jueves, 31 de agosto de 2006

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Última charla

Carlos era un hombre enérgico, dominante y posesivo. Él estaba casado con Amanda, una chica con gran amor a su libertad personal, pero que había dejado eso de lado por amor a él. Aunque, ciertamente, los dos renunciaron un poco a ser lo que eran para poder acompasarse con el otro. A veces chocaban porque trataban de dominarse entre sí. Ambos tenían un carácter muy fuerte, pero ella en muchas ocasiones terminaba actuando con más docilidad para poder mantener su matrimonio pues sabía que él nunca daría su brazo a torcer. Ellos se amaban mucho y eran muy apasionados.

Al tercer año de matrimonio las cosas empezaron a estar muy mal, pues él trabajaba más de la cuenta y esto a ella le parecía muy sospechoso. Así fue como nacieron sus más terribles celos, y creyó que él le engañaba con su secretaria. Pudo haber hecho cualquier cosa para confirmarlo, pero tenía miedo de hacerlo. Ella pensaba en que él era un hombre muy atractivo, lo cual le permitiría tener a más de una detrás. Pensar en ello la mataba lentamente.

Por su parte, en atributos, ella no se quedaba atrás. Así que una tarde tomó la decisión de poner en práctica la ley del “ojo por ojo, diente por diente”. Se suponía que esa noche su marido llegaría tarde, pero no fue así. Cuando Carlos llegó cansado a la casa vio que su esposa no estaba, y se quedó en la sala esperándola. Unas dos horas más tarde ella llegó, y se encontró con la sorpresa de que su marido ya estaba allí.

Tuvieron una fuerte discusión. Él le reclamaba su traición, y ella alegaba que él había empezado todo eso, que era su culpa, que cómo era posible le hubiera engañado con su secretaria a lo cual él muy furiosamente contestó que nunca había tenido nada con ella. No podía aguantar su rabia así que terminó golpeando la pared mientras le gritaba un montón de cosas. La imagen de esposa fiel y buena se había desintegrado.

Carlos se encerró en el estudio donde destrozó todo a su paso. Se escuchaba el sonido de los vidrios de las botellas, vasos y los espejos. Por miedo, ella se encerró en la habitación.

A la mañana siguiente él salió muy temprano, y llegó muy tarde en la noche. Ésa fue su rutina por un tiempo con el fin de evitar verla. Por mientras, se preparaba para un rápido divorcio.

Muchos días mantuvo esa misma rutina, pero un día llegó más temprano. Entró a la casa, ella yacía sentada en el sofá, y él sin siquiera mirarla le dijo:

–Los trámites de divorcio están en marcha. He acelerado el proceso cuanto he podido, y por la partición de bienes no te preocupes. Dentro de poco será el día que tendremos que ir a firmar... es todo cuanto tengo que decir.

Eran las palabras más frías que había escuchado decir de la boca de su esposo. Se sentía tan mal por todo lo que había pasado, pero si él quería el divorcio lo más correcto era hacerlo. Esa noche mientras trataba de dormir pensó en muchas cosas.

Al siguiente día se despertó muy temprano para poder alcanzar a ver a Carlos. Él, al darse cuenta de su presencia, trató de marcharse sin mirarla pues era muy grande su desprecio, pero ella lo siguió con insistencia y cuando lo tuvo de frente dijo:

–Necesito decirte algo antes de que te vayas.

Él continuó su camino hacia la puerta tratando de ignorarla, pero ya casi al salir se detuvo unos instantes y le dijo:

–Di lo que tengas que decir–, se mantuvo de espaldas a ella.

–Sé que no me quieres ver aquí, y en tu mirada puedo notar un gran desprecio. No voy a tratar de excusarme. Sólo quiero hacer un trato para acabar con todo esto lo más pronto y fácilmente posible.

–¿Quieres dinero?–, dijo volteándose y mirando su rostro con resentimiento. –¡Ja! ¿Qué se podría esperar?

–¡No! Sólo quiero un último deseo en nombre de todo el tiempo feliz juntos, en nombre del amor que nos tuvimos... alguna vez–, se notaba su mirada triste y nostálgica. –A cambio firmaré el divorcio, y lo que quieras para renunciar a los bienes que me corresponden. Además, sacaré de esta casa hoy mismo absolutamente todo lo que es mío.

–¿A cambio de qué?–, le mira con desconfianza.

–A cambio de una última charla. No para hablar de este problema. Quiero que “juguemos” a los enamorados una última vez. Sin compromisos, ni siquiera como esposos, pero todo debe ser como si estuviéramos enamorados, con palabras bonitas, una cena romántica... Sólo debes fingir unas horas. Juro que me iré cuando todo haya acabado, firmaré el divorcio cuando lo dispongas y no volverás a verme nunca más, nunca más.

El pensó detenidamente en lo que decía, y aunque le dolía el siquiera mirarla pensaba que podría fingir esas horas y que con eso se acababa todo. Pasaron unos instantes en silencio hasta que él le preguntó:

–¿Dónde y cuándo?

–El sábado en la casita del campo. Debes estar a la siete para la cena, y lleva una botella de champán. Unas rosas no estarían de más.

–Allí estaré–, concluyó él y salió de la casa.

Cuando llegó por la noche encontró todas las luces apagadas. Al entrar las encendió, y pensó que Amanda habría salido con alguien, pero luego recordó el trato y el que ella le había dicho que si aceptaba se iría ese mismo día. Caminó a la cocina y al estudio, todo estaba limpio y ordenado. No había ningún rastro de cosas de ella, como sus libros. Decidió ir a la habitación, allí encontró todo en orden también. Tenía miedo de ver el armario, pero igual lo hizo y sólo estaba su ropa. Todo lo que era de Amanda ya no estaba en esa casa. Se sentó en la cama y se quedó aletargado en el tiempo. No sabía qué hacer o qué pensar, no sentía nada… sólo estaba ahí mirando sin mirar.

Faltaban cuatro días para el sábado. Esos días evitó estar mucho tiempo en casa, y procuraba llegar lo suficientemente cansado para no pensar en nada. Se obligaba a trabajar para no pensar, y en casa su escape era dormir. Se preguntaba si de verdad debía ir a actuar en esa “obra teatral”, pero si lo hacía tenía la palabra de ella de que jamás la vería de nuevo. En ese momento eso parecía un remedio a la situación que vivía.

Llegó el sábado y prefirió no ir a trabajar alegando una enfermedad. Su sentir respecto a la cena era demasiado confuso pues quería verla, pero no estaba seguro del porqué. Quería odiarla, pero recordaba que debía actuar esas horas como habían acordado. A veces quería que las horas marcharan rápido, y otras veces no quería que llegara el momento. Estaba ansioso por alguna razón, y al mismo tiempo tenía cierto miedo.

La casita del campo estaba a unos cuarenta y cinco minutos de ahí, así que debía salir temprano. Fue hasta una floristería a comprar rosas. Había muchos ramos por todos lados con distintas flores y perfumes. Pidió ayuda a la encargada para escoger el que debía llevar, y ésta le preguntó si aquella era una ocasión especial como un aniversario, él respondió que no, pero que iba a ser una cena romántica. La chica buscó un arreglo muy bonito que llevaba forma de corazón, por un instante él pensó que no sería bueno ése porque sería muy hipócrita regalar algo tan hermoso a alguien a quien despreciaba tanto, pero la regla era “como si estuvieran enamorados” así que accedió a llevarlo. Luego buscó la botella de champán. Todo esto le parecía una locura, pero aún así prosiguió con la obra.

Al llegar vio el auto de Amanda estacionado afuera. Comenzaba a oscurecer, y el cielo estaba despejado. Decidió entrar entonces a la casa junto a las rosas y su botella. Adicionalmente llevaba una carpeta con unas hojas adentro. Tocó la puerta y esperó hasta que ella la abriera.

–¡Hola!

Lo recibió en la puerta con una gran sonrisa. Llevaba puesto un bellísimo vestido negro que le llegaba hasta por encima de la rodilla. Lucia una cadena con piedras preciosas, y su cabello estaba suelto. En su mano ya no estaba el anillo de matrimonio.

La gran obra de teatro comenzaba.

–Espero no llegar tan tarde. Traje algo de tomar y éste pequeño obsequio.

Ella le invita a pasar, y se queda maravillada por las rosas con forma de corazón. Era un arreglo muy fino y delicado.

Luego de entrar, él dejó sobre la mesita aquella carpeta que llevaba y le dijo:

–Aquí hay algo que al final debes revisar y firmar.

Ella entendió, pero le dio poca importancia al comentario porque eso no pertenecía a la obra que estaban representando. Dejando de lado cualquier distracción, ella le señaló que pasara a la sala donde todo estaba listo.

Al fondo la chimenea encendida. Cerca de la ventana, que siempre había mostrado un bello paisaje de luna, estaba una mesa con dos velas encendidas. También sonaba una música suave. La apariencia del sitio era perfecta, ella se había esforzado mucho para esta ocasión. Buscó dos copas y puso champán en ellas, él saboreó y miró a su alrededor… el sitio le daba cierta paz. Ella vio que estaba algo distraído, entonces le dijo que arreglaría la mesa y serviría la cena.

Ya en la mesa se sentaron uno frente al otro. Ella le hablaba de muchas cosas como música y arte, pero él parecía muy lejos de ahí pues estaba confundido, no sabía con certeza qué quería ella con todo eso. Por su parte, Amanda comprendía que no estaban ganando nada pues uno estaba frente al otro como si fueran desconocidos. Lo miró y susurró:

–Te quiero.

Él levantó su mirada hacia ella. Luego ella miró hacia su derecha donde ya se mostraba la luna y las estrellas.

–Toda mi vida había soñado que quería conocer a un hombre maravilloso, y lo hice–, empezó a hablarle. –Él me hacía soñar como nunca. Cuando cerraba mis ojos, él estaba ahí mirándome y siguiéndome. Miraba la luna y veía su cara, y si veía su cara me iluminaba como el sol.

Hubo silencio. Ella miraba con nostalgia la pequeña llama de la vela.

–Ese hombre me hizo muy feliz, pero lo engañé.

–¿Por qué?–, le preguntó serenamente.

–Por orgullo, por rabia–, prosiguió ella sus palabras.

Toma un sorbo de champán y se levanta para caminar unos pasos hacia la ventana.

–Sus labios me desnudaban la vida, sus manos erizaban cada vello de mi piel, él movía mi todo y yo era suya cómo quisiera y cuánto quisiera. No había otra razón que me diera el aliento para continuar el día a día. No había más alegría que sentirlo dentro de mí, lo deseaba, lo quería y lo amaba. Pero cuando creí que me engañaba me sentí herida y burlada, pensé que yo le había entregado mi vida en bandeja de plata y él simplemente la había tomado, usado y desechado. Cuando me sentí deseada por otro hombre, cuando pensé que ese deseo podría traerme algo de atención accedí, sólo para darme cuenta que en mí nadie podría reemplazar al verdadero amor de mi vida, aunque incluso ese amor ya se alejara por su propio pie.

Él se levantó y se puso a su lado mirando las estrellas. Ella se acercó a él y él se volteó a mirarla. Poco a poco se acercaba con ánimos de besarlo, y entonces sintió su aliento mezclándose con el de él mientras mantenían sus ojos cerrados, se tocaron los labios y se besaron. Él le correspondió por un momento, pero luego dejó de hacerlo y ella sintió su rechazo. Fue entonces cuando comprendió que eso era todo, asintió y se dispuso a buscar su bolso, sacó las llaves de la casa y las puso encima de la mesa. Cuando se preparaba para irse, él le dijo que esperara, que no se fuera. Había concluido que debía continuar con el trato y el teatro, y si eso quería ella... le iba a corresponder.

–De este lado se ven mejor las estrellas.

Amanda asintió. Luego volvió a su lado a seguir mirando las estrellas, ahora era él quien la buscaba volteando su cara y besándola de una manera muy apasionada. Empezó a desearla con mucha ansiedad, y ella lo detuvo por un momento diciéndole:

–Más deseo y menos ansiedad.

El entendió su mensaje.

Él bajó el cierre de su vestido lentamente, acariciaba su pierna y el resto de su cuerpo. Se amaron como desde hace mucho no lo hacían. Quedaron acostados en la alfombra, y por un momento se quedaron mirando fijamente mientras él estaba encima de ella. Amanda acariciando su rostro le dijo:

–Te amo con todas las fuerzas de mi alma.

–Mi razón eres tú, yo sería capaz de dar la vida por ti–, le respondió.

Luego él se movió a un lado y puso su cabeza sobre el pecho de ella. Se sentía vulnerable, como pocas veces en la vida, pero sentía que era protegido por ella.

A la mañana siguiente, cuando Carlos despertó, se dio cuenta que sólo él estaba allí. Las llaves seguían en la mesa. Se levantó y la buscó, pero no la encontró. Recordó entonces el trato, y miró hacía la mesita donde la carpeta que él había llevado estaba abierta. Se acercó y vio claramente la firma de su esposa en los papeles que eran el poder que ella le concedía, o en otras palabras su renuncia a la partición de bienes. Asimismo, ella le había dejado su anillo de matrimonio allí.

Comprendió entonces que había acabado el teatro.

Ese lunes habían quedado para firmar el divorcio. Cuando él llegó, ya Amanda estaba allí. Se sentaron a esperar uno al lado del otro, no cruzaron ni una palabra. Había muchos divorcios para ese día, ellos eran la quinta pareja. En la primera se podía ver la rabia que se tenían; en la segunda cada uno estaba por su lado; la tercera era como ellos pues estaban calmados esperando; la cuarta era más alocada pues cada uno andaba con su nueva pareja y conversaban los cuatro como grandes amigos. Cada quien vivía la situación a su manera.

Cuando llegó el momento pasaron al despacho. Todo estaba listo sólo faltaban las respectivas firmas. Se les hizo la pregunta de rigor:

–¿Están seguros de dar este paso tan importante? O por el contrario, ¿ustedes creen que necesitan tiempo para pensar las cosas?

A lo cual Amanda respondió que continuara porque ya todo estaba decidido. Carlos se quedó pensando en que Amanda le había dado su palabra con el trato, y estaba actuando de la manera que prometió. Amanda preguntó a la persona que los atendía que si quedaba todo listo con la firma y si luego podrían irse, a lo cual le respondieron que sí.

Ella recibió los documentos y firmó de inmediato. Luego le tocaba firmar a él, y en ese momento Amanda se levantó de su silla y se alejó unos pasos con dirección a la puerta. Cuando él tomó el bolígrafo y lo colocó encima del papel, ella miró al piso con gran dolor en su pecho, abrió la puerta y se fue sin mirar atrás.



Waldylei Yépez



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31/08/06 04:36 p.m.
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miércoles, 30 de agosto de 2006

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Pajarito herido

Pequeña ave color nieve, hoy te ha deslumbrado la belleza. Esa gran distracción te ha desviado de tu camino. Te refugias en la rama más alta y tus alas descansan de su lucha, pero tus ojos se mueven en todas las direcciones.

Allí, a los pies de tu árbol, juega una niña con su muñeca. La ocasión es una gala pues las princesas siempre esperan príncipes, y para tu presentación sacarás la mejor carta de tu ala.

Vestido con tu mejor traje te has presentado, y con ese canto melodioso su simpatía has logrado. Ella te ha enamorado con su esencia, y has sentido tu corazón brincar de nuevo.

Pero ella ha visto una herida en tu alita, supuso que fue causada por otra niña que poca precaución tuvo, y por eso aquella sangre sobre la nieve. Te ha mirado con ojos de ternura y te ha tomado entre sus manos besándote. Has sentido su calidez, su bondad, su dulzura y candidez. Se ha propuesto curar aquella herida.

Cantas como nunca. Le has traído florecillas de uno y mil colores: rositas, margaritas y hasta girasoles. Por su parte, ella te dibuja un corazón con crayones.

El pajarito herido que una vez se ahogó entre su sangre, ahora ha dibujado con ella, sobre sus plumitas, un corazón vibrante. Ha hecho de su dolor una obra arte, cuando el amor llegó para sanarle.



Waldylei Yépez



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31/07/06 10:10 p.m.
30/08/06 04:40 p.m.
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jueves, 3 de agosto de 2006

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En cada lugar

Quizás el día de hoy fue como ayer,
pero muy distinto al mañana.
Ya veré si mañana es igual al hoy
o si depende del ayer.

De cualquier manera,
si mi pie sigue al otro en su marcha
seguramente cambiaré de sitio;
así como también tropezaré, si no miro el piso.

Tanta es la razón de la lógica ilógica.
Hay tantas cosas que parecen obvias a la vista,
otras al tacto y al gusto, pero, ¿dónde queda la locura?
y, ¿qué es la locura sin pretender definirla?

¿Acaso hay que definirlo todo? ¿Habrá siempre una explicación?
¿Acaso es requisito para vivir ser lógicos en cada paso?

Muchas veces llegamos a donde queremos dando tropiezos,
y detrás de los tropiezos siempre hubo razones.
Claro, que no nos beneficiaran ya era otra cosa,
pero no creo que siempre se pueda ser racional.

Así empiezan mis pensamientos al querer escribir algo nuevo. El día culmina bailando con un oscurecer un poco frío y silencioso. Y yo, como toda una espía, vigilo los movimientos de la luna para saber si camina o se esconde al son de la noche.

Dentro de poco tiempo se acabará la última vela que me queda. Lo escaso que tenía ahorrado se ha ido al comprar dos pedazos de pan que debo rendir una semana. Mi viejo vestido de seda se encuentra guardado en un cajón, mientras yo ando en harapos.

Por la ventana entra un rayo de luz muy bonito que llega hasta un rincón. Parece un cabello de luna que se ha separado un instante de los demás, quizás ha venido para darme su luz tenue o para acompañarme. Al mismo tiempo ha alumbrado una vieja foto de mi padre. ¡Oh, qué bellos momentos cuando él estaba aquí! Recuerdo que él me enseñó a hacer lápices provisionales con pedazos de carbón, y también me enseñó a leer y escribir aunque la gente del pueblo crea que no sé.

¡Oh, Luna! Es tanto lo que debo contarte de mi vida, pero hay una cosa que me urge decirte en este momento. Sucede algo conmigo, y no sé qué es lo que me afecta en sí, pues este algo que siento es muy extraño, no lo había sentido antes.

En la vida he entendido qué es el hambre y la sed, qué es la ignorancia y la inteligencia, y qué es el arduo trabajo, pero no sé qué es esto que siento en mi pecho; siento que me presiona tanto que mi corazón quisiera salirse por la boca. Y duele, duele mucho. No sé si estoy enferma, pero tampoco puedo ir a un doctor. Acudí al curandero del pueblo, pero me dijo que ya estaba condenada, que sufriría de esto hasta morir, pero que eso no sería pronto. No me dijo cuál era la razón, ni cómo se llamaba esta enfermedad terminal.

Luna, cuánto desearía que me hablaras y me dijeras qué tengo. ¿Cuál es la cura? ¿Por qué siento que algo me falta aquí dentro? ¿Qué es este mal que está sintiendo mi pecho? Parece una emoción muy fuerte e incontrolable. Dime, amiga Luna, ¿qué puedo hacer? Por favor, dame una respuesta. Por favor, contéstame. Tú lo sabes todo. Tú estás en cada lugar. Tú conoces todo, y más allá. Ayúdame a comprender este sentir, ayúdame a sanar este mal al que no le encuentro lógica ni explicación. Por ahí me dijeron que tal vez podría ser amor, pero no sé de qué se trata ese mal ni su razón.



Waldylei Yépez



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03/08/06 10:26 p.m.
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Confesiones

Adriana era una joven sencilla. Tenía un don especial para el piano, pero era muy insegura de sí misma. Su madre hizo mucho hincapié en que buscara un curso, que aprendiera. Un día caminando por el centro de la ciudad vio un aviso sobre eso, se quedó pensando un instante hasta que decidió preguntar. Ella ya estaba predispuesta, esperaba que le dijeran que no era buena, pero si le decían eso pues sería la solución para que su madre no tocara más el tema.

Al entrar al lugar vio a un joven muy apuesto que se disponía a atenderla. Él era alto y corpulento, con ojos color café y una presencia de líder que le hacía destacar. La actitud que él mostraba le gustó mucho, así que se quedó como perdida unos segundos mientras le miraba y despertó sólo cuando él le preguntó en qué podía ayudarla. Ella titubeó un poco pues ni siquiera recordaba lo que iba a preguntar. Luego de un instante dijo:

–Estoy aquí porque quiero conocer sobre los cursos de piano. Mi madre cree que tengo una especie de don, y no deja de molestarme con eso. Le he dicho que no es así, pero no hay quien pueda con ella–, se sonríe.

–No es bueno que te predispongas de esa forma. Si ella lo dice por algo será. Por tu parte, deberías comprobarlo sin adelantarte a ninguna conclusión. ¿Has tocado piano antes?

–Sí, hace algunos años. Mi tío me enseñó un poco antes de que tuviera que venderlo–, se nota en ella un poco de nostalgia.

–Tengo un piano disponible. ¿Te gustaría tocar algo? Así sea corto, no importa. Luego puedo darte la información sobre inscripciones. Yo soy el instructor, me llamo Joel–, le extiende su mano.

–Mucho gusto, yo soy Adriana. Pues no recuerdo muy bien cómo tocar, pero no despreciaré tu ofrecimiento. Veamos qué resulta.

A Joel le había gustado el desenvolvimiento de Adriana, así que hizo lo que pudo para que se inscribiera, y ella accedió después de mucho pensarlo. Cuando iniciaron las clases le empezó a molestar ciertas actitudes de grandeza y discriminación de algunas compañeras, pero se enfocó en su objetivo que era aprender y optó por ignorarlas.

Pero había otra compañera en la clase, su nombre era Marta. Tenía cabello largo color de sol y ojos azules. Sus modales eran finos, pero a diferencia de las otras compañeras no perdía el tiempo en alabanzas para sí o discriminando a las personas. Ella era mucho más humana. Se esmeraba en practicar y practicar para ser la mejor, y durante el curso Joel siempre la eligió antes que a cualquier otra persona. Le decían: “La favorita del profe”, pero Adriana siempre se mantuvo al margen de esos comentarios.

Todos allí sabían que a Marta le gustaba Joel. A Joel le llamaba la atención Marta, pero también le agradaba Adriana. En más de una ocasión le insinuó que era hermosa, y que no podía creer que no tuviera novio.

Al finalizar el curso se debía elegir a un estudiante que, en representación del grupo, tocaría ante un público de cien personas. Para ello se hizo una especie de concurso, y todos tuvieron la posibilidad de participar. El jurado estaría conformado por los distintos profesores de la academia. Marta eligió tocar un bellísimo clásico. Adriana también tocó una pieza clásica, pero con algunas modificaciones personales y otras hechas por otra profesora. El resto del grupo también se lució con las piezas elegidas por ellos. Al jurado le había fascinado la actuación de Adriana porque había sido muy creativa, pero Joel se opuso diciendo que Marta había sido muy profesional durante todo el curso y que ella era quien debía tocar en el auditorio. Cuando se dieron a conocer los resultados, algunas personas sospecharon que Marta había ganado porque era posible que existiera una relación sentimental entre ella y el profesor, pues a los ojos de estas personas Adriana se había esforzado en su actuación y era ella quien merecía el premio y no Marta.

Posteriormente, Joel habló con Adriana para hacerle un comentario al respecto.

–Adriana quiero felicitarte. Pienso como pensó el jurado que tu actuación fue muy creativa. Hay que reconocer que mostraste un gran esfuerzo y trabajo en equipo junto a la profesora que te ayudó. Elegimos a Marta porque siempre se ha esforzado, siempre ha tratado de dar su ciento por ciento, y tú sólo lo diste al final. Somos amigos y me conoces, me gusta ser objetivo e imparcial por eso no es cierto lo que algunos piensan. Tu madre tuvo razón siempre, tienes el don, pero un don sin esfuerzo no llega lejos. Tienes mucho potencial, tienes el talento para ser la mejor, pero te hace falta más disciplina, más confianza en ti. Has dado apenas un pequeño porcentaje de lo que puedes llegar a hacer, cuando decidas ser la mejor aquí estaré para apoyarte y ayudarte. Quizás no puedas representarnos en ese auditorio, pero estoy seguro que si te lo propones lograrás algo mucho mejor. Te guardaré un puesto en primera fila, no llegues tarde–, se sonrió.

La presentación fue un gran espectáculo que todos disfrutaron. La academia aprovechó la ocasión para dar reconocimientos a sus mejores estudiantes, incluyendo entre ellos a Marta y Adriana. Marta felicitó a su compañera instándola a que siguiera practicando y mejorando. Adriana, por su parte, le confesó su admiración.

Unos pocos meses después, Adriana y su mamá se fueron a vivir a otro lugar. En su destino le esperaba un buen empleo y una mejor calidad de vida; allí también prosiguió con su pasatiempo favorito: tocar el piano. Luego de mucho tiempo regresó a su ciudad natal porque se enteró que el piano que había sido de su tío estaba en venta de nuevo, y para ella ese piano tenía un valor sentimental muy alto. Así que costase lo que costase, quería recuperarlo.

Antes de volver a casa, pasó por el frente de aquella academia donde había aprendido tantas cosas. Recordó esos días y a su profesor. Decidió entrar y, para su sorpresa, el instructor Joel reapareció para atenderla como lo había hecho años atrás. Sintió alegría y él también. Se dieron un abrazo lleno de afecto pues siempre habían sido amigos. Cada uno siempre tuvo un trato especial con el otro, aunque él fue en muchas ocasiones estricto y exigente con ella.

Recorrieron los pasillos contando uno al otro sobre sus experiencias de vida y aprendizajes. Ella le dijo que estaba de paso, que había regresado para comprar un piano y que volvería a casa ese mismo día. Por su parte, él confesó que añoraba volver a verla, saber cómo estaba y si había seguido mejorando su habilidad para tocar. Ella le correspondió diciendo que también había querido verle en más de una ocasión.

–¿Qué puedo decir Adriana? Las cosas han marchado bastante bien por aquí. Me casé con Marta unos meses después de que terminara el curso en el que participaron. Ella es toda una profesional; excelente mujer, amiga, esposa y colega. Espero pronto poder decir: la madre de mis hijos. Claro como toda pareja siempre ha habido algunos roces, pero nada que el amor no pueda arreglar. Sigo impartiendo clases tan estricto como me conociste. También participo en alguna que otra presentación. Me esfuerzo por ser feliz, eso hago.

–Me alegra, me alegra mucho verte sonreír como siempre. Se ilumina todo tu rostro. Hemos sido bendecidos con cosas muy buenas ambos. Yo también estoy trabajando con gente muy colaboradora, sigo tocando para mejorar y creo que he aprendido bastante. También conocí a una bella persona de la cual me enamoré, tenemos mucho en común y me ha demostrado que me ama. De hecho, mañana será mi matrimonio, y quería tener el piano que vine a buscar para tocarlo en esta ocasión tan especial. Significa mucho para mí, y quiero que mi tío me acompañe como lo hacía cuando era pequeña.

–¡Qué afortunado es ese hombre que se casará contigo! Me hace recordar el pasado, pero no creo que tenga caso hablar sobre eso a estas alturas de la vida…

–¿Hablar sobre qué? ¿Qué hay en el pasado?–, preguntó ella algo confundida.

Después de un corto silencio él le respondió.

–Hubo una vez que tuve entre mis estudiantes a un ángel. Era una hermosa mujer. Me encantaba su manera de ser, y su alegría se convirtió en mi propia alegría. Era ingenua, dulce y siempre buscaba el lado rosa de las cosas así fueran malas. Tenía una habilidad innata para el piano, pero era inconstante en sus esfuerzos. Yo quería que fuera la mejor y para eso debía exigirle, pero ella era fuerte y era frágil a la vez. Yo sabía que si le exigía como quería hacerlo tal vez se iba a frustrar, y después me odiaría… yo no habría podido aguantar esa mirada. Me sentía como un padre, deseaba para ella los logros que ella por sí misma nunca desearía. Ella no buscaba ser la mejor entre mejores, pero yo lo quería así. Sin embargo, me acobardé y dejé que siguiera su propio ritmo. Cada vez que la escuchaba tocar algo dentro de mí gritaba: “¡Puede hacerlo mejor! ¡¿Por qué no lo hace?! ¡Debe hacerlo! ¡Debe esforzarse más!”, y muchas veces se lo dije con seriedad y otras simplemente opté por callarme. No debía presionarla, así que tuve que aprender a calmarme y comenzar a tratarla como al resto del grupo. Fui duro en algunas ocasiones con ella, pero ella también sabía que era cierto lo que le decía. Lo hice porque la quería, pero siempre hubo una distancia que nunca me permitió decirle esto cabalmente.

Dio unos pasos, y luego prosiguió.

–En varias oportunidades me dieron ganas de invitarla a algún sitio. Quería llevarla a tomar un café, a caminar por un parque o ir a la playa. Llegué a imaginar que la besaba, y que por fin ella encontraría la voluntad necesaria para dar el ciento por ciento. Llegué a imaginarme entre sus brazos. Ella fue algo especial, algo puro; era ilusión, era alegría, era algo imaginado entre tanta realidad. Y nunca se lo dije, sólo le insinúe que era hermosa. Sólo eso.

Adriana no podía creer lo que había escuchado. Caminó hacia la ventana más cercana y se quedó mirando el paisaje. Quería decir algo, pero estaba buscando las mejores palabras para hacerlo. Joel seguía algunos pasos detrás de ella atento a lo que pudiese decir, y por un instante se arrepintió de su confesión. Adriana se volteó y le dijo.

–Me toma por sorpresa todo cuanto has dicho. Es cierto, a veces pensé que yo te agradaba, pero la mayoría del tiempo yo sabía quién era yo y qué lugar tenía. Yo no era Marta, y no podía competir con ella o compararme pues no quería hacerlo. Dudé pues no había posibilidad de que fuera la elegida, nunca lo fui ni siquiera dentro del curso. La semana antes de la presentación, cuando se hizo el anuncio para que todos participaran en el concurso, yo me esforcé como nunca y pedí ayuda aquella profesora. Jamás me habían elegido, y pues quería ser seleccionada por lo menos al final. Había cometido errores, y de seguro los seguiría cometiendo, pero estaba dispuesta a poner todo de mí para dar una pequeña retribución a tu esfuerzo, a tu paciencia; quería que estuvieras un poquito orgulloso de mí, aunque fuera un poquito. El resultado no me sorprendió; y no sentí envidia, pero claro que sí frustración. Me decía que, por lo menos, lo había intentado y que era muy difícil convencer al jurado. Hasta que, por mala suerte, escuché a los profesores decir que habías sido tú quien se opuso a que yo fuera elegida, entonces ahí sí me dolió mucho. Eras mi profesor y no habías creído en mí.

Ella hizo una pequeña pausa.

–Pensaste que no me esforzaba, pero cada día traté de mejorar un poquito. Recuerdo que cuando tenía un adelanto me ponía muy ansiosa por mostrártelo, pero luego se desvanecían las ganas cuando pensaba que no sería suficiente para ti. Cuando lograba algo era lo mismo, sin quererlo y sin saberlo me cohibías. Durante algunas prácticas lloraba y me decía: “¡Yo sabía que no servía para esto, yo lo sabía! ¡Esperan más de mí y no puedo darlo, no puedo!”, y así continuaba mi agonía. Yo misma caí en un círculo inhibitorio, durante el curso y después de él. Pero, ¿sabes qué me ayudó a salir de todo eso? Tus palabras, ese día cuando me explicabas por qué no había sido elegida. A veces la verdad no te da alegría o calma, pero sí ayuda en algo aunque tardes en darte cuenta. Así comprendí que sí creías en lo que podía hacer, pero que aún no estaba preparada y que todo dependía de mí. Desde ese día, y actuando tan independiente como siempre he sido, y sin importar que me dijeran que estaba feo algo, comencé a crear una melodía personal que he trabajado por años. Ya está lista y será mi auto-regalo de bodas. Voy a compartirla contigo.

Adriana camina unos pasos hasta llegar al piano que se encontraba en la sala. Toma asiento y eleva sus manos por sobre las teclas. Su rostro dibuja una expresión de búsqueda, como si ella navegara por lo recóndito de su mente para encontrar un tesoro. Luego de un instante sus dedos comienzan a moverse, y comienza una agradable melodía. Joel queda maravillado mientras la ve tocar como nunca. Se siente tan orgulloso ahora, ella había alcanzado la cúspide que tenía destinada.

Luego de unos minutos vuelve el silencio.

Joel se acerca al piano, y con una gran sonrisa le dice que es una bella melodía.

–Me ha hecho viajar entre tantos recuerdos. Es una mezcla que no puedo describir. Puede mover cualquier sentimiento, y alzar la alegría o el llanto. Es sencillamente maravilloso.

Ella le sonríe.

–Lo que haces con sentimiento, a los sentimientos afecta. He buscado un nombre para esta obra y tardé en dar con él, pero lo conseguí: “Confesiones a piano”.

–¿Por qué ese nombre?

–La música revive instantes y sentimientos vividos. Esta melodía en particular confiesa muchas cosas, eso explica cómo puede mover tantos sentimientos distintos. La única forma de sentirte afectado es que ella reviva lo que tú has vivido anteriormente, para ello desnuda su alma sin palabras y la tuya lo entiende así. La melodía te confiesa lo que siente y tú lo sientes con ella. Te habla del amor, de la ilusión, de la añoranza y la nostalgia; de ese amor perdido y de ese amor ganado, de lo cobarde que somos y lo valiente que podemos ser. Habla de mi tristeza al dejarte ir y de mi alegría por tu alegría. Habla de lo absurdo que puede ser querer a alguien y nunca tener el coraje para decírselo por miedo, y sobre todo habla… de lo mucho que te quiero.

Ella vuelve su mirada al piano.

–No sentí que fuera la mujer para ti, yo jamás podría tener tus logros. Tú eras todo cuanto yo quería: sinceridad, firmeza, liderazgo, sensibilidad, honestidad, respeto,… Todas las cualidades que siempre había buscado en alguien, pero resulta que me ganó el miedo. El miedo a no ser lo que buscabas o necesitabas, miedo a fallarte y a equivocarme. Pero, ¿quién no se equivoca? Hasta para decir “te quiero” la gente se equivoca; titubea, grita, llora, pero yo nunca me atreví a nada de eso. Qué contrariedad, después de tanto tiempo diciéndonos a nosotros mismos que debíamos callar… míranos confesando todas estas cosas.

A lo lejos se escucha el sonar del reloj. Adriana se levanta de su asiento.

–Se hace tarde y debo empezar mi viaje. Además no quiero quitarte más tiempo, entiendo que debes cerrar aquí y volver a casa. Hoy ha sido un gran día, gracias por tu tiempo y por escucharme. Supongo que cada uno se ha liberado de la carga que representa llevar un secreto.

–¿Debo suponer que ya no volveré a verte?

–Quizás sí, quizás no, nadie sabe lo que puede pasar mañana. Nadie tiene la verdad en sus manos, y nunca nada es absoluto así que no puedo dar una respuesta a tu pregunta. Quizás enviemos a nuestros hijos al mismo colegio, quizás hasta nos encontremos en algún auditorio, quizás me invites a la fiesta del primer cumpleaños de tu hijo o hija, o hasta puede que seas el instructor de piano de los míos. Lo importante es saber que pase lo que pase siempre va existir un cariño muy especial entre los dos, y que siempre podrás contar conmigo y lo digo en serio.

–Creo que siempre nos quedará la pregunta de qué pudo haber pasado.

–Hubiera pasado lo que ha pasado, que somos grandes amigos y que ni la distancia ni el tiempo podrán hacer que olvidemos las enseñanzas que nos hemos dejado mutuamente. Eres mi maestro y yo tu aprendiz, y esa unión no se borra nunca.

El asintió.

–De verdad, fue agradable encontrarte–, le dice Adriana mientras extiende su mano, y él la estrecha con mucho afecto.

–No te olvides de mí.

–Nunca. Hasta luego, profe.

Adriana inició su viaje junto al piano que le había acompañado de niña.

¿Cuánto puede confesar un piano?
¿Cuánto puedo confesar yo?
¿Está bien si le digo que lo amo?
¿Está mal lo que grita el corazón?

Cada quien tiene su vida,
y es que en ella no estoy yo.
Lo que puede confesar un piano…
es lo que grita mi tonto corazón.



Waldylei Yépez



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lunes, 31 de julio de 2006

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Sinceramente... ¡Bien!

Ya me ves, aquí estoy
caminando a paso firme por el mundo,
a paso firme y decidido
porque quien fui ayer, ya hoy se ha ido.
Caminaba por la playa
cuando me tope con un diamante,
lo miré y tenía tu nombre,
pero luna me hizo llamarle.
Durante mucho me acompañó en el camino,
y con eso sólo me hizo llorar,
sólo eso hiciste en mi vida
que sienta tristeza y una gran desdicha.
Mis recuerdos hacia atrás se fueron,
volvieron hacia las noches que dije: te quiero.
Luego miré hacia el frente,
hacia el horizonte azul de mi mente
desde ahí te vi llegar
de la mano de mi mejor amiga, o así se hacía llamar.
Con tu sonrisa vienes y me preguntas: –¿Cómo estás?
Esa careta le queda muy bien al payaso,
y la locura le queda muy bien al amor,
pero ni mis lágrimas de odio mereces
pues más que la nada no eres.
Tan mísero que nada tienes para ofrecer,
ni tu sonrisa va prevalecer.
Pero no vale la pena vivir del ayer,
no tiene caso vivir con rencor.
Tu recuerdo se ha desvanecido…
puedes continuar tu camino.
Siga ahogado en su soledad,
vaya y muestre lo que usted llama felicidad.
Hoy me libro de sus cadenas,
y para terminar de sellar mi nunca más
le regalo mi sonrisa, ésa que nunca tendrá.
–¿Cómo estás?
–Sinceramente… ¡Bien!,
pero en realidad…
ya no recuerdo quién es.



Waldylei Yépez



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31/07/06 08:36 p.m.

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Brizna

El más grande tesoro y misterio que existe es el amor. Tesoro porque es muy difícil de conseguirlo, y misterio porque nadie sabe cómo actúa ni dónde se encuentra. Lo que sí sabemos es que aparece como de la nada, y provoca grandes cambios en nosotros y en nuestro entorno. Algunos piensan que es un juego, en sentido figurado y literal de la palabra.

El amor además tiene dos formas de manifestarse. Por un lado existe el amor que es irrompible, y por otro aquel que es mucho más débil y que sí puede romperse. A este último, le vamos a llamar la Brizna del Amor. ¿Cuántas veces nos ha hecho llorar? ¿Cuántos de nosotros nos hemos decepcionado del amor creyendo que es esa brizna?

En el mundo grandes edificios se han construido, y también han sido derrumbados para construir nuevos. Si comparamos esto con la brizna podemos ver que hay parejas que deshacen la unión, y forman una nueva; quizás les vaya mucho mejor, o quizás se lamenten porque los cimientos no tienen la misma calidad de la primera relación.

Si seguimos hablando de la construcción una buena apariencia es importante, pero esto no constituye una garantía de que lo construido servirá por muchísimo tiempo. La garantía la da asegurarse de que todos los elementos sean buenos, y que se haga un buen trabajo. Con las personas no es muy distinto, lo verdaderamente importante no es cómo sea una apariencia porque eso no garantiza nada, sino cuáles son los cimientos de esas personas, de su forma de ser.

¿Y qué pasa con los edificios que son sumamente importantes? Por supuesto estos no son destruidos. Si existe algún problema con ellos, la decisión siempre será restaurarlos. Desde este punto de vista, no se trata de cambiar lo que son, sino al contrario mantenerlos lo más apegado a su original. Adaptarlos de alguna forma que permita preservarlos. El amor real también tiende a ser adaptable, porque no es cuestión de cambiar a la pareja sino de acompasarse con ella. Valorar los esfuerzos, sentimientos, virtudes y tolerar los defectos.

El Amor y su Brizna se pueden separar en definición, pero lo que es realmente difícil es constatar cuál tenemos al frente. Lo cierto es que su verdadero nombre saldrá a la luz tarde o temprano.

Ayer me tope con la brizna, y me acompañó un rato en mi sendero. Hoy sólo quiero encontrarme al amor para que me lleve por el camino que la brizna sólo me mostró.



Waldylei Yépez



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31/07/06 04:53 p.m.

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viernes, 16 de junio de 2006

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Phantasma

Mi amor, voy a casa con inmensas ganas de darte mi cariño por eso espero hallarte anhelando mi llegada. Abro la puerta y miro, me doy cuenta que no estás ahí. Todo sigue tan intacto como cuando me fui. Decidí esperarte entonces sentada en el sofá, y ésta vez trataré de no quedarme dormida pues quiero que lo primero que veas sea mi sonrisa.

También quiero repasar los momentos más felices porque he descubierto que si piensas en las cosas buenas constantemente, por más que el tiempo pase, no lo olvidarás… es cierto que llegan junto a ellas algunos recuerdos no muy buenos. Sé que no soy inocente del todo, y que como humana he errado. ¿Sabes? Me gustaría decir unas palabras, no haré un discurso amor lo prometo, yo… no sé por dónde empezar, y tampoco sé si llamarte por teléfono o irte a buscar, o si simplemente como hace rato me siento a esperar.

Amor, he buscado en tu cuerpo el hogar que no he tenido, y siempre anhelé que me tocaras una y otra vez con tus manos de ternura, con tus labios de ilusión. Cada vez que cerraba los ojos estabas tan claro, allí esperabas por mí. Tu calidez cubría todo a su paso porque era tu amor, eras el todo para mí.

Quiero vivir todas esas cosas de nuevo, pero ésta vez que no seas un Phantasma. Ya no quiero dormir con la fantasía sino que tus manos me lleven a ella. Ya no quiero besar a la nada sino que quiero que estés en todo.

Mi Phantasma, eso has sido de un tiempo para acá,
pero ya no lo quiero.
Yo quiero estar contigo,
estar a tu lado, así como el pasado.



Waldylei Yépez



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16/06/06 10:43 p.m.

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miércoles, 7 de junio de 2006

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¿A dónde fue?

Un día caminamos,
pero ésta no era como otras caminatas.
Nuestros rostros decían mucho,
los gestos podían hablar sin palabras.
Ya no eran las miradas,
ya no eran como ayer,
y ahora me pregunto: ¿a dónde fue?

¿Dónde quedaron guardados los momentos?
Aquellos en los que podía tomarte de las manos,
o donde podía hablarte con delicadeza y respeto;
quizás se han perdido, quizás ya se han ido.
¿Dónde quedaron las promesas?
¿A dónde se fueron tus caricias?
¿Y ahora de quién son tus labios?

Muchas mañanas desperté lejos,
pero no significaba que de ti me olvidaría,
ni que yo destrozaría ese mundo de ensueño
que tanto nos costó construir.

Una vez más hoy desperté aletargado.
Mi modo de escape a tu fantasma es dormir,
pero en sueños regresas a mí.
Creí que con hacerme el fuerte bastaría,
pero apenas alcanzo a no llorar.

Dudé, muchas veces dudé de ti,
de mí y de nosotros.
No pretendía enamorarme, ni quería hacerlo.
Quizás no lo vuelva hacer…
no porque sea malo amar,
lo malo es no corresponder.

Alguna vez pensé que esto así terminaría,
y me decía que diría: ¡qué más da!
Si me deja, ¡ya qué importa!
Si la dejo, ¡será igual!
Pero ahora que ha pasado, ¡el dolor me matará!
Me siento destrozado, me siento aniquilado.

¿En qué rincón has puesto ese peluche?
¿En el cesto de basura mi rosa encontraré?
¿Acaso odias la canción que te hace recordarme?
Por Dios dime, ¿acaso te dolió?
¿Será que sólo yo he llorado?
Pero, ¿para qué decírtelo?
No sé si te jactarás con mi desgracia,
y dirás a tus amigos que comiendo de tu mano me tenías.
Creí que de todo tuve la culpa, pero no fue así.
Lo cierto es que ya no me quieres, y yo aún sí.

¿A dónde? ¿A dónde?
¿A dónde se van las sonrisas?
Mis fotos y cartas, seguro son cenizas.
Mi cama y mi almohada han perdido tu olor.
¿Qué haré con la chaqueta que dejaste en mi balcón?
¿Qué hay con las letras que te escribí algún día?
¿Qué digo si por ti pregunta mi madre o mi tía?
¿Qué hago con las flores que en la esquina te compré?
¿Qué harás con los discos que en tu radio yo dejé?
¿Qué nuevo sitio en vacaciones irás a conocer?
¿Qué pasará con el regalo del que una vez te hablé?
Que si lloro, que si río o si me amargo,
¿acaso ya no importa lo que juntos pasamos?
¿Acaso ya no importo?

No sé si más me duele el no tener respuestas
o que tus respuestas mucho duelan.
Pero antes de irme lejos de tu estar,
necesito saber a dónde fue a volar…

¿A dónde fue el amor? ¿Dónde lo vuelvo a encontrar?



Waldylei Yépez



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07/06/06 10:58 p.m.
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martes, 6 de junio de 2006

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Mi renuncia

Sé que quizás esperabas algo más de mí, pero esto no. Cuando ves un ave volando alto dices que es hermosa, pero no cuando anda tan cerca del pantano. Mi ciudad camina tanto como corre, y muchos pasamos desapercibidos en la existencia, sobre todo cuando queremos escondernos porque sentimos que algo nos está destruyendo. Sé que prometí nunca dejarme vencer, sé que juré que seguiría así el mismísimo mundo cayera sobre mí, pero no trataba de hacer de mi promesa la carga más pesada o no esperaba que eso sucediera. Cuando hablaba con mi padre sentía que me escuchaba y prometía y prometía, pero mi escudo se ha desvanecido.

Sabía que eran muchas las dificultades que debía enfrentar, pero ahora necesito que me hables otra vez porque a veces olvido qué debo hacer o hacia qué parte mirar. Necesito de nuevo tus consejos. Sé que en alguna oportunidad mi destino se torció, y pude volver a enderezarlo con esfuerzo. Sin embargo, ahora siento que no puedo más, siento que perdí la habilidad de volar, que he perdido mis alas en medio de tanta tempestad, que volar ya no es para mí y que sólo quiero llorar.

Sé que si renuncio sigo decepcionándote, pero ¿cómo prometer seguir si no puedo? Por eso quiero hacerlo, porque la verdad no hay nada que continuar si eso significa que siga destruyéndome. Por favor háblame otra vez.

Alzo mi bandera blanca pues ya casi no puedo respirar, ya no puedo volar. Perdóname.

Ojala algún día entiendas, o yo entienda el por qué. Por ahora si miro mis pies han sido pegados con cemento, y mi horizonte cada vez está más lejos. Necesito un nuevo escudo que me proteja en las batallas. Quizás sí deba llorar para quitarme la carga de mis ojos. Muéstrame una salida porque ahora no puedo verla con tanta neblina.

Siempre traté de ser la mejor, y eso se esperaba de mí, pero no sé qué ha pasado con esos sueños y metas. Quizás las perdí en el camino o están escondidas detrás de mis ojos, pero ya no puedo verlas.

Cuando mi corazón vuelva a latir seguro sentiré tu energía en mí y podré volar. Por ahora sólo quiero renunciar porque mis cargas no las puedo soportar.

Espero tú me puedas ayudar. Ayúdame, ayúdame una vez más.



Waldylei Yépez



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06/06/06 01:15 p.m.

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viernes, 2 de junio de 2006

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De frente a la realidad

Simplemente soy yo quien escribe. Una voz dentro de mi mente me dice qué hacer; me dice que actúe de manera libre y que los ángeles no existen; que llevo miles de segundos sentada frente a una fantasía dejando la realidad de lado, pero resulta que ella siempre vuelve. Dejé que mi destino me guiará a dónde creí debería ir, y pasaron los minutos en los lugares donde debí estar y de donde sólo me ausenté, pues di más importancia al resto de las cosas que a las más importantes. Cuando la gente se da cuenta de que te va mal porque fuiste descuidado, y porque ya no eres tan bueno como ellos creían, se ciegan a culparte… pero nunca se preguntan: ¿por qué actúa de esa manera? Claro, porque una carrera vale más que un caminito pequeño, porque un título te da cuanta posibilidad no te da un buen trato, pero veme rompiéndome por dentro. Aquí estoy a solas con mi conciencia, pues sí tengo una. Dicen que no aprendí de mi pasado, pero no sé qué debo creer en sí.

Fuera de la línea de lo aceptable me detuve a mirarla, mientras la gente me espera al otro lado. Nunca han tomado en cuenta que no quiero atravesar esa línea, que de ese lado no quiero estar aunque ellos crean que para mí es lo mejor. Quizás mi destino esté escrito o quizás no, pero lo cierto es que me siento como una piedra en medio de la arena que se hunde. Creo que las cosas están mal, pero qué más puedo hacer si no puedo moverme. Estoy sola en medio de la nada, y ni siquiera tengo lágrimas para llorar porque resulta que las piedras no lloran. Veme aquí sin poder respirar esperando que el próximo día llegue, aunque sólo deseo que el dolor pase porque me siento mal en medio tanta arena que me ahoga.

Me siento sola rodeada de agua y arena. Quiero no sentir lo que ocurre, pero mi piel arenosa comienza a sudar lágrimas rojas. Estoy llamando dentro de mí a la última esperanza que puedo sentir, pero nada me escucha y nada me mira. Quizás porque mis ángeles murieron, y los otros se decepcionaron de que soy lo que soy. Es tan triste saber que quiero llorar, y no puedo; que quiero hablar, y ya nadie me quiere escuchar.

¿Será el destino que me puso aquí? ¿Para qué? ¿Para darme cuenta de que, en serio, no soy nada?

No me dejes así, sola conmigo porque mi camino fue errado. Aún espero dejar de ser una piedra, y dejar de estar sola...

No quiero morir, pero no sé qué hacer. No quiero escuchar más insultos ni la excusa de mi mente de que esto no es real, pues la realidad está aquí de frente a mí y de a poco me aplasta como un pequeño objeto que no tiene sueños y que está solo.

Ya no quiero seguir aquí llena de llanto que no sale a la luz porque soy una piedra. Aún espero, aún espero aunque sea para seguir esperando.

De frente a la realidad hay otros caminos, pero ¿dónde están que ya no puedo ver nada, ni sentir ni escuchar?

Sólo eligen qué será mejor para mí, pero nunca me lo preguntaron a mí.



Waldylei Yépez



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02/06/06 03:13 p.m.
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