Y de repente escuché unas quejas de dolor.
Miré en esa dirección y sólo vi una oscuridad suprema.
Volví a escuchar el quejido,
un quejido envuelto en las penumbras, envuelto en las tristezas.
Me adentré en aquel bosque desolado,
y fue cuando la vi en el suelo malherida.
Me acerqué y me senté a su lado tendiéndole mi mano.
Luego abrí mis brazos, y en silencio me quedé junto a ella.
Estaba muy golpeada, estaba destrozada.
Pude ver y vivir su proceso interno.
Sentí su desesperanza, y sentí su frustración.
Su dolor también fue el mío, y su tristeza era mi tristeza.
No le tuve miedo a las sombras, aunque fueran gigantescas.
Mi mayor temor fue que ella se rindiera,
que me soltara la mano y cayera en las tinieblas.
Sabía que el abismo le acechaba,
también sabía que si ella caía, me arrastraría consigo.
Pero aunque me arrastrara consigo, no iba a soltarla.
Ella era parte de mí, y sola no iba a dejarla.
Creía en ella con todas mis fuerzas.
Creí en su poder, en su magia y su grandeza.
Creía que se salvaría a sí misma, porque sólo ella podía hacerlo.
Creía en que volvería alzar el vuelo,
en que surcaría el más alto de los cielos.
Porque así estaba destinado, porque Dios no se iría de su lado.
Y un día empezó a sanar. Empezó a creer. Empezó a soñar.
Y aunque aún estaba oscuro, yo podía ver su brillo.
Yo podía ver su luz.
Y entonces el amanecer llegó.
El sol volvió aparecer, y sus heridas estaban sanas.
Expandió sus alas y me sentí tan orgullosa, tan emocionada.
Empezó aletear de nuevo, y entonces alzó su vuelo.
Pero éste era un vuelo distinto, porque ahora ella era distinta.
Como ave que renace surgió desde la más profunda oscuridad,
y con luz propia iluminó su camino, su andar.
La vi volar libre, sana y serena.
Admiré su capacidad de resiliencia.
Voló, y los girasoles giraron para verla.
Yo también me quedé contemplando su grandeza.
Sabía que volvería a ser ella,
la valiente, la guerrera.
El modelo de fortaleza que me hace creer que sí puedo,
aunque yo sienta que no pueda.
El modelo de resiliencia que me recuerda que la luz no se va,
aunque la oscuridad nos acecha.
Mi maestra de vida que con sólo estar,
me enseñó todo y más.
Gracias por permitirme acompañarte en tu camino,
tu presencia y enseñanza ha cambiado mi destino.
Waldylei Yépez
Datos del archivo:
005.Como ave que renace.Colección Resignificando.Waldylei Yépez.docx
29/03/23 21:37
30/03/23 17:31 - 18:00 - 18:20
Fuente Imagen: Google.
0 comentarios:
Publicar un comentario