Era un día muy frío, yo llevaba las manos metidas en los bolsillos. No podía ver mucho porque había cierta neblina.
«Un poquito de sol no le haría mal al día». Pensé.
De repente vi que ya estaba llegando al edificio donde vivía. Unos cuantos pasos delante de mí iba caminando una chica, un poco cabizbaja; noté que iba al mismo edificio que yo. Por alguna razón me quedé mirándola. Ella trató de sacar algo de su chaqueta, fue entonces cuando se le cayó un objeto, pero no se percató y siguió caminando. Me apresuré y tomé lo que parecía ser un pequeño bolsito, aceleré un poco más el paso y pude alcanzarla. La llamé una vez, y no parecía escucharme porque llevaba audífonos. Así que tuve que tocarle el hombro para llamar su atención. Ella se volteó a verme.
–¡Hola! Se te cayó esto– le dije mientras le mostraba lo que se le cayó.
Tomó el objeto de mi mano, y me agradeció. Nos sonreímos, y yo seguí caminando. Algo me decía que ya la había visto antes, que la había visto salir de uno de los departamentos, y mientras subía las escaleras lo recordé.
«Sí, ella vive unos pisos más abajo de donde yo estoy».
La verdad casi nunca me quedo mirando a las personas, y para ser más franca ni siquiera conozco a mis vecinos. Pero a ella sí la recuerdo, no puedo explicar por qué. Tiene algo muy especial, es… su presencia; un algo que hace que la notes aunque esté en silencio.
Preparé café, y mientras lo hacía no dejaba de pensar en sus ojos, en su expresión. Definitivamente no era un buen momento para ella. Estaba como el día: nublado, sin brillo, sin sol.
–La vida es así, no todos los días son buenos para nadie.
Después de ese día comencé a encontrármela más regularmente, a veces en la escalera, en la entrada del edificio o comprando en lugares cercanos. Sólo eran saludos de cortesía, nunca hablábamos. Lo que sí me daba cuenta era de los días buenos y malos que ella tenía, porque cuando eran días buenos ella brillaba con luz propia; verla era realmente especial, no puedo explicarlo, supongo que es como dicen ciertas personas: una buena vibra.
Un día yo estaba llegando al edificio, y me la encontré en la entrada. Llevaba unas cajas, y parecía realmente complicada con la idea de subirlas a su departamento. La vi ordenándolas una y otra vez mientras yo seguía acercándome.
–¿Necesitas ayuda? Puedo ayudarte sin ningún problema– le dije mientras sonreía.
Ella había estado agachada mientras ordenaba las cajas que seguían en el suelo, al escucharme se levantó y me miró directo a los ojos. Ahí supe que o ése estaba siendo su peor día o era la peor etapa de su vida. Trató de decir algo, pero ya para ese momento yo había tomado una de las cajas del suelo.
–Te sigo– le dije.
Tomó la otra caja y empezó a caminar. Traté de decir algo trivial, pero no estaba interesada en hablar. Así que me enfoqué en ayudarla y ya. Llegamos al departamento y le pregunté dónde debía poner la caja, me indicó un lugar y después me despedí de ella. Fue entonces cuando me habló.
–¿Te gustaría tomar café?
Me sonreí.
–Claro que sí.
Yo no sabía nada de ella, ni ella de mí. Éramos unas completas desconocidas tomando café, así que empecé hablar yo. Le dije que llevaba poco tiempo viviendo en ese edificio, le hablé de mi trabajo y pasatiempos, y hablamos de comida y café. Ella me contó unas pocas cosas, y al despedirnos compartimos nuestros números telefónicos.
Los siguientes días no volví a verla, hasta una noche que regresaba de mi trabajo y la vi a lo lejos jugar con Amush, la gatita del edificio. Me pareció tan tierna aquella escena, y también muy reveladora porque los felinos no confían en cualquier persona, y el hecho de que dejara que ella acariciara su pancita era una prueba de confianza muy grande. Me sonreí, y seguí mi camino. Subí al departamento y me di cuenta que no había comprado pan para la cena, así que tuve que volver a salir. Iba pensando en varias cosas del trabajo, y en algunos otros problemas, cuando de repente ella me salió al paso y casi chocamos en el pasillo. Nos reímos. Le pregunté cómo había estado, y también le comenté que la había visto jugar con Amush. Ella se sonrió. Se hacía tarde y le dije que necesitaba ir a comprar pan.
–¿Te gustaría acompañarme? Así podríamos seguir conversando.
Ella asintió.
Fuimos al almacén de la esquina, no había pan pero me dijeron que estaban haciendo y que saldrían en algunos minutos. Nos quedamos esperando, y por mientras conversamos de algunos temas interesantes. Yo estaba encantada, ella tenía ideas y opiniones que me parecían muy acertadas.
«¡Qué genial es esta chica!». No dejaba de pensar en eso.
El pan tardó en salir más de lo esperado, así que terminamos cenando juntas pizza en un lugar cercano. Yo estaba fascinada, estaba aprendiendo tanto de aquella conversación, y sin darnos cuenta los minutos se hicieron horas. Después de aquello, comenzamos a escribirnos regularmente por teléfono, y sólo cuando comenzó a tenerme confianza empezó a hablarme sobre sí misma.
Me contó que era migrante, que había estado moviéndose de lugar los últimos años. Entre sus anécdotas pude identificar episodios de xenofobia, aunque algunos no fueran tan evidentes, como la vez en que quería arrendar un espacio y fue tratada con amabilidad hasta que le pidieron su documento de identidad, ahí podía verse su nacionalidad, y entonces el trato hacia ella cambió. Y así otros episodios que no valen la pena mencionar.
–Cuando salí de mi país tenía grandes expectativas, tenía grandes sueños, y aunque sabía que no iba a ser fácil igual me aventuré a vivir, quería lograr cosas. Admito que soy ambiciosa, así que siempre quiero tener cosas mejores, lograr mis metas. A pesar de todo, aún creo en algunos sueños, aunque otros…– hizo una pausa.
Yo me quedé atenta, sin decir nada para no incomodar. Luego prosiguió.
–Aunque otros ya no sean posibles.
–¿Sueños relacionados con el amor?– me aventuré a preguntar.
Ella apartó su mirada, y se quedó mirando al horizonte.
–Cuando salí de mi país lo hice con mi pareja, y juntas superamos muchas cosas…
«¿Juntas?». Me quedé pensando.
–Pero a pesar de haber superado tanto, y de haber entregado tanto amor, llegaron los problemas más grandes, a eso se sumaron los de mi trabajo y familia. Empecé a colapsar mentalmente, y poco a poco caí en una espiral de autodestrucción.
Cuando dijo eso empezaron a encajar muchas cosas para mí, ahora entendía sus días sin brillo, y aquel otro día en que concluí que no estaba en su mejor etapa. Se lo conté, le conté lo que vi en sus ojos aquel día en que la ayudé con las cajas. Ahí me dijo que llevaba meses con terapia, que le había ayudado mucho y también el apoyo de sus amigos.
–Me alegra que hayas estado acompañada en ese proceso tan doloroso.
–Bueno no ha sido fácil enfrentarlo, ni eso ni otras cosas. Si ya es muy duro enfrentar la vida siendo mujer, ¿te imaginas lo que lo complica el que además seas lesbiana? Lidiar con la xenofobia, y además con la homofobia. Lidiar con un trabajo irrespetuoso con tu horario laboral, hora de almuerzo, horas extras; además de hacinamiento, malos tratos, explotación laboral. O en lo emocional, situaciones complejas como que tu pareja se refiera a ti como “amiga” porque sus conocidos y empleadores son homofóbicos. O que después de amar tanto, de entregar tanto, de aguantar tanto… te traicionen.
Me quedé callada, no sabía qué decir.
–Nunca abandoné a nadie, no merecía que me abandonaran. Siempre fui leal, no merecía una infidelidad. Hoy me parece tonto haber sido tan generosa, haber entregado tanto incluso causando un perjuicio para mí misma con eso.
–No sé qué decir. Bueno… sí puedo decir algo. La verdad me causa una completa admiración que hayas enfrentado todas esas cosas, es decir, que hayas tenido la fortaleza para enfrentarlo. De verdad, tienes todo mi respeto y admiración. Eres muy genial…
Ella se ríe.
–No, es en serio.
Se voltea a mirarme.
–Nunca había conocido a una persona como tú. Tan fuerte, tan valiente, tan valiosa. Tal vez sea cosa de aprender a equilibrar, pero no creo que tu forma de amar sea tonta. Cualquier persona que valga la pena desearía tener eso que tú das en su propia vida. Amor, generosidad, protección. Te he escuchado hablar y he leído tus mensajes, tus opiniones, y eres sumamente sabia. Sí, tal vez esa sabiduría nace de todo eso difícil que has vivido. Es un privilegio conocerte; ver la persona que eres hoy; saber que fuiste tan fuerte que le ganaste la batalla a tus propias sombras. Es maravilloso verte brillar.
Ella se sonrió.
–Todos tenemos que lidiar con nuestras propias oscuridades, y es muy duro cuando es sólo eso lo que ves cuando te miras a ti misma. Así que entiendo bien tu proceso, y me alegra que no hayas estado sola al enfrentarlo. También me alegra saber lo mucho que has avanzado, y sé que has avanzado porque es sólo cosa de mirarte para darse cuenta que ahora brillas más que antes, por eso sé que estás sanando o que ya estás sana. Eres una guerrera, y no sólo eso, eres un ejemplo de fortaleza, lo eres para mí.
Hice una pausa antes de continuar, y mirando al horizonte proseguí.
–Hay muchas cosas que suceden y que jamás nos enteramos, pero que no nos enteremos no quiere decir que no ocurran. ¿Sabes? Yo también he estado en mi propio proceso, enfrentando mis propias sombras aunque no las mencionara, y quiero decirte que para mí tu presencia ha sido muy importante. He visto tu valentía, el coraje de levantarse cada día y seguir adelante aunque en verdad no quisieras seguir adelante… ¿o me equivoco? Muchas veces te miraba de lejos, cabizbaja, siempre con los audífonos puestos aferrada a la música. Viviendo días grises y días negros, pero seguías caminando, seguías sin rendirte. Y yo pensaba: ¡Qué fuerte es esa mujer! ¡Qué valiente! Desearía ser como ella…
En ese punto me emocioné, y me callé un instante para que no se me quebrara la voz.
–Y eso hice. Traté de ser de la forma en que yo te veía. Porque al final no somos sólo sombras, también tenemos nuestras luces, pero sólo podemos verlo si estamos con la mente en calma. Hoy sé que ambas estamos mejor, pero quería que supieras que, en mi caso, tú tienes mucho que ver con eso. Así que gracias. Gracias por no rendirte. Sé que, aunque no lo sepas, eres y serás una figura importante para otras personas. Para mí lo has sido. Gracias.
Aquel fue un momento muy emotivo, no dijimos nada más.
Días más tarde nos comunicamos de manera extendida por mensajes. Le conté que había visto la película que me recomendó, y que me había reído mucho. Ésa era otra característica de ella, era muy divertida. Podía estar contando algo y, de repente, sacaba unas frases muy buenas. Por ejemplo, una vez me contó que vio una pelea entre conductores en la calle.
–Yo iba de lado de la ventana en el autobús, y veo a este segundo conductor con cara de “Señor, dame paciencia”, pero el Señor no le dio paciencia…
–Pero el Señor no le dio paciencia…– yo no podía parar de reír.
En otra ocasión me dijo que ella era un poquito vanidosa porque era Leo. Yo no tenía idea de cómo habíamos llegado a hablar de astrología, y mucho menos sabía sobre los signos del zodiaco. Pero me parecía muy divertido cuando ella expresaba con todo orgullo que era Leo, que su signo la representaba muy bien. Y yo pensé que el tema astrológico llegaba hasta ahí, pero no.
Un día se estaba quejando de su jefe, que esto y que lo otro, y de repente exclamó:
–¡GÉMINIS TENÍA QUE SER!
Yo me reía, no tenía idea qué pasaba con el signo de Géminis, o por qué le causaba tanto rechazo, pero alguna cosa debió haber hecho Géminis para impulsar su enojo. Vaya usted a saber.
Algunas semanas más tarde me fue a visitar a mi departamento. Estaba muy contenta, con muchos planes y sueños. Me contó que se había presentado una oportunidad increíble, y que pronto se mudaría.
–¡Qué gran noticia! ¡Estoy muy contenta por ti!
Ella sonreía. Claro, sabía que como todo en la vida iba a tener desafíos importantes, pero se sentía lista para seguir avanzando.
–Sé que te va ir muy bien en todo lo que emprendas, en todo lo que quieras conseguir. Eres muy perseverante, muy capaz, y muy fuerte. Yo te admiro tanto. Espero, de verdad espero que encuentres lo que tanto anhelas, aquello que te haga feliz porque mereces ser feliz.
La abracé muy fuerte y le dije:
–Gracias por tanto, y por todo. Tal vez algún día nos volvamos a ver. Te deseo todo lo mejor del mundo. ¡Que te vaya muy bien!
Aquel se configuraba como el final de este episodio de su vida, porque el final de la historia no es. Yo diría que es un final de episodio feliz, porque a pesar de todo el dolor, de todo el sacrificio, ella ahora es una nueva y mejorada versión de sí misma.
Aprendió tanto de todas las experiencias vividas en los últimos años. Se reencontró consigo, se reconstruyó, resignificó sus experiencias de vida y se hizo más sabia. Volvió a creer en sí, recuperó su seguridad y autoestima, aprendió empatía y desarrolló su intuición.
Hoy sabe lo mucho que vale, y sabe lo que realmente merece. Estoy segura que se esforzará por construir con firmes cimientos aquellos sueños en los que todavía cree, y estoy segura que en el camino también la alcanzarán otros sueños que aún no sabe que llegarán.
Waldylei Yépez
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