es un milagro. Que tú estés aquí es otro milagro, y a través de ti llegarán más milagros a otras personas, porque tú y yo somos Instrumentos del Gran Poder Universal. Tú y yo somos la representación de Dios en Acción. Bienvenidos al clan…

“Señor, ayúdanos a comprenderte.
Que tu gracia sea cada día”.



Waldylei Yépez



Datos del archivo:

009. El Clan: Milagro en la oscuridad. Colección Séptima Región. Waldylei Yépez.docx
15/07/20 06:35 p.m. – 06:48 p.m. – 06:55 p.m.
20/07/20 06:43 p.m. – 07:06 p.m.



Fuente Imagen: Google.
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